La verdadera renovación en la santidad solo se hace posible colocando el corazón en el altar de Dios.
Lo sepamos o no, nos guste o no nos guste, el hecho es que todos en este mundo andamos disfrazándonos de algo, porque todos tenemos una imagen que defender y representamos diferentes papeles ¡Cuánto trabajo nos cuesta ser nosotros mismos en este “teatro” que es la vida! Uno puede ser un egoísta, un orgulloso o un trepa arribista, con tal de que no lo parezca, escondido tras el oportuno disfraz de carnaval. Y, cuando hablamos de la santidad, el número de gente “maquillada” que finge lo que no es se multiplica exponencialmente.
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¿Qué cosas no es la Santidad?
La santidad no es un disfraz. Lc. 18-14.
La apariencia de piedad solo es falsedad, hipocresía y piedra de tropiezo para los demás. El que se reviste de santidad como si fuera una crema hidratante para la piel, lo único que le importa es que los demás lo vean por fuera, es un narcisista religioso en el que todo es fachada y postureo.
La santidad no es legalismo. Col. 2:16-19.
Contra los que pretendían reconvertir el cristianismo en preceptos, imperativos y leyes para lograr la santidad, el apóstol Pablo dice “No”. Nada de sujetarse a mandamientos y tradiciones de hombres que acaban siendo “maestros” de la Escritura con más autoridad que la propia Palabra. La letra mata el espíritu.
La Santidad no es masoquismo. Col. 2:20-23; 1 Tim. 6:17.
A menudo, el enfoque que hacemos de la santidad se relaciona con las privaciones; pensamos que ser santos es renunciar a una vida de libertad, como si el sufrimiento proactivo fuese virtud y tuviese valor meritorio. Las palabras de la Biblia son un severo correctivo frente a ese modo de pensar. “Dios nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos” con responsabilidad y sabiduría, no para que rechacemos todo lo que nos alegra y contribuye a nuestro disfrute pensando que detrás de cada momento de felicidad se esconde un pecado, porque eso es absurdo.
¿Con qué tiene que ver la Santidad?
La santidad tiene que ver con nuestro corazón. Mt. 7:15
Según Jesús, del corazón humano no nace la santidad ni nada que se le parezca. El problema es que hacer una afirmación semejante significaba poner patas arriba y cabeza abajo unas estructuras teológicas bendecidas y legitimadas por la tradición que ponían la santidad exclusivamente en las formas y en los ritos. El corazón es el lugar más profundo en la esfera de la intimidad humana. De él nacen todas las disposiciones internas que nos hacen ser lo que somos. El corazón es la fuente del comportamiento humano y el origen de todos los impulsos y motivaciones que nos definen como personas.
Un hombre como David, que experimentó una relación con Dios poco común, al hablar de su propio corazón tuvo que reconocer la necesidad de que el Señor mismo lo examinase en lo más íntimo para hacerle ver lo que para él se encontraba oculto: “Examíname Señor y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mi camino de perversidad y guíame en el camino eterno. Sal. 139:23-24.
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A veces pensamos que ha de haber cambios en nuestras vidas, sentimos que las cosas deberían ser de otra manera. Pero la verdadera renovación en la santidad solo se hace posible colocando el corazón en el altar de Dios y reconociendo que solo él puede limpiarlo, renovarlo y reorientarlo.
La Santidad tiene que ver con nuestro temperamento. Col. 3:8-13.
El temperamento tiene que ver con factores que hacen naturales para nosotros ciertas formas de reaccionar y comportarnos. Es parte de la constitución natural del ser de carácter hereditario. Es la “materia prima” a partir de la cual se forja nuestro carácter. Ceder a nuestras debilidades temperamentales es para nosotros lo más normal del mundo. “Somos así” y esa afirmación la hacemos valer en todo momento y lugar porque pertenece a la esfera más honda de nuestra intimidad. Lo que sucede es que, si queremos comprometernos con la santidad es preciso que pongamos en juego lo que somos y cómo somos en la presencia de Dios. Porque si no ponemos delante de la santidad de Dios nuestro temperamento, ¿qué ponemos entonces? Los temperamentos no cambian, pero pueden ser reconducidos por la obra del Espíritu. Soli Deo Gloria.
“Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos porque yo soy santo”. 1 Ped. 1:15-16
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