El amor y la misericordia del Señor salen al encuentro de los ciegos, para hacernos ver que nuestra incapacidad e invidencia como discípulos no hace sino poner de relieve la gracia de Dios manifestada en la persona de Jesús.
Mr. 8:22-26
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La cuestión central que atraviesa la columna vertebral del evangelio de Marcos puede resumirse en una pregunta: ¿Quién es Jesús? Pero el evangelista no se formula este interrogante de un modo abstracto y desencarnado, sino que lo ve íntimamente relacionado con la cuestión de quién es el verdadero discípulo de Jesús. La atención continua que dedica a los discípulos y la manera como los presenta, muestran claramente que el cristiano no puede preguntarse quién es Jesús sin preguntarse, a la vez, cuál es su actitud concreta ante este personaje histórico que se manifestó con un modo de vivir tan escandaloso para los poderes políticos, económicos y religiosos de su época. Porque fueron precisamente los que se creían piadosos, los buenos, sobre todo, los responsables religiosos de la comunidad judía, en alianza con los poderes políticos y militares, quienes lo llevaron a la cruz.
“… Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Mr. 8:29
Esta es la pregunta fundamental dirigida a los discípulos en el evangelio de Marcos, que el autor se encarga de responder con los hechos y palabras de Jesús de Nazaret.
Antes de iniciar la segunda parte del evangelio, Marcos va a explicar dónde radica la dificultad para comprender la revelación de Jesús. Pero como es algo que resulta difícil de ver desde la lógica humana, sitúa aquí un pasaje que hace de puente entre la primera y la segunda parte: la curación del ciego de Betsaida (Mr. 8:22-26). En la intención de evangelista, se trata de un pasaje conectado con el de la curación del ciego de Jericó (Mr. 10:46-52). Después de haber constatado la ceguera total de las personas, desde los enemigos de Jesús hasta sus discípulos, y antes de empezar a desarrollar con claridad aspectos del perfil de Jesús que resultan escandalosos, como son el sufrimiento, la cruz y la muerte, la curación del ciego de Betsaida posee un sentido claramente simbólico. Quiere hacernos descubrir que, si Dios no nos abre los ojos, si no transforma nuestra manera de ver las cosas, no seremos jamás capaces por nosotros mismos de entender el misterio de la cruz de Jesús, y mucho menos de seguirle en el camino de la cruz que, a partir de Mr. 8:31, dominará todo el evangelio.
Poco antes de este relato, Jesús había amonestado a sus discípulos con preguntas comprometidas: “¿Teniendo ojos no veis, y teniendo oídos no oís?” Mr. 8:18. Este era el problema central, porque a los discípulos que siguen a Jesús desde el principio les falta entendimiento. Como signo de la necesidad de abrirles los ojos se introduce este relato. Resulta curioso el cuidado del Señor que, lleno de paciencia, comienza imponiendo las manos, pregunta, escucha y utiliza su poder curativo hasta que el ciego puede ver con perfección todas las cosas. Es como una curación de largo aprendizaje, que podemos comparar con el proceso de enseñanza que Jesús está utilizando para intentar abrir los ojos de sus discípulos. De algún modo, el ciego de esta historia es, emblemáticamente, la comunidad de los discípulos.
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La progresiva y cuidadosa tarea con la que Jesús lleva adelante la sanidad del ciego, es signo de todo lo que había llevado a cabo con los suyos hasta este momento. A lo largo del camino el Señor ha querido abrir sus ojos para que mirasen y entendiesen de manera nueva todas las cosas Mr. 8:19-21, pero ellos parecen fracasar no entendiendo los caminos del reino. Sin embargo, Jesús no les rechaza, sino que continua con ellos rehaciendo el modelo de discipulado a la luz de su propia entrega.
Una vez más, el amor y la misericordia del Señor salen al encuentro de los ciegos, para hacernos ver que nuestra incapacidad e invidencia como discípulos no hace sino poner de relieve la gracia de Dios manifestada en la persona de Jesús. El discípulo, no lo será jamás por sus propias fuerzas, sino en tanto se abandona en las manos de la luz del mundo, que ilumina la vida de seguimiento en el camino. Soli Deo Gloria.
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