Hoy más que nunca es posible llevar a cabo la Gran Comisión. Y hoy estamos más equipados y capacitados que nunca para llegar a los confines de la tierra.
Desde el momento en que “el SEÑOR Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás?” (Gn. 3:9), la aventura del regreso de la humanidad al hogar del Padre celestial se reinicia y perpetúa siempre con un llamamiento. Esto es, al ruego de: “¡Reconciliaos con Dios!” (2Co. 5:20). Pero Dios, una vez expulsados nuestros primeros padres del jardín del Edén hace este llamamiento, no ya directamente sino por “la locura de la predicación” (1Co. 1:21). Es decir, a través de siervos y siervas suyos que llama para esta tarea.
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En este sentido, todo creyente ha recibido el mismo llamado para aceptar, vivir y predicar las Buenas Nuevas. Es lo que Pablo expresa como: “Yo, pues, prisionero del Señor, os ruego que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados” (Ef. 4:1). Pero cuando hablamos del llamado a la tarea global, casi automáticamente evocamos a esos grandes siervos de la época dorada de las misiones protestantes, como William Carey o Hudson Taylor, quienes nos parecen cercanos a los profetas de las Sagradas Escrituras y ciertamente superiores a nosotros. Y nos sentimos distantes de su experiencia.
¿Entonces cuál es la realidad del llamamiento para el día de hoy y nuestro contexto?
En una época donde en el “primer mundo” la falta de vocaciones es un clamor cada vez mayor de los que evocan con añoranza épocas gloriosas del pasado, y en concreto en nuestro contexto evangélico peninsular, ¿qué lugar ocupa o debería ocupar “el llamamiento a las naciones” en la experiencia de la iglesia? Es común escuchar la letanía: “nuestro país es todavía campo de misiones...” Y es verdad porque “el campo es el mundo” (Mt. 13:38). Entre tanto siga existiendo una porción del mundo todavía por alcanzar, ese lugar es y será campo de labor. Pero es tan campo el país que menos creyentes tiene como aquel que más obreros envía. Dicho de otra manera, el llamamiento a las naciones es tan válido para el uno como para el otro. ¿Acaso cuando tras la resurrección el Señor dijo a sus discípulos “...y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”, Jerusalén o Judea habían sido ya alcanzadas? ¿Acaso para que los primeros creyentes salieran a nuevas tierras el Espíritu no tuvo que empujar aprovechando la persecución, cuando Judea no había sido ni mucho menos evangelizada? De esta misma forma, cualquiera que sea nuestra “Judea” y por más urgente que sea la situación de necesidad de ésta, toda iglesia debe estar implicada hoy y ahora con los confines de la tierra. De lo contrario está descuidando su llamamiento más genuino: ¡La Gran Comisión!
No estoy hablando – ni se me ocurriría – de que toda iglesia tenga que obrar alocadamente y que, sin tener aún afianzadas sus propios amarres, se lance temerariamente a las olas encrespadas de una aventura transcultural, sin haberse sentado y calculado el coste. Esto sería contrario a lo que el Señor nos aconseja en la parábola de la torre y de la batalla. Pero en el relato de nuestro Señor la moraleja no es sentarse y desistir, o huir ante la batalla; sino afrontarla con dignidad conscientes de nuestros recursos y limitaciones. Aun en el caso de “inferioridad” el Señor dice que el rey “envía…” (Lc. 14: 28-32). Y la moraleja final no es “no arriesgarse si no tenemos suficientes recursos”, más bien es “cualquiera de vosotros que no renuncie a todas sus posesiones, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:33). Los recursos están ahí desde el momento en que renunciamos a todo lo que poseemos como patrimonio propio y lo reconocemos como patrimonio del Señor.
Una vez asentados estos principios, ¿qué es el llamamiento? Se ha idealizado o mitificado mucho el tema debido a veces a nuestra literatura grandilocuente y a convertir la experiencia de los citados grandes héroes, en sagrada tradición evangélica. Unos creen que a la fuerza debe consistir en algo así como una revelación celestial, del tipo de la que tuvo Pablo. Otros hoy en día lo reducen a una especie de “estudio de mercado” buscando los lugares más necesitados, o aquellos en los que podamos tener más posibilidades de éxito. Otros sencillamente ni lo consideran. ¡Ni lo uno ni lo otro! Dios ya nos ha llamado a todos con una clara revelación, en la Gran Comisión, y a la vez usa las circunstancias para despertar en todos nosotros su misericordia para con los perdidos. ¡A todos! Porque la empresa es de todos. Como William Carey, quien en la recién formada Sociedad Misionera Bautista, en su célebre respuesta a las palabras de “la India es una mina, tan profunda como el centro de la tierra; ¿Quién se aventurará…?”, dijo de forma magistral: “Yo estoy dispuesto a bajar, si ustedes sostienen la cuerda.”
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Aun en los llamamientos más dramáticos de la Escritura, como el de Isaías o el de Ezequiel, Dios se expresa de acorde a las circunstancias. A un Isaías que está entre un pueblo que ha caído en la superficialidad, se le aparece en un trono majestuoso que llena el templo, custodiado por los guardianes de su pureza, los serafines. A un Ezequiel que ha perdido sus raíces, pues ya no hay templo ni Jerusalén a la que apelar para arengar al pueblo, se le presenta en su trono-móvil, capaz de desplazarse desde donde una vez se emplazó el templo hasta el exilio a orillas del río Quebar, en la actual Iraq. A los doce se los lleva de campaña evangelística por pueblos y aldeas, y “viendo [Jesús] las multitudes, tuvo compasión de ellas”. Él, que era misericordioso hasta el grado de dejar su trono celestial para venir a salvarnos, al entrar en contacto directo con la necesidad se conmovió todavía más. ¡Cuanto más esto fue ocasión para que hiciera un llamamiento a quienes lo acompañaban! (Mt. 9:37) Es decir, en la medida que los discípulos entraron en contacto con las necesidades – extrapolándolo a nuestros días: en la medida que hacían viajes exploratorios, iban a conferencias, recababan información sobre los países más necesitados en internet, preguntaban a las agencias cuales son las estrategias mejores, etc. – en esa medida estuvieron en condiciones de captar el llamado del Señor. “Por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt. 9:38). Y en la medida que oraron por esta necesidad, un versículo después, Él, “llamando a sus doce discípulos… A estos doce envió después de instruirlos…” (Mt. 10:1, 5). En consecuencia, podemos decir que nuestros oídos estarán en condiciones de oír Su llamado en la medida en que nosotros: (1) estemos involucrándonos con la Gran Comisión, (2) entrando en contacto con las necesidades, (3) orando en consecuencia, y (4) recibiendo la instrucción necesaria.
¿Qué fue en nuestro caso – el de mi mujer y el mío – lo que nos hizo sensibles al llamamiento? La iglesia oraba por otros países, la iglesia evangelizaba de forma sistemática, la iglesia enseñaba sobre los confines de la tierra, la iglesia organizaba campañas de verano en otros lugares, la iglesia ofrendaba por las naciones... Y nosotros con ella. Orábamos diciéndole al Señor: “Señor, ¿qué quieres que hagamos?” Evangelizábamos, íbamos a campañas, ofrendábamos, leíamos sobre países necesitados, devorábamos biografías... Por fin en una visita de uno de los barcos de OM, en 1982, tras la información que se dio de las necesidades de los cristianos en Turquía y la invitación general para escuchar el llamado, ambos sentimos en nuestro corazón, individualmente y por separado: “tú tienes que ir”.
El caso es que Dios está llamando, pero nosotros podemos no estar escuchando; como las ondas de radio están presentes en todo lugar, pero no las captamos si carecemos del receptor necesario.
De este modo podemos decir que el llamamiento puede ser tanto directo como indirecto. Es decir, Dios usa una serie de circunstancias y personas para despertar en nosotros inquietudes y según la vocación que ha dado a cada uno, sensibiliza así nuestro corazón para escuchar su voz. Aún más, en algunos casos puede y debe ser suficiente Su forma indirecta de llamarnos. Pablo recibió un llamamiento directo, claro y dramático. Pero hasta donde sabemos, atendiendo a los indicios que nos dan las Escrituras, Timoteo respondió afirmativamente a lo que el Señor le mostró a través de otros. Por un lado, Pablo propone reclutarlo (Hch. 16:1-3) y por el otro los ancianos de su iglesia ratifican esta invitación en declaración profética (1Ti. 4:14). La iniciativa no partió de una revelación que Timoteo hubiera recibido, sino de que “Pablo quiso que éste fuera con él” (Hch. 16:3). Pero todo ello ocurre en un ambiente donde la Gran Comisión no es entendida como un algo extraordinario o estrafalario, sino como el ADN de la fe.
Y no porque estos hermanos fueran un poco crédulos o ingenuos – ni mucho menos – sino porque no le ponían límites a lo que el Señor quería y podía hacer con sus vidas, si es que ellos estaban dispuestos a obedecer.
De hecho, en el tan dramático llamamiento y proceso de envío de Pablo, vemos claramente cómo se dieron pasos bien sensatos y consecuentes. Pero siempre fueron pasos hacia adelante y nunca titubeantes. Pablo tuvo que pasar por un proceso de primer amor, o primer ardor. Luego unos 11 años de meditación, servicio y maduración. Para seguir con un año de práctica intensiva de lo aprendido y adquisición de experiencia en Antioquía. Hasta llegar al punto en que sus colaboradores en la responsabilidad de la iglesia (los maestros y profetas de Antioquía), con quienes de cierto habría compartido su llamamiento e inquietudes, así como lo había hecho con Bernabé, por fin son ellos que disciernen, oyen en la atmósfera espiritual y en sus corazones la misma voz del Espíritu confirmando el llamamiento (Hch. 13:1-3). Entonces se da el paso definitivo y Pablo es enviado. Es decir, se ve claramente un proceso de sensibilización, preparación, confirmación y envío. En este proceso la clave es que “todos están ministrando al Señor”; es decir estaban sirviéndole en los términos que Él establece, no poniéndole trabas alegando falta de recursos o de vocaciones. Creían que Dios dirigía sus vidas, asumían en su pobreza que poseían todo lo necesario y cultivaban un ambiente de servicio sin dudar. Y a la vez hacían las cosas bien y con responsabilidad.
En un mundo cada vez más globalizado, más pequeño y con menos fronteras técnicas; hoy más que nunca es posible llevar a cabo la Gran Comisión. Y hoy estamos más equipados y capacitados que nunca para llegar a los confines de la tierra. Podemos empezar invirtiendo nuestras vacaciones en visitar los lugares más necesitados desde el punto de vista del Evangelio; para abrir los ojos, orar, ayudar en lo que se tercie, cultivar un espíritu por las naciones. La pregunta es: ¿hallará fe el Señor en nuestros corazones cuando venga a llamarnos? La fe es por el oír, y el oír por la Palabra (Ro. 10:17). Más que nunca tenemos que hablar sobre las necesidades del mundo, enseñar sobre el tema, escribir sobre ello; retar al pueblo, orar por las necesidades, invitar a nuestros jóvenes, o no tan jóvenes, a nuestro mejor potencial, a no perder el tren del Espíritu Santo, sino dejar que “el viento” sople sobre nosotros en la dirección que Él quiera. Por ello el llamamiento es un llamamiento corporativo. Es decir, involucra a todo el cuerpo. No se pueden despertar vocaciones si no las cultivamos. No se puede ir, si no hay quienes envían. No se puede enviar si las naciones no están en nuestros presupuestos de hogar y de iglesia, en nuestro calendario, en nuestros programas de entrenamiento y si nos son un proyecto de la iglesia local.
Pero además el llamamiento es corporativo porque es tarea no solo de esta o aquella iglesia, sino porque las iglesias son miembros de un cuerpo mayor de iglesias que deben unir esfuerzos para no enfatizar solo orejas, narices, o bocas; sino para aportar cada uno lo que mejor tiene y sabe hacer, para desarrollar el marco donde el Señor y el Espíritu dirán “apartadme a tal y a cual para la obra a la que los he llamado” y para que cada vez muchos más digan: “Heme aquí, envíame a mí”.
Carlos Madrigal es miembro de la Plataforma Española de Misiones (AEE) que busca fomentar la colaboración entre líderes de iglesias locales y organizaciones evangélicas para impulsar la misión transcultural desde España: [email protected]
Extracto, con permiso del autor, del libro "Recomponiendo La Misión Con Jesús – Reflexiones sobre la misión, sobre la tarea global y sus implicaciones para el mundo" (Impresiones 2018) de Carlos Madrigal Mir. Para disponer del libro completo, ver aquí.
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