En función de lo que sabemos, es muy poco probable que se produzca el Big Crunch porque, en vez de frenarse, el cosmos está acelerando su expansión.
Según las predicciones de la teoría del Big Crunch o Gran Colapso, llegaría un momento en que la actual expansión del universo se detendría por acción de la gravedad y empezaría el camino inverso, concentrándose lentamente hasta terminar como comenzó, en un punto de infinita densidad. Se supone que a medida que esto se produjera, iría aumentando la temperatura del cosmos hasta que la vida, tal como la conocemos, resultara imposible. Las estrellas no podrían eliminar su calor y estallarían, dando lugar a numerosos agujeros negros. Por último, los átomos que constituyen la materia se romperían, liberando partículas elementales como los quarks y así los agujeros negros se fusionarían tragándose todo el cosmos en un Gran Colapso, que sería lo opuesto al Big Bang.
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De hecho, se cree que hace unos cinco mil millones de años la materia conocida o bariónica frenó la expansión cósmica y la volvió más lenta de lo que era. Sin embargo, la materia oscura -de la que ya se ha hablado- tuvo más fuerza y alimentó dicha expansión hasta acelerarla al nivel que se detecta hoy. De manera que, en función de lo que sabemos, es muy poco probable que se produzca el Big Crunch porque, en vez de frenarse, el cosmos está acelerando su expansión. ¿Qué futuro nos espera entonces, si el Señor no viene antes?
Según otra teoría, la del Big Rip o de la Gran Rotura, el actual universo seguirá expandiéndose aceleradamente hasta que todas las fuerzas conocidas se rompan, incluso aquellas que mantienen unidos a los átomos de la materia. Las galaxias irán perdiendo poco a poco sus estrellas, éstas se separarán cada vez más unas de otras hasta que los sistemas planetarios como el nuestro se estiren también y pierdan su configuración o equilibrio. Finalmente, los átomos se desintegrarán en un universo gigante en el que toda la materia se habrá convertido en una insignificante radiación. Según la velocidad de expansión actual, esto ocurrirá dentro de unos 20.000 millones de años. Tal es la escatología que nos presenta la ciencia actual. Sin embargo, nadie puede estar seguro de tales acontecimientos futuros. Básicamente, porque no se conoce la naturaleza de la energía oscura que está tirando del cosmos y no se puede saber cómo se comportará en el futuro o si se producirán alteraciones.
Desde un ángulo distinto, la escatología bíblica también se refiere a la destrucción de este mundo por el fuego. El apóstol Pedro escribe: Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas (2 P. 3:10). Sin embargo, el interés del apóstol no es tanto mostrar un esquema físico detallado del final del mundo sino, mucho mejor aún, enseñarnos que la esperanza del cristiano debe ser activa y transformadora del mundo presente. Ante la realidad de un fin material, el creyente debe ocuparse no tanto en lo que desaparecerá sino más bien en aquello que perdurará, como es la obediencia al Señor, la santidad y el amor a nuestros semejantes. La Biblia propone siempre la esperanza y no se refiere a un fin del cosmos definitivo ya que indica que el propósito de Dios es la creación de cielos nuevos y tierra nueva donde more la justicia (2 P. 3:13).
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