Desde la expulsión del paraíso terrenal, el ser humano es responsable de sí mismo y de lo que, para bien o para mal, con su conducta, usos y costumbres afecta a los demás y a su entorno.
Ningún ser racional debería ignorar que es único responsable de las consecuencias de sus decisiones y actos. Consciente o inconscientemente, voluntaria o involuntariamente, todos los disfrutamos o padecemos como siendo esclavos de ellos.
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Leemos en el Génesis que la desobediencia de la criatura trajo consecuencias nunca antes conocidas: sufrimiento, dolor, sacrificio, cansancio, envejecimiento, muerte espiritual y física. Tanto la mujer como el varón terminaron viviendo y trabajando en el campo. Pero, además, ambos:
a) Tuvieron miedo de escuchar la voz de Dios
b) Inauguraron la costumbre de justificarse inculpando a otros de su propio error.
c) Dejaron de tener acceso al árbol de la vida.
Por su parte, la mujer cargó con estas consecuencias:
Sufrir mucho más durante el embarazo.
Dar a luz a sus hijos con dolor.
Satisfacer su deseo en su marido.
Tener en su marido a su señor.
Y el varón es directo responsable de que:
La tierra sea maldita.
Su alimentación diaria esté acompañada de dolor.
La tierra sea cubierta de estériles espinos y cardos.
Deba sudar trabajando en el campo, para comer el pan de cada día.
Al morir, deba regresar a la tierra de la que ha sido formado.
El hecho de habernos convertido en seres morales por vía de la desobediencia a Dios, nos ha sumido en un estado de lucha sin solución de continuidad. Esto es verificable a lo largo de la historia de la humanidad. Aún hoy, somos testigos de la existencia de hombres y mujeres ambiciosos que, ejerciendo poderes absolutistas, son responsables del hambre, pobreza y mortandad de millones de inocentes.1 Otros, llegan a aplicar la desaparición, prisión, tortura y muerte de personas que se atreven a no pensaran como ellos.2
Dos mil años atrás, en su carta a los congregados en Roma, el apóstol Pablo ya describía esta horrible situación causada por la desobediencia de la criatura, que la condenó a vivir en conflicto interior permanente. En su confusa consternación, comienza a buscar posibles salidas a su insoportable estado. Así lo expresaba Pablo:
“Yo sé que en mí —a saber, en mi carne— no mora el bien. Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero sino, al contrario, el mal que no quiero, eso practico. Y si hago lo que yo no quiero, ya no lo llevo a cabo yo sino el pecado que mora en mí. Por lo tanto, hallo esta ley: Aunque quiero hacer el bien, el mal está presente en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo en mis miembros una ley diferente que combate contra la ley de mi mente y me encadena con la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” 3
No solo enseñaba el apóstol Pablo que pecamos porque somos pecadores. También comparó con las dolorosas semanas de gestación de un nuevo ser, al constante y destructivo proceso de confrontación que sufre la humanidad toda. Y esos eran días en los que el Imperio Romano hacía correr ríos de sangre al conquistar pueblos.
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Hoy nadie puede excusarse de la ruptura del equilibrio ecológico, ni de la constante destrucción del medio ambiente. Esto es así porque Dios sumió a toda la creación en un estado de arrogancia y presunción para que nadie tenga excusas.
“Porque la creación ha sido sujetada a la vanidad, no por su propia voluntad sino por causa de aquel que la sujetó, en esperanza de que aun la creación misma será librada de la esclavitud de la corrupción para entrar a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una sufre dolores de parto hasta ahora. Y no solo la creación sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos aguardando la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo.” 4
Estas declaraciones de Pablo no son arbitrarias ni ambivalentes. Se basan en la voluntad soberana de Dios revelada para que su criatura comprenda, y asuma cabalmente, que su desobediencia sigue siendo transmitida a todas las generaciones. Que es por ella que se siguen generando crueles enfrentamientos entre los humanos movidos por la codicia y la ilimitada ambición de poder. El resultado es que ya nos hemos acostumbrado a ello.
Un científico de la talla de Erich Fromm describió así esta realidad: “Sea lo que sea lo que codicie, el codicioso no puede tener bastante, no puede quedar saciado. En oposición a las necesidades fisiológicas, como el hambre, que tienen un punto definido de saciedad debido a la fisiología del cuerpo, la codicia mental (toda la codicia es mental, aunque se satisfaga a través del cuerpo) no tiene un punto de saciedad, ya que la consumación no llena el vacío interno, el aburrimiento, la soledad y la depresión que se supone que debe satisfacer.
Además, como lo que el individuo tiene le puede ser arrebatado de una manera u otra, debe tener más para fortalecer su existencia contra ese peligro. Si todo el mundo desea tener más, todo el mundo debe temer a las intenciones agresivas del vecino que desea quitamos lo que tenemos. Para prevenir este ataque, el individuo debe volverse más poderoso y preventivamente agresivo. Además, ya que la producción, por grande que sea, no podrá mantenerse al ritmo de los deseos ilimitados, debe haber competencia y antagonismo entre los individuos en lucha por obtener el máximo. Y la lucha continuará aun si pudiera alcanzarse un estado de abundancia absoluta; los que tienen menos en materia de salud física, atractivos, dones, inteligencia, amargamente envidiarán a los que tienen más”. 5
Aquél, de quien al principio la criatura se escondió a causa de su desnudez, le hace oír su voz nuevamente, induciéndolo al arrepentimiento. La inimitable voz de Dios es la que puede revelarnos que la confesión de pecados abre el único camino que tiene un final de victoria. El Creador es ahora Redentor y Restaurador; el único que puede ayudar al arrepentido a enfrentar la diaria lucha que librará en adelante. Le demuestra que el Mal que existía antes de la Creación, aunque parezca dominante, ya fue derrotado; sigue siendo derrotado; y será totalmente derrotado. Ese será el ansiado día en que la aciaga historia presente verá su fin.
La Palabra revelada por Dios es la única que explica la realidad temporal que nos toca vivir. Él sujetó toda la creación al pecado, como medio necesario al proceso de su restauración. En su permanente obrar con Justicia y Amor, Dios decidió no dejar fuera a su criatura. Para restaurarla, la asoció en la cósmica batalla en la que el Bien se impondrá eternamente. Es lo que Dios le reveló al apóstol Juan, para que lo deje escrito:
“Oí una gran voz que procedía del trono diciendo: ‘He aquí el tabernáculo de Dios está con los hombres, y él habitará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. No habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas ya pasaron’. El que estaba sentado en el trono dijo: ‘He aquí yo hago nuevas todas las cosas’.” 6
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Referencias
1. Según UNICEF, cada año mueren 2.800.000 niños. Nota: cada minuto mueren entre 5 y 6 niños. En el tiempo que lleva leer este artículo, digamos 8 minutos, murieron entre 40 y 44 inocentes.
2. Según Amnistía Internacional, son numerosos los países donde no se respetan los más básicos derechos humanos de sus ciudadanos.
3. Romanos 7:18-24.
4. Romanos 8:20-23.
5. Erich Fromm (1900-1980). VI. OTROS ASPECTOS DE TENER Y DE SER / Seguridad o Inseguridad
6. Apocalipsis 21:3-5a.
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