Un estudio de Mt 9:18-26, Mr 5:22-43 y Lc 8:40-55.
Aquella familia parecía una familia ideal. El esposo era un hombre de prestigio en la comunidad; las Escrituras lo llaman un príncipe de la sinagoga. Sin duda que era una persona respetada por sus funciones en la sinagoga.
Tenía esposa y una hija de doce años. Todo parecía andar bien hasta que esta niña se enfermó. No sabemos si en cuestión de horas o de unos pocos días la situación en forma progresiva empeoró y se dieron cuenta de que la niña estaba en peligro de morir.
El padre desesperado sale en busca del único que puede hacer lo que sólo un milagro podría resolver. Sale a buscar a Jesús de Nazaret, y de alguna manera obtiene la información para encontrarlo.
El episodio está descrito con detalles en los Evangelios sinópticos. Marcos nos cuenta en la primera mitad del capítulo 5 la historia del endemoniado gadareno. En la segunda mitad, vemos que Jesús de Nazaret, en vez de quedarse en aquella región toma el barco y se va a la otra orilla.
Es que en esa otra orilla hay una emergencia de la que ninguno de los discípulos tiene conocimiento. Una niña muy amada sin duda de sus padres, de doce años de edad, está muriendo.
No sabemos qué clase de enfermedad tenía. Probablemente sería una enfermedad infecciosa lo suficientemente grave como para ponerla al borde de la muerte.
No era un resfriado ni una gripe, quizás una meningitis por meningococo, una neumonía severa o una poliomielitis, para mencionar algunas de las enfermedades que son frecuentes y que pueden causar la muerte a esa edad.
Los datos médicos que tenemos son pocos: conocemos su edad, sabemos que estaba en cama y sabemos que probablemente hacía varios días que no comía.
Por supuesto que si el Señor Jesús se hubiera quedado unos días más del otro lado del lago el resultado hubiera sido muy distinto. Pero hay un Dios en el cielo y todo lo controla, y el Señor Jesucristo siempre estaba en el lugar que su Padre quería que estuviera.
No estaba ni cien metros ni un kilómetro más cerca o más lejos del lugar exacto que su Padre tenía para él.
Por eso él puede decir en las palabras de Jn 5:17: "Mi Padre hasta ahora trabaja; también yo trabajo". Luego el versículo 19 dice: "Por esto, respondió Jesús y les decía: De cierto, de cierto os digo que el Hijo no puede hacer nada de sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre. Porque todo lo que él hace, esto también lo hace el Hijo de igual manera".
"¡Qué suerte que lo encontré!", diría Jairo al llegar todo apurado donde está Jesucristo. Le expone la situación al Maestro y con gran alivio en su corazón encuentra que Jesús de Nazaret está dispuesto a ir con él.
Observen que no hace una curación a distancia como en el caso del siervo del centurión.
En Mr 5:22-23 leemos: "Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo. Cuando le vio, se postró a sus pies y le imploró mucho diciendo: Mi hijita está agonizando. ¡Ven! Pon las manos sobre ella para que sea salva, y viva".
Este hombre tiene persistencia; la Escritura nos dice que le imploró mucho. No fue una petición de cinco segundos y nada más.
El hombre sabía que la situación de su hija era desesperada. ¡Qué bueno es cuando nosotros hacemos lo mismo con nuestro Padre celestial!
Lc 18:7 dice: "¿Y Dios no hará justicia a sus escogidos que claman a él de día y de noche? ¿Les hará esperar?".
Como médico he visto muchas veces esa insistencia de la familia que quiere que en esa situación desesperada se haga un milagro; pero los seres humanos no podemos hacer lo imposible por nosotros mismos.
El padre se da cuenta de la condición muy seria de su hija: está agonizando.
Los detalles son pocos pero nos dan una buena idea de la situación. El padre no tiene ninguna ilusión falsa del estado de su hija. Él sabe que está agonizando.
Muchos hemos estado cerca de un ser querido cuando esto ha sucedido y no se necesita ser un profesional médico para darse cuenta cuando esto pasa.
La piel muchas veces se pone fría y sudorosa, la voz se torna cada vez más débil y entrecortada, las fuerzas casi desaparecen, la respiración se hace cada vez más leve, al principio muy rápida y luego siguen períodos de falta de respiración, hasta que al final el enfermo da su último suspiro.
De todo esto eran testigos los que se habían quedado en la casa con la niña.
El Evangelio de Mateo nos da la idea de que el desenlace final acaba de ocurrir: "Mi hija acaba de morir. Pero ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá" Mt 9:18.
No creo que esto sea una contradicción, pero es muy probable que cuando el padre salió de la casa ella todavía estuviera viva y en el camino es alcanzado por alguien que corre de la casa con la noticia de que acababa de morir.
Esto es lo que se infiere del relato de Lc 8:49. Es sugestivo que no escuchamos ningunas palabras del Señor Jesús; pero Mateo nos da un detalle interesante: "Jesús se levantó y le siguió con sus discípulos" Mt 9:19.
Interesa contrastar esto con lo que sucede cuando en Juan 11 le avisan al Señor que Lázaro está muy enfermo y él se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Pero no aquí; en este caso el Señor acompaña a Jairo de inmediato.
Me imagino a los discípulos hablando entre ellos. Tienen fresco en su memoria lo que el Mesías había hecho con el hijo de la viuda de Naín (Lc 7:11-17). Pero, ¿podrá el Maestro hacer este milagro?
Yo puedo visualizar la prisa de Jairo. Seguramente que él aligera el paso tratando de imprimirle el mismo ritmo a Jesús de Nazaret y a los discípulos. ¡Pero qué difícil lograrlo con una multitud que lo apretuja!
Es que Jairo sabe que cada minuto cuenta y que no tienen tiempo que perder.
Lucas nos aporta dos datos: nos dice que era la única hija y que Jairo le imploró al Señor Jesús que fuera a su casa (Lc 8:41-42).
La viuda de Naín también tenía un único hijo. El padre del muchacho lunático también dice que ese era su hijo único. ¡Cómo ama un padre o una madre a su hijo único!
Por supuesto que los padres aman a todos sus hijos con todo el corazón, pero cuando es el único, todo su amor, todas sus esperanzas, todas sus ilusiones para el futuro están concentradas en ese hijo.
Cuando yo sea un anciano, me alegraré jugando con mis nietos y nietas. Quizás podré darles todo el tiempo que por distintas razones no les di a mis hijos. Pero si se va el hijo o la hija única todo se acaba.
¡Pero qué admirable! La Biblia nos dice en Jn 3:16 que "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna".
Pero observemos la fe de Jairo como aparece en Mr 5:23: "Mi hijita está agonizando. ¡Ven! Pon las manos sobre ella para que sea salva, y viva".
De alguna manera este hombre tiene la certeza, la seguridad, la confianza, que todo lo que tiene que hacer Jesucristo es poner sus manos sobre la niña y todo va a estar bien.
Y este hombre tenía razón: cuando Jesucristo pone las manos sobre nosotros todo está bien. No hay ninguna situación en el Nuevo Testamento en que Jesucristo haya tratado de hacer un milagro y hubiera fracasado.
Pero nos preguntamos: ¿de dónde sacó este hombre tal fe? Las Escrituras nos dicen: "Por esto; la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Cristo" (Ro 10:17).
Seguramente que el padre de la niña enferma está dispuesto a dar todos los detalles de la enfermedad. Los familiares, con su buena voluntad, siempre nos dan muchos detalles que a veces son importantes y otras veces no.
Estoy seguro, aunque el texto no lo diga, que aquí pasa lo mismo. Es natural inquirir del enfermo sobre sus dolencias o síntomas. Si como dijimos antes, la niña hubiera tenido un proceso infeccioso, el padre hubiera hablado de la fiebre que la consumía.
Si hubiera sido una neumonía (llamada comúnmente pulmonía), nos hubiera dicho de la tos y la fiebre. Si hubiera sido una meningitis, nos habría contado del fuerte dolor de cabeza, los vómitos y la fiebre.
Comienzan la marcha y sucede lo que parecería que siempre pasa cuando estamos muy apurados: ¡una interrupción! El Señor Jesús se para y pregunta: "¿Quién me ha tocado?".
Yo me pongo en el lugar de Jairo y hubiera dicho: "Pero Señor, ¡apúrate, no te detengas! Ya podrás averiguar después quién te ha tocado. Vamos pronto antes de que sea demasiado tarde".
Cuántas veces en nuestra vida el Señor permite que sucedan cosas que, como en este caso, parecería que debido a la demora que provocan van a causar un daño irreparable.
Y allí está Jairo impaciente, quizás golpeando el suelo con su pie para tratar de apurar la situación, pero el Señor Jesucristo no tiene prisa. Él ha preguntado: "¿Quién me ha tocado?", y está esperando pacientemente la respuesta.
Una mujer emerge de la multitud y cuenta delante de todos lo que ella ha hecho y lo que le ha sucedido. Para mí son muy interesantes los versículos 34 al 36, pues después de que el Señor Jesucristo dijo a la mujer: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sanada de tu azote", mientras él todavía estaba hablando llegan con las malas noticias de la casa de Jairo.
Es decir, el grupo no se había puesto en movimiento todavía, cuando llega la infausta noticia. ¡Y justo cuando ya están más cerca de la casa! "Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestas más al Maestro?".
Yo me imagino la escena: "¡Oh, no, no puede ser!", grita uno de los discípulos. El hombre empalidece y una mueca de dolor se ve en su cara. Es que todos sabemos que no hay médico que pueda hacer una curación después de que el paciente haya muerto.
"Tu hija ha muerto", cuatro palabras que traspasan el corazón de un padre, hoy día, de la misma manera que hace dos mil años.
Es interesante notar cuán cruel puede ser el ser humano aun en situaciones de gran dolor. Si es verdad que la hija está muerta y todo se acabó, la familia ahora necesita consuelo ¡y quien mejor que el Señor Jesucristo!
Nadie mejor que aquel del que nos dice Pablo en 2 Co 1:3-5: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones.
De esta manera, con la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios, también nosotros podemos consolar a los que están en cualquier tribulación.
Porque de la manera que abundan a favor nuestro las aflicciones de Cristo, así abunda también nuestra consolación por el mismo Cristo".
Los que trajeron la mala noticia le habrán dicho al padre algo como: "No molestes más al Maestro; no seas inoportuno, no lo canses inútilmente". Y lo interesante es que lo que estas personas sugieren de no molestar al Maestro se sigue haciendo en el día de hoy.
Se hace en circunstancias cuando no hay nada mejor que se puede hacer que pedir la ayuda de aquel que nunca rechazó a un necesitado. Él mismo dijo: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar" (Mt 11:28).
Como médico, muchas veces tenía que ir al hospital a las dos, tres o cuatro de la mañana, y algunos pacientes se me disculpaban por hacerme salir de la cama al frío de la noche y de la nieve en el invierno.
Pero yo sabía que mi presencia era absolutamente necesaria, que el paciente lo necesitaba y era mi obligación moral ir a ayudarlo. A veces podía suceder que el paciente tuviera un problema emocional de pánico, y sus síntomas apenas fueran imaginarios.
Es decir, no estaba tan enfermo o grave como creía. Si hubieran esperado dos horas más para llamarme a las 6 de la mañana, nada adverso hubiera pasado y yo hubiera obtenido el descanso reparador que mi cuerpo tanto necesitaba.
Pero aquí tenemos al Gran Médico que nunca se queja, nunca murmura, nunca dice que no era necesario que lo llamáramos (Mr 14:6) (Lc 7:6) (Lc 11:7-9).
En el versículo 36 de Marcos 5 leemos: "Pero Jesús, sin hacer caso a esta palabra que se decía, dijo al principal de la sinagoga: No temas; sólo cree". En primer lugar, se le dice "no temas" porque él sabe muy bien lo propensos que somos a temer.
Le tenemos miedo al dolor, le tenemos pavor a la enfermedad, le tenemos terror a la muerte, le tenemos miedo a quedarnos solos en la vejez, y así podríamos seguir la lista.
Pero Jesucristo le dice: "No temas"; y agrega: "sólo cree". Sólo creer; parece tan fácil pero al mismo tiempo es tan difícil.
La realidad en la vida de este hombre es la pérdida de su única hija; y ahora Jesús de Nazaret le está diciendo: "No temas". En Lc 8:50 leemos: "...cree, y ella será salva". Mr 5:37 nos dice: "Y no permitió que nadie le acompañara, sino Pedro, Jacobo y Juan, el hermano de Jacobo".
Cualquiera de nosotros en una situación similar hubiéramos tratado de tener el mayor número posible de personas en el lugar para poder vanagloriarnos de lo que vamos a hacer. No es así con el Señor Jesús.
Él no está interesado para nada en montar una representación teatral. Pero nos volvemos a preguntar: ¿Por qué causa elige a estos tres discípulos y no a todos? Son los mismos tres discípulos que van a estar en el monte de la transfiguración y van a ver al Señor Jesús con gloria.
Es el mismo trío que va a estar en el Jardín de Getsemaní y va ver a su Maestro agonizar en oración. Son esos tres discípulos los que van a presenciar aquí un milagro de resurrección.
¿Seria posible que de alguna manera los otros ocho discípulos no estuvieran espiritualmente capacitados para presenciar ese milagro? (Y por supuesto que a Judas Iscariote ni lo contamos).
¿Sería posible que hubiera algo en la vida espiritual de estos ocho que no les permitiera presenciar lo que los otros tres podían ver?
Por supuesto que estos tres no eran personas perfectas. De Pedro no tenemos necesidad de decir nada, porque todos lo conocemos muy bien, su tendencia al apresuramiento y su negación del Señor.
Y sabemos que Juan y Jacobo (Mr 10:37) se le acercaron al Señor y le dijeron "Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda", con lo que provocaron el enojo de los demás discípulos.
¿Será posible que a pesar de sus imperfecciones, de lo impulsivo de Pedro y el deseo de preeminencia de Juan y Jacobo, que estos discípulos tuvieran algo que los otros todavía no hubieran alcanzado? Quizás ellos tenían la confianza y la fe que Jesucristo podía hacer el milagro.
Trench, en su libro sobre los milagros, nos dice: "El trabajo en el cual Cristo ahora estaba entrando era tan extraño y misterioso, que ninguno sino estos tres discípulos, la flor y la corona del grupa apostólico, estaban capacitados para ser testigos".
Al llegar a la casa hay un gran alboroto por los que lloraban y lamentaban mucho. Con dificultad nos podemos imaginar la escena, dado que en el medio oriente en estos casos se expresa el dolor en forma espontánea demostrando con tremendos gritos el dolor intenso.
En el versículo 39 de Marcos 5 leemos: "Y al entrar, les dijo: ¿Por qué hacéis alboroto y lloráis? La niña no ha muerto, sino que duerme". ¡Qué palabras de consuelo hoy en día, cuando los padres ven el cuerpo sin vida de un hijo! Las palabras de Jesucristo siguen vigentes: "no ha muerto, sino que duerme".
O en las palabras de Jn 11:25: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá". Mr 5:41-42 nos dice: "Tomó la mano de la niña y le dijo: Talita, cumi —que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate—. Y en seguida la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y quedaron atónitos".
Aquí vemos al gran médico tomando de la mano a la niña muerta y llamándola a la vida. Con cariño le dice: "Niña, levántate". Luego se preocupa de que le den de comer.
No sólo ella ha resucitado, sino que la enfermedad que la llevó a la muerte ha sido completamente erradicada y ella se siente bien como para alimentarse, lo que indica que su enfermedad ha desaparecido.
¡Qué escena tan conmovedora! Padre y madre ven cómo la hija que estaba muerta se levanta. La Escritura nos dice que estaban maravillados, atónitos; y no era para menos.
Las cortinas que oscurecían el cuarto mortuorio son corridas y la luz del sol llena la habitación. Los padres abrazan y besan a su hija y se arrodillan para adorar a aquel que hizo el milagro.
La multitud que había venido para consolar a los padres se va pasmada porque nunca vieron algo así.
- Los incrédulos curiosos excluidos del lugar del milagro.
- Los tres discípulos que Jesucristo quiso que estén al momento de la transfiguración, en la casa de Jairo y en el Getsemaní.
- Cuando parece que el Señor Jesús se demora.
- Los que no le quieren "dar trabajo al Maestro"
Del libro Un Médico examina los milagros de Jesús. Autor: Dr. Roberto Estévez. Publicado por la Casa Bautista de Publicaciones – Editorial Mundo Hispano
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