Hay tormentas que azotan a la vida de cualquier persona que pueden llegar a ser tan impresionantes como la sucedida en el mar donde se encontraban Jesús y sus discípulos; pero en ese mar él demostró su poder.
“En el medio de tu dificultad siempre está Jesús para ayudarte, solo tienes que buscarlo”.
“Ten fe, Jesús calmará tu tormenta”.
Me gustaría considerar a vuestro lado algo difícil, pero a la vez hermoso y lleno de consuelo; me estoy refiriendo a la preciosa calma que se puede experimentar en el ojo más intenso y profundo de un huracán.
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Para comprender la calma en el ojo de los huracanes es preciso entender la propia estructura de estas tormentas.
Los huracanes se forman a partir de centros de bajas presiones atmosféricas en aguas cálidas alrededor de los cuales comienzan a circular fuertes corrientes de aire. Cuando el agua del océano se calienta, el aire se eleva y forma remolinos para rellenar la baja presión que esto crea. Esto hace que se succione el aire hacia adentro y hacia arriba, lo cual refuerza la baja presión en el centro.
Así, cuando la velocidad del viento aumenta a 128 km/h, se crea una especie de “vacío” que los meteorólogos llaman "ojo", dado que tiene una forma casi circular. Y por motivos que todavía son de controversia entre los expertos en estas materias, se experimenta una especie de paz y calma profundas, que puede parecer inexplicable.
Una fuerte tormenta en el mar es algo impresionante. Pero hay tormentas que azotan a la vida de cualquier persona que pueden llegar a ser tan impresionantes como la sucedida en el mar donde se encontraban Jesús y sus discípulos; pero en ese mar él demostró su poder. Jesús calma la tempestad para dar una lección de fe a sus discípulos.
Sé bien que estoy entremezclando términos de fenómenos diferentes, pero que tienen muchísimo en común para llegar a donde deseo hacerlo.
En el griego original, la palabra que se utiliza para describir la tempestad es seismós (σεισμός) de la cual proviene la palabra sismo, cuando nos referimos a un terremoto. También encontramos que la palabra grande, para referirse a las olas, proviene del adjetivo griego mégas (μέγας), lo que sugiere algo agrandado un millón de veces; por tanto, podemos entender la magnitud de aquella tormenta, la cual de manera súbita se había presentado con fuertes vientos estrepitosos y hacían que se levantaran olas gigantescas pareciendo que la barca se iba a hundir.
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Podemos encontrar diferentes personajes bíblicos que atravesaron fortísimos huracanes, tormentas, terremotos en sus vidas…
Abraham, entre otras muchas veces, cuando el Señor lo prueba pidiéndole que sacrificara al hijo de la promesa… para decirle al levantar el cuchillo… ¡detén tu mano!
A Daniel le pusieron en el foso con los leones, por hacer la voluntad de Dios, pero ese Dios que es también el nuestro, envió a su ángel y cerró la boca de los leones.
Ezequías tenia una enfermedad que le iba a llevar a la muerte, pero oró en medio de su gran tormenta, y Dios escuchó sus palabras y lo sanó por completo.
El apóstol Pablo… Silas…. Pedro... estuvieron en la cárcel … ¡Jesús los liberó!
Jonás terminó en el vientre del gran pez por desobedecer al mandato divino; aún así fue liberado para cumplir su misión.
Podemos encontrar en la Biblia, y en la historia de la iglesia, multitud de situaciones que ocurrieron en las que muchos creyentes se encontraron en medio de profundas tormentas, tal vez la más emblemática narrada en las Escrituras es cuando se desata una terrible tormenta en el mar de Galilea, y podemos observar la reacción de los discípulos de diferentes modos, y como actuó Jesús ante todo aquello a la vez que el despliegue inmenso de su gran poder y el grito… ¡calla… enmudece! Y al instante todo cesó a su mandato.
Podríamos encontrar muchas más, pero hay algunos aspectos que me parece bueno recordar en medio de una situación parecida:
- El Señor pone a prueba nuestra fe en el ámbito de nuestra vida cotidiana.
- Las pruebas, huracanes y tormentas de la vida, nos muestran nuestra inutilidad e incapacidad, incluso en aquello que creemos llegar a dominar por nosotros mismos.
- Y, a la hora de la verdad, cada una de estas situaciones eliminan todo orgullo y autosuficiencia y nos llevan con fuerza ante el trono de la gracia.
No vivo en tierra donde sucedan huracanes, ciclones, torbellinos…. aunque el cambio climático que estamos viviendo desde bastante tiempo atrás, hace que en ocasiones nos rocen con bastante fuerza la cola de alguna de estos fenómenos. Cuando sucede esto, si vives delante de un gran océano, te aseguro que llega a estremecer el viento e incluso las olas en las ventanas.
Justamente ayer hablaba con una querida amiga y hermana que sí vive en uno de esos países en los que saben bien lo que ocurre cuando, demasiado a menudo, tienen que atravesar por este tipo de fenómenos, y me explicaba en palabras sencillas todo lo concerniente a lo que es y sucede cuando se encuentran dentro del ojo del huracán, cuando se experimenta esa calma; al poco los vientos surgen con fuerza justo del lado contrario… hasta que todo cesa y llega la calma final, tal vez después de haber arrasado incluso con muchas vidas.
Quiero terminar como comencé, desconozco qué clase de huracanes has atravesado o estás atravesando en estos momentos de tu vida; pero conozco los míos. Estoy, como tantas otras veces en mi propia vida en el mismo ojo del profundo huracán, allí puedo experimentar la calma inmensa que mi Dios puede darme y sostenerme ahí; luego vendrán los vientos del otro lado y me sacudirán hasta la preciosa calma final, muy apretada siempre por los brazos poderosos y llenos del amor inmenso de mi Señor.
Y habiendo entremezclado un tanto varias cosas, pero intentando llevar a lo precioso y positivo, quiero dejar con vosotros unas palabras de la Escritura que siempre llenó de consuelo y confianza mi corazón:
“Aconteció un día, que entró en una barca con sus discípulos, y les dijo: Pasemos al otro lado del lago. Y partieron. Pero mientras navegaban, él se durmió. Y se desencadenó una tempestad de viento en el lago; y se anegaban y peligraban. Y vinieron a él y le despertaron, diciendo: ¡Maestro, Maestro, que perecemos! Despertando él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron, y se hizo bonanza. Y les dijo: ¿Dónde está vuestra fe? Y atemorizados, se maravillaban, y se decían unos a otros: ¿Quién es este, que aun a los vientos y a las aguas manda, y le obedecen?”. (Entresacado Mt. 8.23-27; Mr. 4.35-41)
¡Pasemos al otro lado!
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