Mala hierba

Es primavera y el campo florece a borbollones. Cualquiera que cuide un cachito de jardín sabe cuán fácil brota la mala hierba. Nadie la plantó, pero ahí está. Nadie la quiere, pero crece pletórica, llena de euforia. La mala hierba se mantiene en forma sin  ayuda, sin mimos, sin ni siquiera agua. La mala hierba no desaparece fácilmente. Uno  pasa el cortacésped para igualar su nivel, o disimula su aspecto cortándola a la misma altura, pero en días, vuelve a brotar con más fuerza. La mala hierba no se va, no. La mala hierba está siempre ahí, como el enemigo, la veamos o no, la acicalemos o no, como las canas, siempre vuelve(n) a salir. 

[photo_footer]Imagen de ArteMagaral.[/photo_footer]

Por lo general, lo innato, lo que nace de dentro, bueno o malo, porta mucha fuerza. Lo superficial, lo que viene de afuera, menos. Sembramos semillas para que broten hermosas flores. Cavamos un agujerito, echamos abono y un poco de buena tierra. Enterramos los granos y los regamos. Esperamos un día. Volvemos a regar. Seguimos observando, no ocurre nada. Volvemos a regar. Continuamos a la espera, ¿las habremos plantado bien? Dudas, entre otras cosas porque al lado brotan unos tallos verdes que no tienen que ver con lo que sembramos, es la mala hierba diciéndonos "gracias por el agua y el abono, no los necesitaba, pero los aprovecharé de todas formas". 

No se puede evitar. A los seres humanos nos brota la mala hierba por donde quiera que paseamos. Es cuestión de tiempo. En invierno parece dormida, pero llega la primavera y de pronto, de la nada, sale al exterior sin que nadie la pare.

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Ahí es cuando pienso que nuestras malas hierbas no tienen remedio, que no las debo tratar con cariño. Habría que atacarlas de raíz y arrancarlas pero, aun así, volverían como las oscuras golondrinas. 

En una ocasión, mientras paseaba por el campo, un prestigioso jardinero, les refirió a sus amigos del alma que no debían extirpar las malas hierbas pues corrían el riesgo de arrancar también las plantas buenas. Debían dejar crecer lo uno con lo otro hasta el tiempo de la siega. Entonces, él enviaría segadores cualificados que sabrían separar lo que vale de lo que no, el trigo de la cizaña. Esta se recogería en manojos para ser quemada, pero el trigo quedaría a buen recaudo en el granero. 

Hoy pienso en todos esos momentos en que me (nos) invade la mala hierba. En esos cardos que intento evitar, bordear y hasta saltar, pero sin éxito porque me terminan pinchando. 

Hoy el jardinero del alma me recuerda que no me ha llamado para arrancar malas hierbas, que cuenta conmigo sobre todo para sembrar la buena semilla y esperar, regar y volver a sembrar.