Construyendo unidad en comunidad

“Solícitos en guardar la unidad el Espíritu en el vínculo de la paz”. Ef. 4:3

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Si la unidad ya existe como don ¿cómo puede obtenerse como meta? No basta con que la iglesia exista, hay que construirla continuamente. Por eso, el hombre nuevo que es la Iglesia ha de crecer, desde los recursos del Espíritu, para parecerse cada vez más al hombre nuevo que es Jesús. La pregunta es cómo sucede esto desde un punto de vista corporativo y práctico:

1. Restaurándonos unos a otros. “A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio para la edificación del cuerpo de Cristo. vv. 11-13.

La palabra “perfeccionar” es un término que significa: “Poner en una condición apropiada” en el sentido de “moldear y completar” como hace el alfarero con el barro. Esta misma palabra se traduce en el NT de diferentes maneras: He. 13:21 – “Hacer apto, ejercitar”; Mr. 4:21 – “Remendar”, hablando de reparar los desperfectos de las redes que se usan para pescar; Gál. 6:1 – “Restaurar”.

La iglesia está hecha de relaciones interpersonales. Por tanto, desde una conciencia comunitaria, cada uno de nosotros somos dones para los demás porque hemos sido llamados a rehabilitarnos, reconstruirnos, remendarnos unos a otros, porque nos encontramos en un proceso de completamiento en el que todos necesitamos el apoyo y el sostén de todos para lograrlo.

2. Dejando atrás la niñez. “Para que ya no seamos niños fluctuantes…” vs. 14

Ser “niño” es renunciar a la libertad de pensar, de decidir, de crecer, de escoger la clase de vida que queremos vivir dejando que otros desde fuera jueguen el papel de tutelar nuestras conciencias imponiéndonos ser lo que hemos de ser. La palabra de Dios nos invita a dar un no intransigente a permanecer en la niñez, porque ser niños significa vivir en un plano de incapacidad permanente para construir comunidad. Existen unos rasgos distintivos de la niñez biológica que son equiparables a la niñez espiritual:

• Los niños son profundamente individualistas. Cada uno va a lo suyo. El compañerismo y la preocupación por los otros es algo desconocido en su experiencia. Se erigen en el ombligo del universo, todo gira en torno a la tiranía del yo: eso es mío, eso es lo quiero. Conceptos como comunidad y compartir no existen, ni en su vocabulario, ni en su modo de pensar, ni en su praxis.

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• Los niños no disciernen la trascendencia de pertenecer a una familia. Se sirven de ella, pero no la sirven. No les importa ser egoístas, insolidarios y desagradecidos porque no se encuentran implicados proactivamente en la construcción del hogar. Contribuyen a sus crisis, son pirómanos en miniatura, pero no a la resolución de conflictos, rara vez actúan como bomberos. Todas estas disfunciones de conducta y de carácter sólo hay un lugar en el que se pueden corregir: La familia.

Todas las manifestaciones de niñez en la familia/iglesia es necesario irlas abandonando para resituarnos en el camino de completamiento/crecimiento que nos permita avanzar hacia la adultez espiritual. No hay otro camino para construir comunidad.

3. Practicando la verdad del amor. “Sino que, siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo”. vs. 15.

La idea de estas palabras es vivir el amor auténtico sin trampa ni cartón, de principio a fin. Está prohibido amar sin demostrarlo, porque el amor siempre es autodonación a fondo perdido y resulta ser el lubricante capaz de dinamizar armoniosamente a la totalidad del cuerpo. Porque, en realidad, lo más importante de todo no es lo que sentimos, ni lo que sabemos, ni lo que pensamos, ni lo que deseamos. Lo más importante de todo es saber que solo la acción le da vida. Y la acción está en restaurarnos los unos a los otros, abandonar la niñez y practicar el amor. Soli Deo Gloria.