Durante siglos, el catolicismo romano ha considerado a Tomás de Aquino como su campeón.
Nada podría ser más explícito: “¡Vayan a Tomás!”. Esta cálida invitación fue lanzada por el papa Francisco a los participantes del Congreso Tomista Internacional (21-24 de septiembre) durante una audiencia en el Vaticano. En su discurso, el Papa ensalzó el pensamiento de Tomás de Aquino (1225-1274) como una guía segura para la fe católica romana y una relación fructífera con la cultura. Citando a Pablo VI (Lumen ecclesiae, 1974) y a Juan Pablo II (Fides et ratio, 1998), que habían magnificado la importancia del pensamiento de Tomás para la Iglesia romana contemporánea, Francisco se situó en la estela de los últimos papas al enfatizar el aprecio superlativo por la figura de Tomás al tiempo que añadía el suyo propio.
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Esto no es nada nuevo. Durante siglos, el catolicismo romano ha considerado a Tomás de Aquino como su campeón. Su voz se considera a menudo la más alta, profunda y completa del pensamiento y la creencia católica romana. Canonizado por Juan XXII ya en el año 1323, fue proclamado doctor de la Iglesia por Pío V en 1567 por ser el principal teólogo católico romano cuyo pensamiento derrotaría a la Reforma Protestante. Durante el Concilio de Trento, la Suma Teológica fue colocada simbólicamente junto a la Biblia como testimonio de su importancia primordial en la formulación de los decretos y cánones tridentinos contra la justificación por la sola fe y otras doctrinas protestantes. En el siglo XVII, fue considerado el defensor del sistema teológico católico romano por Roberto Belarmino (1542-1621), el mayor polemista anti-protestante que influyó en muchas generaciones de apologistas católicos a lo largo de los siglos. En 1879 el Papa León XIII publicó la encíclica Aeterni Patris, en la que señalaba a Tomás como la máxima expresión de la ciencia filosófica y teológica. El Concilio Vaticano II (1962-1965) estipuló que la formación de los sacerdotes debía tener a Tomás como guía suprema en sus estudios: “Los estudiantes deben aprender a penetrar más profundamente en ellos (es decir, en los misterios de la salvación) con la ayuda de la especulación, bajo la guía de Santo Tomás, y a percibir sus interconexiones” (Optatam Totius [1965] n. 17). De los últimos papas, esto ya se ha mencionado. Teniéndolo en cuenta, qué podría decir el Papa Francisco sino: “¡Vayan a Tomás!”.
Francisco ha indicado no solo la necesidad de estudiar a Tomás, sino también de “contemplar” al Maestro antes de acercarse a su pensamiento. Así, a la dimensión cognitiva e intelectual añadió una de mística. De este modo, ha hecho que Tomás, que ya era un teólogo impregnado de sabiduría y ascetismo, sea considerado aún más católico. Esta mezcla es la que mejor representa el entrelazamiento de las tradiciones intelectual y contemplativa propias del catolicismo romano.
El Congreso Internacional tuvo como tema la exploración de los recursos del pensamiento tomista en el contexto actual. El tomismo no es solo una corriente de pensamiento medieval, sino un sistema sólido y elástico al mismo tiempo. Todas las épocas del catolicismo romano lo han encontrado inspirador para los diversos retos a los que se enfrenta la Iglesia de Roma, incluyendo la Reforma, primero, el proyecto de la Ilustración, después, y ahora la posmodernidad. Como resultado del Congreso seguiremos oyendo hablar más de Tomás y del tomismo, no solo en la teología y la filosofía históricas sino también en otros campos del saber que antes estaban alejados de las tradiciones interpretativas anteriores de Tomás.
En los últimos años hemos asistido a una creciente fascinación por Tomás de Aquino y el tomismo por parte de los teólogos evangélicos, especialmente procedentes del contexto norteamericano. Parecen sentirse atraídos por la “gran tradición” que representa. Este fenómeno debe ser estudiado porque señala la existencia de movimientos internos dentro de los círculos teológicos evangélicos. La teología protestante de los siglos XVI y XVII tenía una visión crítica de Tomás. En cierto sentido, no se podía evitar a Tomás, dada su estatura e importancia para la teología, pero se le leyó con ojos selectivos y teológicamente adultos. Luego, por diversas razones, ha habido un cierto descuido no solo con Tomás, sino con la teología histórica anterior a la Reforma en su conjunto. Hoy en día, ante las presiones procedentes de la secularización y la crisis de identidad que se siente en algunos sectores evangélicos, se percibe a Tomás como un baluarte de la teología “tradicional” que hay que recuperar urgentemente. A menudo se pasa por alto que el catolicismo romano ha considerado a Tomás como su paladín en su postura contra la Reforma y también en sus posteriores desarrollos anti-bíblicos, como el dogma mariano de 1950, de la ascensión corporal de María. Roma considera a Tomás como el teólogo y pensador católico romano por excelencia.
“¡Acudan a Tomás!” es una invitación que incluso un número creciente de practicantes de la teología evangélica podría aceptar. No se trata de estudiar acríticamente o evitar absolutamente a Tomás, sino de proporcionar el mapa teológico con el que uno se acerca a él. Es necesario desarrollar un mapa evangélico de Tomás de Aquino. Si Roma considera a Tomás su principal arquitecto, ¿puede la teología evangélica acercarse a él sin entender que Tomás está detrás de todo lo que el catolicismo romano cree y practica?
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