La publicación amplificó de manera sorpresiva para sus gestores el diálogo que sostuvieron en Cochabamba, Bolivia.
La publicación de El debate contemporáneo sobre la Biblia amplificó de manera sorpresiva para sus gestores el diálogo que sostuvieron en Cochabamba, Bolivia. La consulta fundante de la Fraternidad Teológica Latinoamericana se realizó, del 12 al 18 de diciembre de 1970, en “Carachipampa, un centro perteneciente a la Misión Andina Evangélica, en las afueras de Cochabamba”. Asistieron “veinte estudiosos evangélicos, pastores y laicos, y cinco misioneros”, rememoraría Samuel Escobar.
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En 1972 la mayoría de las ponencias presentadas fueron recogidas en forma de libro, que publicó José Grau en Barcelona, bajo el sello que heroicamente mantuvo y dirigió, junto con su esposa, María Beltrán: Ediciones Evangélicas Europeas. Un libro nodal para el protestantismo latinoamericano que estaba construyendo una teología bíblica y contextualizada. Los resultados del coloquio fueron editados por el coordinador del evento, Pedro Savage, quien tuvo el apoyo de José Grau para hacer públicas las deliberaciones que tuvieron lugar en las instalaciones de un sencillo seminario teológico. Aunque José Grau no participó en el acto de alumbramiento de la FTL, el haber sido editor del volumen fundacional lo hace cofundador de la familia efeteliana.
Me imagino que entonces, 1972, fue una aventura, y/o amplitud de miras, invertir tiempo y recursos por parte de don José para dar a conocer los pasos iniciales de la FTL, movimiento que, con los años, renovaría la teología protestante/evangélica latinoamericana y tendría repercusiones en otros continentes. Fue Ediciones Evangélicas Europeas, no alguna editorial protestante de América Latina, la que se atrevió a lanzar un libro “subversivo”, leído con sospecha por el evangelicalismo más conservador y con escepticismo por el protestantismo ecuménico, entonces seducido por el pensamiento revolucionario. Unos consideraron la obra como muestra de un izquierdismo peligroso, otros la criticaron por cuestionar las premisas marxistas adoptadas por teólogos que le daban primacía al cambio social por vías insurreccionales.
Los títulos de las ponencias incluidas nos dan una idea de por dónde se orientó el diálogo en las reuniones: Samuel Escobar, “Una teología evangélica para Iberoamérica”; Pedro Arana Quiroz, “La Revelación de Dios y la teología en Latinoamérica”; Ismael E. Amaya, “La inspiración de la Biblia en la teología latinoamericana”; C. René Padilla, “La autoridad de la Biblia en la teología latinoamericana”; Andrés Kirk, “La Biblia y su hermenéutica en relación con la teología protestante en América Latina”. Cuatro exposiciones más no fueron incluidas en el volumen publicado, dos de ellas (“El crecimiento de la Iglesia en América Latina”, por Pedro Wagner, y “La Biblia y la revolución social en América Latina”, por Samuel Escobar”) debido a un arreglo conciliador en el que convinieron sus autores y el responsable de la edición. El trabajo de Emilio Antonio Núñez, “El nuevo catolicismo y la Biblia”, y el de Pablo Pérez, “La Biblia y su proclamación”, no fueron remitidas a tiempo para ser enviadas al editor en España y así tener cabida en el proceso de producción del libro. Sería interesante que una segunda edición de la obra incluyera los cuatro escritos mencionados.
La participación de Samuel Escobar clamaba por una teología que respondiese a las preguntas y necesidades propias, y no a meramente importar reflexiones de otros lugares, con trasfondos históricos muy distintos al nuestro:
La pertinencia de la teología evangélica estará, entonces, en que se forje al calor de la realidad evangélica de Iberoamérica, y en fidelidad a la Palabra de Dios […] La reflexión tiene que ser nuestra, nacida de nuestra situación, surgida ante la urgencia de los problemas que la iglesia confronta aquí. Como hombres de aquí es que reflexionamos y hacemos teología, redescubrimos los énfasis que hoy hacen falta, criticamos las herejías en que hemos venido incurriendo nosotros mismos.
Una nota que ya caracterizaba los escritos de Samuel Escobar para cuando participó en la reunión de 1970, era su énfasis por relacionar la reflexión bíblica y teológica con la realidad intelectual latinoamericana y, así, no seguir perpetrando el señalamiento de “ajenidad” cultural que desde distintos terrenos se levantaba contra el protestantismo en Iberoamérica. Era imprescindible romper “el desconocimiento de la atmósfera intelectual de nuestros países”. En consecuencia, “desconocedores de las corrientes de pensamiento imperantes, la apologética nos las prestamos de quienes enfrentaban una situación muy diferente, y no pudimos por ello ni dialogar con nuestros intelectuales latinoamericanos ni proclamarles el Evangelio”. Y hacía un contraste, “excepción notable y digna de mención la constituyen tres figuras a quienes no creemos justo dejar de mencionar: Juan A. Mackay, Alberto Rembao y Gonzalo Báez Camargo. Se trata de hombres de cuya ortodoxia evangélica no dudamos, pero que por moverse en los círculos eclesiásticos han sido etiquetados, injustamente, de modernistas”.
Tal vez la ponencia que más tomó el pulso a los agitados tiempos por los que atravesaba el Continente fue la de Samuel Escobar, Biblia y revolución social en América Latina. La misma como se ha consignado antes, no quedó incluida en el volumen compilado por Pedro Savage, pero circuló en formato mimeografiado principalmente en los grupos de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos.
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En un clima de polarización política, anotaba Escobar, “en ciertos círculos evangélicos latinoamericanos la visión de lo que se llama ‘proceso revolucionario’ es policíaca. Se identifica directamente con la acción subversiva interesada de un bloque de naciones, y se tiende a verle ribetes diabólicos en un maniqueísmo peligroso, en el cual todo el bien del mundo estaría en un bloque y todo el mal en el otro”.
Frente a una herencia liberal, consideraba Escobar, cuestionadora del tradicionalismo que pretendía la inmovilidad religiosa, social, política y cultural, la tendencia general del protestantismo latinoamericano era el inmovilismo frente a los cambios necesarios en la desigual sociedad:
La pregunta que hay que hacerse es qué ha pasado ahora que a nuestros propios ojos, y más a los ojos de la juventud y de cuantos toman conciencia de la necesidad de cambios, el Evangelio se ha convertido más bien en opio del pueblo. ¿Cómo es que los evangélicos se han vuelto una fuerza conservadora temerosa de cuestionar el status quo y levantar una voz profética; que parece preferir ser guardiana de un mensaje aséptico que procura a toda costa probar que no es peligroso ni subversivo ni trastornador? ¿No será que la hemos amordazado a la Biblia?
Escobar abogaba por un retorno al concepto bíblico del ser humano, el cual debía anteponerse tanto a espiritualismos como a materialismos reduccionistas: “La afirmación materialista de la antropología marxista no se puede contrarrestar con un espiritualismo antibíblico sino más bien con una concepción integral que no vacile en reconocer la materialidad”. Por otra parte, “la concepción colectivista del hombre que el marxismo sostiene, no puede ser confrontada con un individualismo que más que bíblico es capitalista europeo y anglosajón”. El autor aportaba puntos para una agenda que desarrollaría la FTL en reuniones regionales y continentales.
Por su parte René Padilla puso en tela de juicio el lugar formalmente dado a las Escrituras en el evangelicalismo latinoamericano, cuando lo constatable era el abandono normativo cotidiano de la Palabra en la vida de las iglesias y sus prácticas para hacerse de nuevos integrantes:
El asentimiento a la autoridad de la Biblia podría ser considerado como una de las características más generales del movimiento protestante en América Latina. Esto es de esperar en un movimiento con una gran mayoría teológicamente conservadora. Cabe, sin embargo, preguntarse si el uso real de la Biblia por parte de los evangélicos latinoamericanos coincide en términos generales con ese asentimiento que los distingue. Podría ser que se tratase de un asentimiento puramente formal, sin consecuencias prácticas para la definición doctrinal y ética ni para la predicación […] Hay que aclarar que la interpretación de las Escrituras es una tarea permanentemente inconclusa y que la Palabra de Dios exige una constante revisión de conceptos y de vida en función a un sometimiento pleno de éstos a la verdad revelada. Cuando falta esa revisión, hay el riesgo que con el transcurso del tiempo las enseñanzas de la Iglesia se vayan cristalizando hasta formar una tradición que desplace la tradición autoritativa de la Biblia.
En su participación el doctor Padilla estaba bosquejando lo que más tarde llamó círculo hermenéutico, en el cual la Palabra ilumina la vida, pero también la vida y sus nuevas situaciones ensanchan el entendimiento de la Palabra, y así sucesiva y alternadamente se nos abren nuevos horizontes de comprensión. Dado que originalmente la revelación progresiva de Dios aconteció en un contexto temporal, geográfico, histórico, económico y cultural específico, luego también la lectura hoy de esa Revelación nos demanda no desencarnarla sino que nos reta a comprenderla desde nuestra particular situación histórica.
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