La liquidez de Francisco no es más que una versión pálida de la turbo-liquidez que viene de la Alemania católica.
Desde que el sociólogo Zygmunt Bauman acuñó la expresión ‘Modernidad Líquida’ (2000), el adjetivo “líquido” se ha aplicado a casi todos los fenómenos. Por ejemplo, sociedad líquida, familia líquida, amor líquido, etc. En nuestro mundo, la liquidez parece describir bien la característica vacilante, incierta, fluida y volátil de la vida contemporánea. Todo es móvil, plástico y blando; nada puede ponerse en moldes sólidos, estables y duraderos.
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A la ya amplia gama de asociaciones, se ha añadido la liquidez como descriptor de una tradición religiosa concreta, es decir, el catolicismo romano líquido. George Weigel, un intelectual conservador estadounidense, habla de ello en tono de preocupación en su artículo Liquid Catholicism and the German Synodal Path [“El catolicismo líquido y la vía sinodal alemana”] (First Things, 16 de febrero de 2022).
Durante algún tiempo, Weigel y otros exponentes del tradicionalismo católico romano estadounidense han expresado su frustración (por decirlo suavemente) ante la masiva inyección de liquidez en el catolicismo romano por parte del papa Francisco. La incierta enseñanza sobre temas doctrinales y morales de primera importancia; una especie de intolerancia hacia la liturgia preconciliar; la constante piqueta de la institución católica romana con reiteradas críticas al clericalismo; las formas de actuar del papa fuera del recuadro que desestabilizan las costumbres; el mensaje acogedor y misericordioso a costa de las exigencias doctrinales y morales del Catecismo de la Iglesia Católica, etc. Todo ello hace de Francisco un papa “líquido” que está licuando una institución que ha hecho de su estructura rocosa e inmutable un rasgo distintivo de su identidad.
Además de Francisco, Weigel ve otras fuentes preocupantes de liquidez en la Iglesia Católica Romana. El artículo indica la alarma de Weigel ante las peticiones que están surgiendo del “Camino Sinodal” de la Iglesia Católica Alemana, incluyendo una serie de conferencias de la Iglesia católica en Alemania para discutir una serie de cuestiones teológicas y organizativas contemporáneas. Apoyadas por la mayoría de los obispos alemanes, estas peticiones incluyen que el celibato se convierta en opcional para el clero (siendo la vida matrimonial la otra opción), la apertura de los ministerios a las mujeres (el diaconado primero y luego, un día, quizás el sacerdocio), el reconocimiento (con bendición eclesiástica) de las uniones homosexuales... Éstas son solo algunas de las propuestas que están a punto de llegar al Vaticano y que tienen la fuerza de detonar una bomba en la Iglesia Católica Romana. Hay una creciente preocupación en todo el mundo católico romano por el “camino sinodal” alemán. En este sentido, la liquidez de Francisco no es más que una versión pálida de la turbo-liquidez que viene de la Alemania católica.
Weigel y los círculos del tradicionalismo católico estadounidense asisten horrorizados a estos procesos de licuefacción. Para ellos, el catolicismo romano es una religión canónicamente compacta, sacramentalmente coherente, institucionalmente estable y doctrinalmente integrada. Tienen en mente un catolicismo romano que es más “romano” que “católico”, anclado a sus dogmas inmutables, atado a su tradición consolidada, caracterizado por la fidelidad y la obediencia de los fieles y centrado en sus jerarquías eclesiásticas. El catolicismo romano líquido, para ellos, es una patología de la catolicidad que corre el riesgo de protestantizar a Roma y dispersar su singularidad en la desconcertante época contemporánea.
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Es interesante observar esta dinámica de conflicto interno en el catolicismo romano desde fuera. A menudo, en el pasado, la apologética católica romana contrastaba la fragmentación evangélica con la solidez católica romana, denigrando la primera y exaltando la segunda. No era un argumento creíble en el pasado, pero lo es aún menos hoy. El catolicismo romano está tan dividido internamente como cualquier otro movimiento religioso de alcance mundial. Además, la apologética católica tradicional contrastaba la estabilidad de Roma con la volatilidad de la Reforma. Este argumento también era superficial y unilateral y lo es aún más ahora. El catolicismo romano atraviesa importantes procesos de transformación. El hecho de que se considere que Roma es semper eadem (siempre la misma) debe verse a la luz de su continua actualización y desarrollo.
Los elementos clave a considerar en esta cuestión son dos. En primer lugar, hay que considerar la doble naturaleza del catolicismo romano, que es, al mismo tiempo, “católico” (líquido) y “romano” (sólido). Su genialidad ha sido siempre combinar las dos caras para hacerlas coexistir y reforzarse mutuamente. Hoy es su liquidez la que parece prevalecer, pero su solidez no fallará, ya que el catolicismo romano es ambas cosas. El segundo elemento clave es la interpretación del Concilio Vaticano II (1962-1965), que fomentó el cambio, como ha recordado un reciente artículo de Shaun Blanchard (Commoweal, 14 de marzo de 2022). El Vaticano II ha dado al catolicismo romano tal inyección de liquidez que hoy en día está impactando en las sólidas estructuras de Roma como nunca antes lo había hecho. ¿Lograrán los resultados a largo plazo del Vaticano II licuarlas por completo? Es poco probable.
Roma seguirá siendo líquida y sólida, tal vez en una disposición diferente a su combinación actual, pero seguirá siendo “católica” y, al mismo tiempo, “romana”. Weigel y otros tradicionalistas católico romanos sueñan con una vuelta a un catolicismo más “romano”. Pero, ¿no han comprendido aún que su religión es también cada vez más “católica” al mismo tiempo?
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