Amigos del silencio

Recuerdo que tenía un profesor (de los de antes) que cuando la clase se alborotaba nos decía "callad o meditad en el silencio cuando habléis", o sea, "callad o callad". Callar es cesar de hablar. Muy sonada fue la intervención del rey emérito de España en 2007 cuando le espetó a Chávez: "¿por qué no te callas?".

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Cuando nos obligan a callarnos, de alguna manera, sentimos que se nos priva de la libertad de expresarnos. El significado original del verbo conlleva la idea de “bajar y descender”, quizá por eso experimentamos cierta humillación cuando no nos dejan  verbalizar lo que queremos. Cuando gritamos nos imponemos a los demás y demostramos muy poco dominio propio. Son tiempos de verborrea, por lo que son pocos los momentos a lo largo del día en que disfrutamos del silencio de manera voluntaria, sin que nadie nos lo exija. A veces, ni siquiera lo guardamos cuando dormimos, pues sin querer balbuceamos respuestas en medio del sueño sacando afuera todo el ruido que hemos acumulado durante la jornada.

[photo_footer]Ilustración de ArteMagaral.[/photo_footer]

Es más fácil callar la voz que silenciar la mente, relativamente sencillo no hablar y guardar silencio. Otras veces nos enfrentamos a nuestros propios zumbidos, pensamientos que resuenan runruneando el alma y producen estrés. ¿Cuánto de lo que hablamos no es puro ruido? William Shakespeare (1564-1616) escribió una comedia llamada Mucho ruido y pocas nueces, porque no todo (lo que expresamos) es lo que parece.

¿Para qué sirve el ruido? Los Laboratorios Orfield en Minneapolis (EEUU), disponen de una habitación totalmente insonorizada hasta los -9.6 decibelios. El umbral de nuestro oído es cero decibelios. Los que han estado dentro de esta cámara no han aguantado más de 45 minutos. No estamos acostumbrados a escuchar solo los latidos de nuestro corazón. Nos hemos habituado a cierto nivel de ruido. La ausencia pronunciada del mismo nos hace sentir inseguros. 

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Sin embargo, el Creador de la Palabra y máximo precursor del diálogo conocía la importancia del silencio. En ocasiones, este irrumpe con estruendo. Narra en primera persona el dolor, la compasión y el amor por el prójimo; grita aquello que no tiene que ver con uno mismo sino con la voluntad de Dios. "En las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es prudente" (Proverbios10:19 RVR1960). Me estoy acordando de los amigos de Job. 

Necesitamos apartarnos y tener tiempos de quietud, callados, refrenando los labios del alma. Jesús lo sabía. Por eso, antes y después de tratar con multitudes, buscaba el desierto, un lugar solitario en donde pudiera escuchar solo y nítidamente el silbo apacible del Espíritu. Hoy me recuerdo que el exceso de ruido ensordece los oídos del espíritu. También que necesito momentos de quietud para conocerme mejor y no herir a los demás.