La urgencia de la salvación para la gente que nos rodea nos viene dada por el mismo Señor Jesús, su misión redentora y su encargo solemne a sus discípulos para el cumplimiento inmediato de la gran comisión nos muestra el celo y la pasión de Dios por los perdidos.
Mientras escribo este artículo no puedo dejar de llorar porque me invade una fuerte emoción acerca de lo que nuestro buen Dios siente por este mundo perdido de forma global; pero, muy especialmente, por cada persona en particular. El Dios de dioses tiene esa extraordinaria capacidad de amar a cada ser humano como nadie puede amar, a pesar de tantos defectos y maldades que nos caracterizan a cualquiera de nosotros.
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En estos tiempos, escuchamos hablar de salvar a muchas de las especies animales de nuestro planeta que están en riesgo de extinción; no obstante, la gran paradoja es que el valor de la vida humana se está devaluando rápidamente entre la conciencia social en muchos lugares del mundo.
Sin embargo, la Misión de Dios es salvar a muchos hombres y mujeres de nuestra generación que están perdidos, sin Cristo y sin esperanza en el mundo, antes de que sea demasiado tarde. Porque ni la Nada ni el Purgatorio son ciertos, son una invención popular y religiosa que, en definitiva, vienen a ser una absoluta falacia.
La principal pasión del corazón de Dios Padre es salvar a la raza humana a toda costa, antes de que esta se eche a perder del todo respecto a su destino eterno. Para ello, Dios puso en marcha un gran plan de rescate, enviando a su Hijo Jesucristo desde el mismo Cielo para salvar a este mundo perdido de sus propios extravíos. Porque de tal manera amó Dios a este pobre mundo que dio a su Hijo Jesús para que todo aquel o aquella que en Él crea no se pierda sino que tenga vida eterna.
Hay quienes de forma despectiva y hasta irónica nos catalogan de ser una religión salvacionista, como si fuéramos una panda de inadaptados sociales que tratan de huir de los problemas, hablando y soñando en un mundo utópico que definitivamente acabará con todas las miserias humanas y donde viviremos eternamente bajo el reinado perfecto de Jesucristo, el Mesías prometido. Cosa que al fin y al cabo es muy cierta para los verdaderos creyentes, aunque haya quienes se lo tomen a broma.
La gente de nuestras ciudades tiene la conciencia anestesiada de mil maneras diferentes. Esta especie de hipnotismo colectivo que está padeciendo nuestra humanidad es, sin duda alguna, una fuerte influencia diabólica, tal como nos revelan las Escrituras: “El mundo entero está bajo la influencia del Maligno”; y como también nos recuerda el apóstol Pablo: que cuando respondemos afirmativamente a la llamada del Evangelio, somos librados del poder de Satanás, de facto.
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Por supuesto que esta influencia maligna no anula nuestra capacidad volitiva ni mucho menos, en ningún caso. Por eso, no debemos atribuirle al Diablo más poder del que ya tiene temporalmente en contra de toda la humanidad, a la que odia mortalmente por estar creados a la misma imagen de Dios.
La urgencia de la salvación para la gente que nos rodea nos viene dada por el mismo Señor Jesús, su misión redentora y su encargo solemne a sus discípulos para el cumplimiento inmediato de la gran comisión nos muestra el celo y la pasión de Dios por los perdidos. El altísimo coste de la redención humana fue al precio de su propia sangre derramada en la cruz, que sin duda alguna contiene un valor infinito para toda la humanidad.
El Maestro nos recuerda, aunque no lo parezca “que los campos ya están blancos para la siega, amigos” ; por lo tanto, me permito realizar un llamado urgente, en el Nombre del Señor, a todo el pueblo de Dios: “Segadores a segar la cosecha que se nos avecina. No le demos tregua ni al desánimo ni a la apatía”, os lo dice un viejo sembrador por los campos de España y también, un segador esperanzado; tal y como reza el himno catalán a los segadores de la tierra: “Buen golpe de hoz” (“Bon cop de falç”). En medio de tantas turbulencias humanas vamos a cosechar, por tanto, mucho ánimo segadores de la undécima hora.
Cada vez es más indudable que lo peor está por venir, aunque ya está viniendo. Pero la gente que optamos por la esperanza en las promesas de Dios, creemos a ciencia cierta, que lo mejor del Cielo también está por venir. Amén.
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