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El neodarwinismo y la teoría sintética de la evolución

Las ideas de Weismann dividieron a la comunidad científica en facciones hostiles. La teoría del plasma germinal o germoplasma polarizó las opiniones debilitando al darwinismo.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 08 DE MAYO DE 2022 10:00 h
Hugo de Vries (1848-1935).

Uno de los principales defensores del darwinismo de la segunda mitad del siglo XIX, el biólogo alemán August Weismann (1834-1914) elaboró un nuevo planteamiento evolutivo que se conoció como la “teoría del germoplasma”. Según ésta, todos los organismos están constituidos fundamentalmente por dos partes: el soma, que es la suma de todos los órganos y tejidos corporales, y el germoplasma, formado por aquellas células que originan los gametos y la descendencia. Después de la fecundación, en el momento de la formación del embrión, las células germinales se separan por completo de las somáticas. Según Weismann, esta separación entre soma y germen hace imposible la herencia de los caracteres adquiridos (propuesta por Lamarck) ya que los cambios experimentados por las células somáticas como consecuencia del ambiente no afectan a las células germinales, que son las que se transmiten a los hijos y, por tanto, esto permite pensar que la selección natural es la única causa de la variabilidad biológica. Weismann identificó su plasma germinal con los cromosomas del núcleo de las células y a este seleccionismo dogmático o ultradarwinismo se le denominó, a partir del año 1896, con el término de neodarwinismo.



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Para comprobar su teoría del germoplasma, Weismann realizó una serie de experimentos con numerosas generaciones de ratones a los que cortaba la cola, comprobando que todos los descendientes seguían naciendo con cola normal. Esto confirmaba, según él, que los caracteres adquiridos o perdidos sistemáticamente por los individuos adultos durante generaciones no podían heredarse y, por tanto, quedaba refutado el lamarckismo, mientras que la selección natural se erigía como el único mecanismo válido del darwinismo. El plasma germinal podría variar debido a factores internos y entonces la selección de tales variaciones, en función del ambiente, sería el motor de la evolución.



[photo_footer]August Weismann cortó sistemáticamente las colas de 68 ratones blancos, durante cinco generaciones, y posteriormente informó que de los 901 ratones obtenidos en total, a partir de padres mutilados artificialmente, ninguno nació sin cola o con una más corta. En su opinión, esto demostraba que el lamarckismo no era verdadero ya que los caracteres adquiridos o perdidos en una generación no se transmiten a la descendencia.[/photo_footer]



Estas ideas de Weismann dividieron a la comunidad científica en facciones hostiles. La teoría del plasma germinal o germoplasma polarizó las opiniones debilitando al darwinismo. Por un lado, los seleccionistas o neodarwinistas partidarios de Weismann creían que el motor de la evolución continua y gradual era la selección natural, mientras que otros seguían defendiendo las ideas de Lamarck e incluso algunos, como William Bateson, pregonaban la evolución discontinua y otros, como Hugo de Vries, el mutacionismo. El historiador de la ciencia, Peter J. Bowler, refiriéndose a las teoría evolucionistas en las décadas en torno a 1900 escribe: “Podemos afirmar que, en gran medida, el eclipse del darwinismo fue precipitado por una serie de movimientos desde dentro del darwinismo, que crearon una situación en la que los seguidores poco entusiastas de la teoría se convirtieron en oponentes activos. Desde entonces, el lamarckismo y las restantes alternativas no podían considerarse como complementos de la teoría de la selección, sino como mecanismos opuestos que ofrecían una filosofía de la naturaleza completamente distinta.”[1]



Cuando se redescubrieron las leyes de Mendel, en 1900, el botánico holandés Hugo de Vries (1848-1935) propuso otra teoría de la evolución que se conoce como el mutacionismo[2]. Esta teoría negaba que la selección natural fuera la fuerza impulsora de la transformación de la especies biológicas y, en su lugar, proponía las mutaciones genéticas o alteraciones espontáneas de los genes como principal causa de las grandes modificaciones en los organismos, susceptibles de formar nuevas especies. Por tanto, según De Vries, las especies se originaban de repente, al azar, y sin ninguna transición gradual entre ellas. Es famosa su frase: “La selección natural no puede crear nada, sólo puede cribar lo creado”.[3]



Estas nuevas ideas fueron rechazadas por otros naturalistas del momento, sobre todo por los llamados biometristas, como el matemático británico Karl Pearson, que seguían creyendo en la selección natural como causa fundamental de la evolución. Los biometristas pensaban que pequeñas variaciones continuas (llamadas métricas o cuantitativas porque se podían medir, tales como las que se dan en las distintas razas de perros y gatos) eran las responsables de la evolución. La polémica entre ambos bandos generó cierta incertidumbre acerca de las causas de la evolución, que quedó bien reflejada en la siguiente frase del zoólogo y genetista británico William Bateson (1861-1926): “hemos de confesar una ignorancia casi completa sobre las condiciones esenciales, tanto de causa como de modo, mediante las cuales la diversidad de especies ha llegado a ser tal como la vemos…”[4]



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El debate entre mutacionistas y biometristas tuvo lugar durante la tercera década del siglo XX y finalmente se decantó hacia el bando de los segundos que apoyaban la selección natural neodarwinista. Se empezó a asumir que la herencia de las pequeñas variaciones, como el tamaño de las mariposas monarca o el dulzor de las frutas de un manzano, obedecía a las leyes descubiertas por Mendel y que, por tanto, cualquiera de estos caracteres venía determinado por el efecto pequeño de numerosos genes. Proliferaron los estudios matemáticos que pretendían demostrar que la selección natural podía actuar sobre estas pequeñas variaciones intraespecíficas y producir a la larga grandes cambios evolutivos importantes. Es decir, se aceptó que los mecanismos de la microevolución, capaces de producir numerosas razas o variedades dentro de cada especie, eran los mismos que a la larga generaban también los grandes cambios interespecíficos que requería la macroevolución. Finalmente se rechazó el mutacionismo y se fusionó la genética de Mendel con la selección natural de Darwin. 



Esta cuestión acerca de si los mecanismos de la microevolución pudieran explicar también la macroevolución sigue abierta hasta el día de hoy. Mientras los neodarwinistas la continúan aceptando, muchos biólogos evolucionistas (como los partidarios del saltacionismo y algunos cladistas) no se sienten a gusto con tal posibilidad porque consideran que las pequeñas divergencias como, por ejemplo, las diferentes coloraciones de la mariposa Biston betularia, la especiación en las Galápagos o las variaciones en las moléculas de hemoglobina, son incapaces de dar cuenta de las enormes diferencias existentes entre un roble y una jirafa. El paleontólogo evolucionista del British Museum, especializado en peces fósiles, Colin Patterson, refiriéndose a estos biólogos insatisfechos, escribe: “Mientras que aceptan que la selección gradual de pequeñas diferencias, debidas a mutaciones puntuales y cromosómicas, pueden dar cuenta de la divergencia en el interior de grupos como las mariposas o las aves, piensan que la aparición de las aves, de los vertebrados terrestres o del conjunto de los vertebrados requiere innovaciones que no pueden ser explicadas satisfactoriamente por cambios graduales a pequeña escala. Por ello asumen que las innovaciones de rango mayor se producen por una, a gran escala, mutación favorable o macromutación.”[5]



No obstante, esta hipótesis de las macromutaciones, que recuerda la idea del “monstruo prometedor” del genetista alemán Richard Goldschmidt,[6] choca con el inconveniente de que si los efectos de tal mutación son grandes y aparece un individuo muy diferente a sus congéneres, el problema de la expansión de la mutación sigue en pie, porque, ¿con quién se aparearía dicho monstruo, por muy prometedor que fuera?



[photo_footer]Theodosius Dobzhansky (1900-1975)[/photo_footer]



A pesar de todo, la teoría sintética de la evolución nació con la obra del genetista ruso emigrado a los Estados Unidos, Theodosius Dobzhansky, Genetics and the Origin of Species (1937), que integraba la genética mendeliana con el darwinismo. A mediados del siglo XX, la teoría de la evolución de Darwin, fundamentada en la supuesta omnipotencia de la selección natural, gozaba ya de una amplia aceptación en el estamento científico, aunque siempre hubo controversias por cuestiones de detalle. Aparte de Dobzhansky, otros biólogos relevantes que contribuyeron a difundir la teoría sintética en los Estados Unidos fueron el zoólogo estadounidense Ernst Mayr, el paleontólogo Georges G. Simpson y el botánico G. Ledyard Stebbins; en Inglaterra, el zoólogo Julian Huxley; y en Alemania, el ornitólogo Bernhard Rensch.


 


Notas



[1] Bowler, P. J. 1985, El eclipse del darwinismo, Labor Universitaria, Barcelona, pp. 50-51.



[2] De Vries, H. 1906, Species and Varieties: Their Origin by Mutation, 2ª ed., Chicago, Open Court Publishing.



[3] Citado en Templado, J. 1974, Historia de las teorías evolucionistas, Alhambra, Madrid, p. 111.



[4] Ibíd., p. 113.



[5] Patterson, C. 1985, Evolución. La teoría de Darwin hoy, Fontalba, Barcelona, p. 142.



[6] Goldschmidt, R. (1940 [1982]). The Material Basis of EvolutionYale University Press.


 

 


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