Cada uno de nosotros conoce su propia vida, sabe como es su relación con el Señor, y disfruta de andar con él; aún en medio de los valles más oscuros.
“Vivir en los corazones que dejamos atrás no es morir”.
Thomas Campbell
Hace tan solo unos meses se cumplieron 25 años del triste y sorprendente adiós a la princesa Diana y, más de dos décadas después de su trágica muerte en un accidente automovilístico a fines del verano de 1997, todavía ocupa un lugar en el corazón de los súbditos británicos y en la población de otros países que veían en ella a la princesa del pueblo. Porque, como decíamos al principio la preciosa frase del poeta Thomas Campbell, es una realidad inalienable.
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Diana nunca ha dejado la actualidad y está hoy más presente aún si cabe que en otros tiempos; solo tenemos que mirar hacia el giro de acontecimientos que ha dado la aparición de Meghan Markle y sus quejas en contra de la presión de la prensa.
Diana de Gales, más conocida para la mayoría como Lady Di, ha sido un icono de estilo que hoy tendría 61 años y que dejó huella de tal modo que nadie ha logrado igualar, ni siquiera una impecable Kate Middleton, que está demostrando una imagen perfecta en todos los actos en los que representa a la Corona. Y aunque los vestidos de Kate se agotan en las tiendas, las firmas de moda siguen inspirándose en los looks y prendas de su suegra. Lo que está claro es que los estilismos de Lady Di y su forma de llevarlos han cambiado para siempre el cómo vestir de las princesas actuales. Incluso podríamos decir que afectó de una forma única a la moda de los años 90.
Rompió con las líneas del imaginario principesco y ofreció una imagen muy diferente desde que la presentaron como la joven prometida del Príncipe Carlos; así que pronto se convirtió en una figura influyente en el panorama de la belleza. Desde sus años de adolescencia, con una cara lavada y mirada inocente a la vez que curiosa, hasta looks mucho más atrevidos a finales de los 80 y durante los 90, sigue siendo una fuente de inspiración de moda y belleza hasta el día de hoy.
Me pregunto por qué estoy escribiendo sobre este tema del que ya han corrido muchos ríos de tinta en los últimos meses y muchos años antes; tal vez sea porque estoy casada desde hace mucho tiempo con un británico hasta las trancas que casi se me pone de pie al ver un desfile de Isabel ll, escucha con casi reverencia el Himno inglés antes de un partido de football… alguien para quien el Big-Ben es es uno de sus más grandes iconos y el Roast beef una de las más deliciosas comidas acabando con un buen Plum cake, si es Navidad. Casi me veo con un sombrero que no tiene nada que ver con esta españolita de a pie ¡¡y a mucho orgullo!!, en Ascot.
Desde sus inicios como adolescente enamorada hasta los últimos meses de su vida como mujer independiente, Diana fue fiel a un estilo. Creó un personaje con una dinámica propia y una estética única, maquillada lo justo, con un peinado valiente. Todas estas características conformaron una imagen que encandilaba por su amabilidad, confianza y singularidad, especialmente cuando se trataba de su estilo. Su rostro sigue siendo uno de los iconos beauty del presente.
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Diana Frances Spencer nació en Park House, Sandringham (Norfolk) el 1 de julio de 1961. Hija menor de John Spencer, octavo conde de Althorp, y de Frances Ruth Roche, creció en una familia de la pequeña nobleza junto a sus dos hermanas, Sarah y Jane, y su hermano menor, Carlos. Pasó los primeros años de su vida en la residencia familiar de Sandringham, donde recibió su primera educación de manos de institutrices.
En 1968, tras el divorcio del matrimonio Spencer, la pequeña Diana quedó bajo custodia paterna, y aquel mismo año ingresó en la escuela de King's Lynn. En 1970 se trasladó al internado femenino de Riddlesworth Hall, y en 1973 ingresó en West Heath, otro internado en el condado de Kent. Entre 1977 y 1978 estudió en Suiza y finalmente se estableció en Londres. Allí trabajó para varias empresas hasta que en noviembre de 1977 conoció al príncipe Carlos, primogénito de la reina Isabel II de Inglaterra y heredero del trono británico, a quien se unió sentimentalmente dos años después.
El 24 de febrero de 1981 el portavoz del Palacio de Buckingham anunció el compromiso oficial de lady Diana Spencer y el príncipe Carlos; desde ese momento Diana trasladó su domicilio a Clarence House, residencia de la reina madre. La boda de la pareja, que se celebró el 29 de julio de 1981 en la catedral londinense de Sant Paul y fue oficiada por el arzobispo de Canterbury, se convirtió en un acontecimiento de amplísima repercusión internacional, retransmitido por televisión a setecientos millones de espectadores; en Londres convocó a más de un millón de personas, y no faltaron a la ceremonia los principales miembros de la aristocracia europea y ciento setenta jefes de Estado.
Por su enlace con Carlos, Príncipe de Gales, Diana recibió el título de Princesa de Gales, si bien su familiaridad y simpatía popularizó en seguida entre sus súbditos el apelativo «Lady Di». El 21 de junio de 1982 la flamante princesa dio a luz a su primogénito, el príncipe Guillermo, en el hospital Saint Mary de Paddington. Aquel mismo año Diana de Gales efectuó su primer viaje oficial en solitario para asistir al funeral de la ex actriz y princesa de Mónaco Grace Kelly. En abril del año siguiente, Diana acompañó al príncipe Carlos a Australia y Nueva Zelanda en el que fue el primer viaje oficial de los consortes. El segundo hijo de los príncipes de Gales, Enrique, nació el 15 de septiembre de 1984.
A pesar de que Diana trató de llevar una vida familiar dedicada al cuidado de sus hijos, en su agenda se imponía la limitación de los más de quinientos compromisos oficiales que el matrimonio estaba obligado a atender anualmente. Hasta 1985, los príncipes de Gales no mostraron desavenencias en público, pero a partir de 1986 la prensa sensacionalista británica comenzó a divulgar indicios de crisis matrimonial. Aunque la familia trataba de ofrecer una imagen de unidad, lo cierto es que cada vez se hacían más frecuentes los viajes de Diana en solitario, y en mayo de 1992, después de regresar de la India y Egipto, saltaron a la opinión pública los primeros rumores de separación. En diciembre de ese mismo año se separaron definitivamente.
Nunca puedo olvidar una de las tantas entrevistas que Diana concedió, el periodista le preguntaba el porqué de todo aquello, y aquella adolescente que se había casado profundamente enamorada, ya separada de Carlos de Inglaterra dijo entre lágrimas: en nuestro matrimonio éramos tres, obviamente uno de ellos sobraba. Estaba hablando de la que después de tantas y tantas cosas, llegará a ser la futura Reina consorte de Carlos, heredero de la corona británica.
La noche del 30 al 31 de agosto de 1997 viajaba en coche con Dodi-Al Fayed y ambos perdieron la vida en un aparatoso accidente de automóvil, cuando trataban de evitar a los paparazzi y circulando a gran velocidad por el túnel del puente del Almá en París. Al-Fayed murió en el acto; Diana Spencer fue llevada al Hospital de la Pitié-Salpêtrière, donde falleció pocas horas después. La casa real británica, que al principio mostró no pocas reticencias, accedió al reclamo popular y celebró en su honor un soberbio funeral en Westminster, que fue retransmitido en directo por televisión y al que asistieron cerca de dos millones de personas.
La historia de Diana de Gales, llega hasta nuestros día y seguirá pasando a la historia por multitud de motivos. Después de habernos paseado por su vida y algunos lugares del mundo, quiero ir a la Escritura y ver lo que tiene mi Señor para mí en todo este recorrido y compartirlo con todos vosotros:
“Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras”.
Mateo 16:26 y 27
“Pero, si desde allí buscas al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, lo encontrarás.”
Deuteronomio 4:2
¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza, y todavía lo alabaré. ¡Él es mi Salvador y mi Dios!
Salmo 42:11
“Oh Dios, tú eres mi Dios; yo te busco intensamente. Mi alma tiene sed de ti; todo mi ser te anhela, cual tierra seca, extenuada y sedienta”.
Salmo 63:1
Cada uno de nosotros conoce su propia vida, sabe como es su relación con el Señor, y disfruta de andar con él; aún en medio de los valles más oscuros. Os he dejado cuatro textos escogidos de la Escritura, que bien pueden valer para los que somos sus hijos, como los que todavía no han llegado a serlo; pero a los que Dios ama con todo su corazón y está esperando a que vayan a él. Así que después de esté viaje tan especial, quiero dejar con vosotros una de las canciones más bonitas que he escuchado jamás…
Con mis mejores deseos de bendición.
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