No podemos llegar tarde para orientar y empoderar a la generación del relevo que debe liderar a la Iglesia.
*Recientemente leía un artículo en un rotativo catalán que me llamo mucho la atención, bajo el título “Siempre llegamos tarde”. Yo prefiero ser más benevolente y reafirmarme en una declaración parecida “Casi siempre llegamos tarde". No me estoy refiriendo exactamente a la impuntualidad crónica en muchas de nuestras congregaciones, que también es algo a considerar por lo que supone una gran falta de respeto a los puntuales y al mismo Señor, que siempre llega antes que nadie a nuestras iglesias y esto amigos, no es ninguna alegoría.
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Tampoco se trata de que el rey Felipe le pida al santon de Santiago de Compostela que nos ayude a paliar los incendios, porque no le va a escuchar ni a contestar, sencillamente porque es una simple estatua de yeso muda e inmóvil que no tiene poder alguno. Lo que sí habría que hacer, es preparar brigadas de acción rápida además de la UME y patrullas de guarda bosques experimentados desde la primavera hasta el otoño avanzado, para atajar incendios producidos por las altas temperaturas, por imprudencias humanas y por otros tantos, que provocan fuegos por intereses creados o por auténticos pirómanos que merecen penas más que ejemplares. Hay que diseñar urgentemente estrategias eficaces contra el fuego con un decidido sentido de la anticipación y abandonar la constante improvisación gubernamental al respecto.
Tiempo nos faltaría para hablar de nuestra torpe y tardía política exterior, mientras vamos a remolque de las incidencias internacionales tratando de parchear las nuevas contingencias. Necesitamos un claro sentido de la anticipación para todo en la vida y especialmente un diseño previsible para la resolución de todo tipo de conflictos y eventualidades para un gran país como es el nuestro.
La vida en general tiene dos factores esenciales, el primero es la infinidad de cuestiones y situaciones predecibles que podemos advertir, y el segundo factor es el de situaciones inesperadas o imprevisibles que alteran nuestro diario vivir para bien o para mal en el peor de los casos. Después de haber padecido un par de intensos episodios de estrés a lo largo de mi vida, aprendí a trabajar y a operar con un beneficioso sentido de la anticipación moderada, para no llegar tarde a mis compromisos y para ser más eficiente en mi desempeño tanto profesional como ministerial y por supuesto para no sucumbir en mis diferentes roles personales.
Los cristianos nacidos de nuevo tenemos un bendito compromiso con el proyecto redentor de nuestro Señor Jesucristo para esta inquietante generación. Por mis funciones periodísticas, que me relacionan con diferentes ámbitos, me percato que en muchos lugares donde se supone que tendríamos que estar e influir presencialmente, ni se está ni se nos espera. Porque no hemos elevado a categoría de importante lo nuestro y nuestras percepciones y cosmovisión de la vida no las hemos explicado a tiempo en diferentes medios y ambientes, en definitiva, estamos llegando tarde.
Gracias a Dios que diferentes medios evangélicos ya están realizando una inteligente puesta al día y una audaz información, con gran rigor profesional. También nuestras organizaciones humanitarias están realizando una ingente labor en diferentes campos y proyectos solidarios. Pero todavía nos queda buscar la excelencia en nuestros programas de acción social en el tercer sector y en ello estamos.
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Finalmente hemos de realizar una profunda reflexión respecto a nuestros acercamientos a la gente de nuestra generación para una comunicación eficaz del Evangelio en formato contemporáneo. También nuestra puesta en escena y el desarrollo bíblico de una verdadera espiritualidad sin complejos, que no esté contaminada de un racionalismo que aborte la fe pura.
No podemos llegar tarde para orientar y empoderar a la generación del relevo que debe liderar a la Iglesia precursora del retorno de Cristo, para protagonizar el avivamiento final más grande de la historia en medio de grandes turbulencias humanas que ya están profetizadas en las Sagradas Escrituras.
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