Un mensaje que seduce

¡ תִפאֶרֶת, hallĕlū-Yăh , אָמֵן !

Me gustan de algún modo más que mucho las palabras de Nicholas Carr en su libro Superficialidades; no porque no pase mucho tiempo en INTERNET, y más que nunca en una etapa de mi vida complicada, en que lo considero una bendición, un modo de estar conectada con mi gente y una excelente manera de estar en contacto con mis hermanos en la fe, un medio por el cual puedo seguir esparciendo en mil colores el gran mensaje que mi Señor me encomendó, o pueda estar escribiendo ahora. Pero en ocasiones, me apetecería pasar un día sin acordarme de mi teléfono móvil y todo lo demás.

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Imagina que estás en un teatro viendo una excelente obra, concierto o buen espectáculo que te interese mucho; separas el tiempo, y cuando todas las luces se apagan y se encienden las candilejas, y cierras tus ojos pensando…  ¡Qué gusto este buen rato que voy a disfrutar con toda tranquilidad en mi mundo agitado, todo un placer! Y cuando menos lo esperas, se enciende la luz de un teléfono móvil, tal vez silenciado, pero… la lucecita que dura lo suyo, porque alguien recibe un buen mensaje y decide molestar a todo el mundo; porque le interesa más leer y contestar que estar en quietud y silencio disfrutando de lo que tiene delante, y realmente poniendo un tanto molesto a los que están alrededor.

Hemos atravesado en nuestro recuerdo toda la Semana de Pasión que hoy termina con el gran triunfo del resucitado. Este año, le he pedido al Señor que me concediera una semana un poquito tranquila y descansada, necesitaba estar a su lado y rememorar todo lo que costó mi salvación, su intenso dolor y su gran amor por mí… y más complicada no ha podido ser esta semana que hemos terminado. No sólo me ha ocurrido de todo lo que os podáis imaginar, sino que, por momentos, me parecía escuchar el aliento del enemigo decir por detrás de mi cuello…. te lo voy a estropear. Pero mi Shaddai bendito y poderoso se encargó de que no fuera así, y he querido voluntariamente, y dentro de no poder... muchas cosas en sentido real, revivir cada día y cada escena de la Pasión, ya desde la entrada triunfal en Jerusalem, pasando por la última cena, la traición de Judas, la intensa y agonizante escena del huerto de Getsemaní, contemplando la crucifixión y toda aquella tremenda escena sobre el monte Calvario en la que el universo se….  “paralizó”… el sol se oscureció, la tierra tembló, el Padre tuvo que apartar la vista y Jesús gritó: “Elí, Elí, ¿lama sabactani?”, cada una de las siete palabras dichas en la cruz, aquella capa de una pieza sobre la cual, en profecía cumplida, “echaron suertes”, y tal vez hecha y cosida (esa era la tradición) por una madre que en aquellos momentos, como cualquier madre humana, tenía el alma totalmente traspasada, también en palabras proféticas cumplidas… como por una espada… el velo del templo rasgado no por mano humana, de arriba abajo, abriendo un nuevo camino sin velos, directo al Padre, unos discípulos que parecían no haber entendido nada en tres años. Realmente todos pensaban que aquello había sido un sueño que acabó en derrota.

José de Arimatea, lágrimas, ofuscamiento, hasta el tercer día en el que la muerte no tuvo poder sobre él…. Como dice un viejo himno: “ Venció la muerte con poder y el Padre lo exaltó”. 

Y una mujer que amaba mucho, porque había sido liberada de mucho, es la primera en verlo sin reconocerle, y solo con escuchar… ¡María! Se da vuelta sobre sus talones y dice con pasión… ¡Raboni! La primera mujer comisionada por Jesús.

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Recoge la Escritura las preciosas palabras…

“Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén”. (Hebreos 13: 20 – 21)

Y en estos momentos vuelvo al pensamiento del principio…¿Recordáis la escena del pequeño Samuel en la noche en la que el Señor le llama y ni él ni un Elí viejo en todos los sentidos entienden nada, hasta que el Señor le da una luz al sacerdote y Samuelito vuelve a su cama, y a la siguiente llamada del Señor responde: “Habla, porque tu siervo oye”? Hoy quiero escuchar la voz de mi Señor desde el silencio y seguirle hasta el final.

Y en un día tan especial como el de hoy, de gozo, Aleluyas y victorias, pienso en la primera escena que imaginamos y cualquier voz que en algún momento interrumpa nuestra conexión imprescindible para escuchar la voz de Dios.

Es Domingo de Resurrección…

¡ תִפאֶרֶת, hallĕlū-Yăh , אָמֵן !

¡Gloria, Aleluya, Amén!