Dios jamás jubila a los ancianos.
2ª Tim. 4:5-8
Llegar al final con la ilusión intacta y la llama encendida. Saber que se ha invertido la vida en el mejor proyecto posible: La opción fundamental del evangelio. Sostenernos como viendo al invisible, sin que nos venza el desaliento, ni por la edad, ni por le desidia, ni por la soledad, ni por otras circunstancias. Saber que, aunque hacernos mayores es irreversible, vivimos renovándonos en la esfera de la intimidad del hombre interior, como señal de que crecemos en la imitación y el seguimiento de Jesús.
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¿Por qué existe tanto rechazo a la vejez?
Por temor a lo desconocido. Nunca hemos sido viejos antes. Es un terreno inexplorado en la existencia, un itinerario por el que nunca antes hemos pasado.
Por miedo a la soledad. Es como un fantasma que acecha y se va asomando a medida que el tiempo pasa. Nos vamos aislando en los recuerdos y descubrimos que nuestra idea de mundo ha de aprender a convivir con los mundos diferentes de los que nos rodean.
Por incertidumbre ante la incapacidad física y psíquica. La vida pasa factura por el uso del cuerpo, de tal manera que los ojos, los oídos, los pies, las manos, la mente van dejando atrás su agilidad y lucidez y se abren a la torpeza limitando su recorrido.
En una cultura que mide el valor de las personas en función del PIB que uno aporta, la última etapa de la vida se interpreta a menudo y desgraciadamente como una especie de gorronería que etiqueta a los mayores como “clases pasivas”, es decir, improductivas.
1. Dios cuenta con personas mayores para tareas importantes.
Cuando Abraham recibió el llamado de Dios y sus promesas para ir a tierra de Canaán, contaba con 75 años. Cuando nació Isaac, el hijo de la promesa, Abraham tenía la bonita edad de 100 años. Cuando Dios se apareció a Moisés en el monte Horeb era un hombre de 80 años y durante 40 años más guió al pueblo por el desierto. Cuando Pablo escribió las epístolas pastorales estaría a punto de lo que nosotros llamaríamos hoy la jubilación. El apóstol Pedro escribió sus dos cartas en el otoño de su vida.
Dios jamás jubila a los ancianos. Al contrario, todo el caudal de experiencia y de sabiduría que se adquiere con los años, el Señor lo utiliza para enseñar, orientar, corregir y adiestrar a generaciones, porque, bien mirado, todo el Nuevo Testamento fue escrito por un puñado de jubilados. En los mayores está la memoria, la tradición bien entendida, el recuerdo de la historia vivida. Y la actualización de estas cosas generación tras generación es la que proporciona identidad, sentido de quiénes somos, de dónde venimos y por qué estamos aquí hoy.
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2. Dios pone en valor la vejez. Prov. 16:31.
¿Cuáles son los cánones de belleza y valor de este mundo? Funcionan en clave estética, sólo se valora lo que se ve, sobre todo, lo que es de buen ver: Rostro, figura, físico, salud, juventud. Nos interpretamos en función del “maquillaje” (apariencia), sin pronunciar una sola palabra sobre lo que somos por dentro.
El punto de vista de Dios es otro. Para él, lo esencial es invisible a los ojos. Lo que realmente posee valor no tiene que ver con lo superficial, ni con lo que se encuentra a la altura de lo que se ve, ni con los modelos que cotizan en este mundo, sino con la realidad interior. Las personas con arrugas, cuerpos encorvados, enfermedades y debilidad física son para Dios de extraordinario valor porque atesoran una existencia llena de sabiduría, conocimiento y experiencia.
Por tanto, si no hay nada más importante ni más grande que ser personas y llegar a viejos, eso es lo más grande a lo que podemos aspirar, porque por la gracia de Dios nos hemos convertido en expertos en el arte de vivir. Y, entonces, la vida no se puede dar por perdida, porque se convierte en una existencia acumulada para que los demás contemplen su belleza y hermosura y aprovechen el caudal de saber que brota de ahí.
2ª Tim. 4:7 – “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”.
El término “batalla” es una palabra que significa: “Traer”, “Llevar”, “ir”. Implica movimiento, actividad, acción. Describe una actividad esforzada que ocupa la vida entera. La palabra “carrera” habla de esfuerzo, perseverancia y resistencia como valores necesarios para poder llegar a la meta. La expresión “fe” significa lealtad insobornable a los compromisos del evangelio. Eso lo han hecho, con enorme sacrificio y dedicación nuestros mayores. Honramos su memoria. Pero ahora, desde su modelo y ejemplo, “pelear”, “acabar” y “guardar” son nuestra responsabilidad, porque “la batalla”, “la carrera” y “la fe” son los desafíos que tenemos por delante. Soli Deo Gloria.
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