Si no hubiera oxígeno, la vida en la Tierra estaría limitada a organismos minúsculos como los microbios.
Uno de los discos producidos en Francia -más vendidos de la historia- es el álbum de música electrónica del francés Jean Michel Jarre. Se compuso en 1976 mediante varios sintetizadores analógicos y otros aparatos electrónicos de la época. Pronto se convirtió en un superventas y llegaron a distribuirse alrededor de 15 millones de copias por todo el mundo. Se considera el álbum musical que lideró la revolución de los sintetizadores en los años 70. Su título es Oxygène (Oxígeno) y la portada está inspirada en una pintura del artista Michel Granger que representa la Tierra resquebrajándose y dejando ver en su interior un macabro cráneo humano. Una imagen provocativa capaz de sugerir diversas interpretaciones. Se me ocurre una muy evidente: un bello planeta diseñado para la vida y el desarrollo de la humanidad está siendo destruido por la propia civilización del hombre. Al alterar el equilibro de los gases atmosféricos, a causa de las emisiones industriales, el planeta se recalienta y sobrevienen numerosos males.
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A pesar de todo, el oxígeno sigue siendo el gas por excelencia imprescindible para la vida de las especies más desarrolladas. Aparte de algunos organismos unicelulares que pueden vivir sin él, la inmensa mayoría estamos siempre demandándolo porque si nos faltara pereceríamos de inmediato.
En efecto, el cuerpo de los seres vivos siempre está hambriento de oxígeno. Las células que constituyen todos los tejidos lo necesitan ya que sobreviven gracias a la energía que obtienen oxidando los alimentos. Si en algún momento este gas les llegara a faltar, como ocurre en los derrames cerebrales o los ataques cardíacos, las células detendrían sus reacciones metabólicas y morirían, matando también a todo el organismo.
La reacción química universal que determina tal imperiosa necesidad de oxígeno es la oxidación y reducción de ciertos compuestos de carbono tales como azúcares, grasas y proteínas:
CH (azúcar/grasa) + O₂ → CO₂ + agua + Energía (ATP y calor)
Al oxidarse estos compuestos producen dióxido de carbono (CO2), agua, energía en forma de moléculas de ATP (adenosín trifosfato) y calor. Los biólogos llaman al ATP la “moneda energética” porque es capaz de almacenar la energía que requieren las células para hacer todo lo que hacen. Es, por tanto, la moneda que mueve el mundo de la economía celular y hace posible la vida aeróbica (en presencia de aire).
Esta reacción de oxidación se produce también al quemarse un bosque pero con resultados muy diferentes. La madera que arde amenazante en presencia de oxígeno libera todo el calor de golpe y pronto se convierte en cenizas.
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CH (madera) + O₂ → CO₂ + agua + Energía (calor)
La diferencia entre ambas reacciones está en que mientras la madera que arde libera toda su energía rápidamente en forma de calor, las células de los seres vivos lo hacen lentamente, en forma de moléculas de ATP, que irán cediendo la energía almacenada en sus enlaces según las necesidades metabólicas.
Es verdad que no todos los seres vivos obtienen la energía necesaria por medio de esta reacción de oxidación. Algunos son capaces de sobrevivir en ausencia de oxígeno como las bacterias anaeróbicas, que la obtienen por medio de una cadena de transporte de electrones; o las levaduras, que dependen de la fermentación. Sin embargo, estas reacciones químicas no generan la cantidad de energía que aportan las oxidaciones. De ahí que los organismos que las realizan sean todos microscópicos. Los grandes animales y vegetales de la Tierra solamente pueden suplir sus elevadas necesidades energéticas mediante reacciones de oxidación y reducción. Es la singular molécula de oxígeno (O2) la que libera la energía necesaria que permite volar a las mariposas, nadar a los peces, hacer que los cernícalos se ciernan inmóviles en el aire y que el ser humano construya artilugios para viajar por el espacio. Toda vida compleja basada en el carbono depende de las oxidaciones para obtener la energía metabólica que necesita.
Si no hubiera oxígeno, la vida en la Tierra estaría limitada a organismos minúsculos como los microbios. La biosfera sería sólo una delgada película formada por bacterias anaeróbicas. Sin embargo, las moléculas de oxígeno se están formando continuamente en la atmósfera terrestre, gracias a la compleja reacción de la fotosíntesis, para permitir no solo la vida microscópica sino también la de las plantas y los animales complejos como nosotros. Por eso quienes buscan vida fuera de la Tierra consideran que la presencia de oxígeno en la atmósfera de cualquier exoplaneta supone un importante indicio, o una biofirma, de que tales astros podrían albergarla. Aunque, hoy por hoy, no existe ninguna confirmación de vida fuera del planeta azul. De manera que las particulares características del oxígeno son pues previas para la existencia de vida y de nosotros mismos.
Siempre se ha sabido que el aire es fundamental para nuestra existencia. Desde otra perspectiva no científica, la Biblia se refiere a él en numerosas ocasiones, incluso para indicar que el propio Dios “se paseaba por el huerto, al aire del día” (Gn. 3:8). Sin embargo, la primera pareja humana tenía algo que esconder y también ellos se ocultaron de su presencia. En Deuteronomio se corrobora algo evidente, “que las aves vuelan por el aire” (Dt. 4:17) ya que no solo lo necesitan para respirar sino también para trasladarse. Pero Job irá aún más lejos al señalar que también “las chispas se levantan para volar por el aire”, refiriéndose a las aflicciones que tiene que soportar toda persona mientras viva en este mundo sometido al mal. Y el autor de los Proverbios dirá que hay cosas, en este mismo mundo material, que el ser humano es incapaz de comprender o seguir, como “el rastro del águila en el aire”, que únicamente Dios puede conocer (Pr. 30:19).
De la misma manera, el Nuevo Testamento se refiere al aire para señalar que a veces los creyentes rayamos el absurdo y que, por el contrario, debemos vivir de manera inteligente. Cada cristiano tiene que batallar en este mundo “no como quien golpea el aire” (1 Co. 9:26), o dando palos de ciego como se diría en castellano, sino negándose a sí mismo y sabiendo que todo lo que hacemos tiene que ser para el Reino de Dios. Tampoco se debe “hablar al aire” (1 Co. 14:9) sino ser comprensibles o inteligibles en todo lo que decimos y hacemos. El apóstol Pablo nos recuerda la doctrina de la parusía y dice, refiriéndose a los creyentes que hayan quedado vivos al final de los tiempos, que recibirán al Señor en el aire (1 Ts. 4:17). Mientras tanto, hay que continuar luchando contra el maligno porque él sigue siendo hasta el presente el “príncipe de la potestad del aire” (Ef. 2:2).
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