Vivir despiertos

LUCAS 12:32-48

La casa en la que yo nací era un edificio centenario en la ciudad de Valencia. La vivienda no era muy grande, un primer piso con poca luz y bastante ruido. Mi hermano y yo teníamos una modesta habitación compartida, interior y pequeña; disponía de un mini armario y dos sencillas mesitas. Siempre pensé que nuestro cuarto era el mejor del mundo, hasta que lo comparé con otros. Cuando pude ver de cerca cómo eran los de mis amigos, algunos de ellos más grandes, más lujosos, más iluminados y más bonitos, algo cambió dentro de mí y comencé a inquietarme pensando que merecía algo igual a lo que ellos tenían.

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Esta página del evangelio de Lucas se inicia temáticamente con un texto radical: “¿Por qué os afanáis?... No estéis en ansiosa inquietud.” (Lc. 12:26, 29). El contexto es renunciar a que el apego a las cosas materiales, incluidas aquellas que son necesarias, nos desvíe de lo esencial: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Lc. 12:34). Importa saber discernir los valores cuya validez no caduca.   

Allí donde las gentes del mundo buscan y persiguen con afán y ansiedad todas estas cosas necesarias para la vida, los hijos del reino no es que se inhiban de las cosas necesarias, claro está, sino que se sitúan ante la realidad desde la fe. Y hay fe auténtica allí donde se renuncia a afianzarla por medio de algo visible; esta es la fe en Dios y no el mundo. La única certeza que la verdadera fe admite es la palabra de un Dios que “sabe que tenemos necesidad de estas cosas” y que nos invita a construir el reino de Dios con la promesa de que todas estas cosas serán añadidas.

Justo a continuación, Jesús cuenta algunas historias cuyo motivo dominante es la espera vigilante y dinámica: los criados que esperan en la noche la vuelta del amo; la irrupción inesperada del ladrón en la casa para desvalijarla; el administrador diligente, siempre dispuesto a presentar los libros al día cuando el amo le llame a cuentas.

La vigilancia, especialmente cuando la noche parece que nunca va a terminar, se sostiene por la esperanza y tiene estos rasgos distintivos: En primer lugar, una mentalidad de gente en camino, “Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas” (vs. 35). En segundo término, una conciencia clara de los peligros que amenazan. Basta un momento de distracción y decaimiento para que algo o alguien aproveche para robarnos los más valioso. Por último, una fidelidad constante y una gran cordura. Estas historias representan la condena de un estilo cristiano somnoliento, distraído, apagado y cansinamente repetitivo y constituyen una invitación a un compromiso inteligente, a un servicio diligente y a una apertura hacia lo imprevisible.

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Es muy fácil vivir dormidos. Basta con hacer lo que hacen casi todos: imitar, amoldarnos, ajustarnos a lo que se lleva para que, poco a poco y sin ni siquiera apercibirnos, nos quedemos sin poder de reacción experimentando una experiencia cristiana adormecida que da tranquilidad, pero no vida. El problema es que sólo tenemos una vida, no disponemos de otra en el banco, por tanto, es necesario reaccionar ante estas palabras que nos llama a vivir con lucidez y responsabilidad, renunciando a la pasividad y el letargo.

El Señor nos llama a estar vigilantes y a velar, no para mantener las cosas como están en el estatu quo del presente, sino para seguir  trabajando por el reino de Dios  hasta que llegue el esperado acontecimiento de su venida. Mientras tanto, somos llamados a vivir preparados, vigilantes y despiertos como si Jesús hubiera muerto ayer, hubiera resucitado hoy y fuera a venir mañana. Soli Deo Gloria.