El origen del universo no tuvo ningún centro o lugar de inicio ya que el espacio todavía no existía. Por no existir, no existía absolutamente nada, ni espacio, ni energía, ni materia, ni tiempo.
La teoría del Big Bang es el modelo cosmológico más aceptado por la comunidad científica actual. Aunque todavía presenta algunas cuestiones que carecen de respuesta, goza no obstante de una amplia aceptación. Durante muchos años, la ciencia creyó que el universo era eterno, que no había tenido principio ni tampoco tendría fin. La idea de creación a partir de la nada se consideraba mítica o religiosa y, por tanto, incompatible con el verdadero conocimiento científico. Sin embargo, en el pasado siglo XX, esta concepción se vino abajo con el nacimiento del modelo del Big Bang y se empezó a aceptar que el universo había tenido un principio. Esta teoría supone que el cosmos empezó su existencia en un estado infinitamente denso y caliente. A partir de ahí, se inició un proceso de expansión que no siempre se ha desarrollado a la misma velocidad.
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Primero, fue extraordinariamente rápido pero después se volvió más lento por efecto de la gravedad para finalmente volver a acelerarse, por causa de esa todavía incomprensible energía que los cosmólogos llaman “oscura” y así ha continuado hasta el presente. Todavía hoy es posible detectar que las numerosas galaxias y estrellas se están alejando unas de otras a una velocidad que va en aumento. Se cree que, en las primeras etapas de esta expansión, se formaron los átomos y se creó la materia.
Algunas de las principales pruebas que respaldan este modelo son la existencia del llamado “fondo cósmico de microondas”. Se trata de una radiación predicha por el Big Bang y que se pudo detectar en todo el espacio. También la presencia y abundancia de los elementos químicos distribuidos por todo el cosmos es lo que se esperaría si esta teoría fuera cierta. Aunque, tal como se ha mencionado, la física actual no puede explicar lo que ocurrió en el instante cero de la creación, el modelo de la Gran Explosión sigue siendo una teoría sólida y ampliamente aceptada en la actualidad sobre el origen del universo. De manera que, según el Big Bang, todo habría comenzado hace unos trece mil ochocientos millones de años. Esta fecha se deduce sobre todo de la expansión del cosmos. Calculando la velocidad a la que las estrellas se alejan unas de otras y rebobinando hacia atrás se llega a esta extraordinaria fecha.
Desde el movimiento del Creacionismo de la Tierra Joven, que no acepta esta antigüedad del universo, algunos han sugerido que quizás Dios creó los rayos de luz de las estrellas estando ya en tránsito y llegando a la Tierra desde el principio. Lo cual significaría que nada de lo que se ve en el espacio (más allá de los 6 000 años-luz) habría ocurrido de verdad.[1] No obstante, no todos los que pertenecen a este movimiento creen que semejante explicación sea válida pues no parece encajar con el carácter de Dios. Otros, proponen que quizás la velocidad de la luz pudo ser mucho mayor en el pasado y así haber podido recorrer el universo en menos tiempo de lo que lo haría hoy. De la misma manera, esta idea no goza de aceptación general en el movimiento ya que no existe constancia de tal variación. Finalmente, se ha contemplado otra posibilidad, basada en la teoría de Einstein, que afirma que el tiempo se ve afectado por la velocidad y la gravedad. Si un objeto se mueve a la velocidad de la luz, para él el tiempo transcurre más lentamente. La luz que tardaría miles de millones de años en llegar a la Tierra, podría arribar en sólo milenios, según los relojes terrestres. Si la expansión del universo fue menor en el pasado, tales efectos serían aún más potentes. Se trata de una idea interesante pero también muy minoritaria.
Cuando se propuso por primera vez el modelo del Big Bang, no todos los cosmólogos lo aceptaron con agrado. Uno de los más famosos de la época, el astrofísico inglés Fred Hoyle, que era partidario del universo eterno, estático e inmutable, se refirió a él en un programa de radio de la BBC y lo llamó, con tono burlón, “gran explosión” (en inglés, big bang). Curiosamente, este calificativo que pretendía desprestigiar la teoría, fue el que acabó por imponerse en todo el mundo. De manera que el modelo del Big Bang debe su nombre a un científico que no creía en él. De hecho, la idea de una gran explosión tampoco hace honor a lo que realmente debió ser el origen del cosmos. Las explosiones conocidas suelen ocurrir a partir de un punto central del que se expanden por el espacio. Sin embargo, el origen del universo no tuvo ningún centro o lugar de inicio ya que el espacio todavía no existía. Por no existir, no existía absolutamente nada, ni espacio, ni energía, ni materia, ni tiempo. Nada de nada. ¿Pudo haber algo -aparte del Creador- antes de ese inicio de todo?
Hace más de mil quinientos años, Agustín de Hipona escribió: “Yo no veo cómo puede decirse que el Universo fue creado después de lapsos de tiempo, a menos que se diga que antes de esa creación ya existía algún cuerpo creado cuyos movimientos pudieran marcar el paso del tiempo”.[2] Es curioso que, un milenio y medio después de la vida de este gran teólogo, todavía se debata este asunto, a propósito de la teoría del Big Bang. Sin embargo, la conclusión a la que llegó Agustín fue: “Todo lo formado, en cuanto está formado, y todo lo que no está formado, en cuanto es formable, halla su fundamento en Dios.”[3]
Notas
[1] Ham K. 2013, El libro de las respuestas sobre la creación y la evolución (1), Patmos, Miami, p. 212.
[2] Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios (IVa), citado en López, C. 1999, Universo sin fin, Taurus, Madrid, p. 17.
[3] Ropero, A. (editor) 2017, Obras escogidas de Agustín de Hipona (T. 1), Clie, Viladecavalls, Barcelona, p. 85.
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