Fuegos artificiales y miradas equivocadas

“Podemos tener todos los medios de comunicación del mundo, pero nada, absolutamente nada sustituye la mirada del ser humano”.

Paulo Coelho

“Muchas veces basta una palabra, una mirada, un gesto para llenar el corazón del que amamos”. 

Teresa de Calcuta

“La vida solo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero ha de ser vivida mirando hacia adelante”. 

Soren Kierkegaard

En una ocasión escuché la historia de alguien que estaba disfrutando de algo tan hermoso como pueden llegar a ser unos bellísimos fuegos artificiales, un precioso fin de fiesta de cualquier tipo, en una noche oscura de verano; donde la belleza del juego de luces y colores estallando en el firmamento, las cascadas, esos preciosos fuegos que se unen en cadena y estallan en todos los colores unos detrás de otros… Supongo que todos conocemos la belleza infinita que supone poder contemplar algo así, y de manera especial cuando los fuegos están preparados para que todo caiga sobre el mar; siempre son de una belleza incomparable, al menos para mí.

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La persona que estaba disfrutando tantísimo con aquella belleza de espectáculo, quería verlo, guardarlo dentro de sí y disfrutar de todo aquello; pero cometió un error.

A los lados de los fuegos principales y más extraordinarios en colores de infinita exuberancia, se podían ver de cuando en cuando, algunos fuegos de menos intensidad en todos los sentidos que los principales; pero hicieron que su atención se distrajera, y se perdió la belleza infinita de los más importantes, los que estaban justo arriba; perdió lo más bello e importante por desviar su mirada en algo bonito, pero de muchísima menos intensidad.

Cuando escuché esta historia real, mi pensamiento voló por muchos lugares y de muchos modos. ¡Cuántas han sido las veces que en nuestras propias vidas de creyentes, nuestra mirada se ha desviado y nos ha hecho caer en errores profundos!

Puedo pensar en muchos personajes de la Biblia que cometieron el mismo error… Marta, la trabajadora y eficaz Marta, en la visita de Jesús a la amada casa en Betania, se distrajo al mirar, y solo pudo ver el lugar que ocupaba su hermana María. Siempre fui una defensora de Marta, a priori tenía razón, ¿no es cierto? Ella trabajando y haciendo de todo, mientras su hermana disfrutaba a los pies de Jesús, y como de costumbre, le perdió la boca, se quejó en alto, y tuvo que escuchar las palabras del propio Jesús… “ Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.”

Nuevamente, Marta no pudo contenerse, cuando Jesús tardó con propósito al morir el amado Lázaro, y de nuevo no pudo cerrar la boca… “Dijo Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” De nuevo Marta perdió la preciosa vista de los fuegos más hermosos, simplemente desvió la mirada.

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Podríamos encontrar multitud de escenas similares en las Escrituras, pero quiero detenerme en una mirada, una segunda mirada que terminó en una tragedia y pecado profundo, algo que solo pudo restaurar, no sin evitar el dolor por lo ocurrido, el mismísimo Dios. Me estoy refiriendo al rey David, un hombre conforme al corazón de Dios, pero que no era perfecto, y su más grande error ocurrió, primero, por estar donde no debía en el momento adecuado ¡Se estaba tan bien en aquella terraza mientras sus soldados luchaban en la guerra! Creo sinceramente que David no pretendió que ocurriera lo que ocurrió, el error no sucedió con una primera mirada que no pudo evitar, sucedió con una segunda mirada, una mirada que se desvió del lugar en donde debería ponerla, y esto le llevó al error más profundo de su vida, trayendo con ello mucho dolor.

Quiero pasar brevemente por una mirada llena de cariño, al mismo tiempo llena de tristeza, la de Jesús a un joven rico que le preguntó qué tenía que hacer. “Solo te falta una cosa, vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme”.

Y pasando por distintas miradas desviadas de lo más importante, viendo fuegos menores y perdiendo de todo lo mejor y más importante, quiero terminar con una mirada que siempre me emociona, es la de Jesús a un Pedro que días antes había prometido no negarle jamás.

No hubo ningún reproche, ningún reclamo, simplemente una mirada, una mirada profunda, que examinó y penetró hasta lo más íntimo del ser de Pedro. ¿Qué habrá visto Pedro en aquella mirada?  Seguramente todo su ser fue conmovido, sus pensamientos y sus emociones se conjugaron en aquel momento, y dieron fruto a una seria reflexión sobre su vida que cambiaría para siempre con tres preguntas por parte de Jesús; la última fue la más intensa:

“Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.”

Hay muchas miradas en la Biblia, las más emocionantes son las del propio Jesús; pero una y otra vez, cuando alguien desvía su mirada del lugar correcto, está mirando unos preciosos “fuegos artificiales” y se le van los ojos a unos… puede ser que preciosos brillos caídos a los lados, esto hará que siempre se equivoque, y si no fuera por el infinito amor que el mismo Dios nos tiene, pudiera ser que las consecuencias llegaran a ser desastrosas.

Y ahora pienso en mí, en mí misma. El Señor me libre de juzgar a nadie, y pienso en las veces que mi mirada se desvió de lo más importante, y me equivoqué profundamente. Os aseguro que en cada una de esas ocasiones, siempre volvió la mirada de mi Señor a encontrarse con la mía, el resultado siempre ha sido lágrimas de todo tipo y encontrarme acogida por sus brazos de amor infinito y he podido escuchar: “Beatriz ¿me amás? ¡Apacienta mis ovejas!”.