Es completamente inadecuado decir que Jesús hacía exorcismos, pues no encontramos en su práctica de liberación ni conjuros, ni objetos, ni gestos ni ritos. Solo el poder de su persona.
Hay una lamentable idea, bastante extendida entre propios y extraños, esto es, entre cristianos y no cristianos, que contempla a Jesús como un exorcista. Se sostiene sin más que Jesús practicó el exorcismo y por eso se le denomina exorcista. Pero ¿es verdad que Jesús practicó el exorcismo? No, no es verdad. Y lo cierto es que esta cuestión no es asunto baladí. Es necesario que corrijamos esta idea por causa de la peligrosa mentira que propaga y por el daño que puede hacer en las iglesias y fuera de ellas.
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La práctica del exorcismo es conocida en la práctica totalidad de las religiones del mundo. El exorcismo pertenece a las formas básicas de la expresión religiosa por primitiva que sea ésta.
En el exorcismo de las religiones no cristianas ocurre que los espíritus débiles son expulsados por otros más poderosos, a cuya merced quedan los supuestos exorcizados, de modo que no hay verdadera liberación, sino un cambio de poderes a peor. Cuando a los nuevos espíritus les interese manifestarse, lo harán, sin duda, para desgracia del supuesto exorcizado. Esta práctica se observa ya en las religiones chamanistas y especialmente en el lamanismo tibetano, como también el en taoísmo popular contemporáneo. En realidad, hasta la más arcaica expresión religiosa conoce la práctica del exorcismo. Era la forma que tenía el hombre antiguo de enfrentar la influencia de poderes que consideraban negativos y apartar de sobre ellos la ira de un supuesto dios.
¿Desconocía la Biblia esta realidad tan antigua? No, seguramente que no la desconocía, pues, estaba muy extendida en todo el mundo. Lo que ocurre es que con su silencio la reprueba. El exorcismo es tan ajeno a la Biblia, que lo ignora desde sus orígenes. Así, en Deuteronomio 18:10-14, texto capital en el que se prohíben todas las prácticas espiritistas de adivinación, agoreros, magos, sortilegios, hechicería, no se hace referencia directa al exorcismo. Esto nos da una idea de lo ajeno que era en el mundo bíblico esta práctica. Será en fechas bastante posteriores, durante el judaísmo tardío, cuando los judíos elaborarán ritos para el exorcismo, los cuales tendrán bastante reconocimiento en los países de su entorno (Tobías 6:8; 8:2; Josefo Antigüedades 8:2s)
También para el Nuevo Testamento el exorcismo es algo completamente ajeno a la espiritualidad del evangelio. Lo prueba el hecho de que las palabras pertenecientes al grupo exorkizo, como definición de exorcismo, solo aparece una vez en Hechos de los Apóstoles 19:13, en alusión a un grupo de exorcistas judíos que fracasan en su empeño de liberar a un poseído, valiéndose del conjuro del nombre de Jesús.
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El evangelista Lucas tampoco interpreta como exorcismos los milagros de liberación que Pablo y los otros apóstoles realizan “en el nombre de Jesús” (Hechos 19:10-14; 16:18; y 3:6,16 y 4:30). La interpretación de Lucas es que se trata de un poder impartido por Jesús (Lucas 9:1; 10:19). Asimismo, las expulsiones de demonios que obra Jesús se producen sin los conjuros propios de los exorcismos, sino que los espíritus obedecen inmediatamente ante la sola palabra de poder.
Allá por el tercer siglo de nuestra era se institucionalizó el exorcismo en las iglesias cristianas, y se emitieron instrucciones concretas para su práctica, confeccionándose fórmulas litúrgicas para la expulsión de demonios.
Debido a la influencia de la Ilustración, ese movimiento cultural europeo del siglo XVIII, el exorcismo cayó en descrédito como resto de una antigua superstición, y dejó de hablarse de él. En la Iglesia Católica en la actualidad hay rituales fijos, pero la práctica del exorcismo se ve dificultada o limitada por una serie de medidas restrictivas. Mientras que en el caso de las Iglesias del Protestantismo histórico el exorcismo se ha desestimado casi por completo. Solo en las Iglesias Evangélicas denominadas libres continua su práctica, sobre todo en las de tendencias pentecostales y carismáticas.
Hoy entre los cristianos se habla de exorcismos y se sostiene con naturalidad que Jesús practicaba el exorcismo, de lo cual se deduce que nuestro Señor era un exorcista. Pero nada más alejado de la verdad y nada más peligroso. Decir que Jesús era un exorcista es honrar al exorcismo y a los exorcistas. Y esto, como veremos, es un error de trágicas consecuencias.
La palabra “exorcismo” procede del griego exorkitzo, y significa “conjurar”, “mandar”, “exigir”, y se usa para referirse a la supuesta liberación de una persona del poder o la influencia de los espíritus y demonios. Pero que Jesús liberara a los esclavizados y poseídos de los demonios no significa que fuera un exorcista, ni que estuviera exorcizando a nadie.
Hay una triple razón por la que no podemos identificar a Jesús como exorcista. Esto se debe a que el exorcismo consta de tres elementos constitutivos. Uno de estos elementos es el conjuro, que tiene que ser pronunciado correctamente porque si no se hace inoperante. Pero en los evangelios no vemos a Jesús valerse de ningún conjuro. En ninguno de los siete casos de liberación de demonios que registran los evangelios como obra Jesús, le vemos recurrir a ningún conjuro. Jesús no emplea ninguna fórmula, ni ninguna clase de invocación para provocar la liberación. Simplemente se dirige a los espíritus por medio de la palabra y les ordena que salgan de la persona, y en algún caso la liberación se produce incluso en la distancia geográfica (Lucas…). El poder de liberar está en su propia persona, en su propia palabra, y ningún demonio se le resiste.
El segundo elemento constitutivo del exorcismo es el objeto que usa el exorcista como parte integrante del rito. Pero en el caso de Jesús no se puede apreciar que use objetos ni que realice ritos para expulsar a los demonios; simplemente, su palabra es suficiente. Hoy los supuestos exorcistas cristianos se valen del agua bendita, de los crucifijos o de la Biblia.
Y, finalmente, el tercer elemento constitutivo del exorcismo es el gesto que realiza el exorcista, mientras ordena al demonio abandonar el cuerpo del afectado o dejar de molestarle. Pero tampoco vemos a Jesús realizar ningún gesto particular a la hora de liberar a los poseídos por los demonios.
Estos son los tres componentes constitutivos del exorcismo: la palabra “correcta”, el gesto “eficaz” y el objeto “probado”. En el caso de los exorcismos litúrgicos católicos, los elementos constitutivos se reducen a “ceremonias” (señal de la cruz, imposición de manos y otros) y la “palabra” (lecturas bíblicas, oraciones, conjuros, amenazas e imprecaciones a los espíritus). Además, en caso de que se crea que existe posesión, el exorcismo debe realizarse bajo la autorización del obispo de la diócesis.
Como hemos dicho, estos tres elementos: conjuro, objeto y gesto, forman parte constitutiva de los exorcismos asiáticos y de toda expresión religiosa, y sus practicantes creen que estos obran “per se, es decir, ex opere operato”, a modo de magia. Pero si faltare uno de los tres elementos, no se produce el exorcismo.
Por estas tres razones tenemos que decir que es completamente inadecuado decir que Jesús hacía exorcismos, pues no encontramos en su práctica de liberación ni conjuros, ni objetos, ni gestos ni ritos. Solo el poder de su persona, el poder de su palabra desnuda de toda afectación externa.
Llamar a Jesús exorcista o usar los cristianos este nombre para referirse a sus prácticas de liberación de espíritus es una forma de confundir y llamar a engaño, pues, es una subrepticia manera de honrar a los demonios, dado que constituye una tácita justificación de los exorcismos. De ahí que no debamos aplicar el término exorcista a Jesús, ni tampoco a los consejeros espirituales cristianos que realizan liberaciones de espíritus. El apóstol Pablo comprendió la argucia de los demonios y no le permitió a la joven poseída por un espíritu de adivinación que le hiciera propaganda (Hechos 16:16-18).
El apóstol Pablo expulsa demonios, y lo hace en el nombre de Jesús. Por ejemplo, al espíritu que poseía a la muchacha adivina de Filipos le dice: “Te mando en el nombre de Jesucristo que salgas de ella” (Hechos 16:18). En este caso el recurso del nombre de Jesús por parte de Pablo no es un conjuro exorcista porque no obra ‘per se’, es decir, de manera mágica, sino desde una relación personal de fe del apóstol con su Señor.
No es este el caso de los siete hijos de Escevas que aparecen en Hechos 19:13ss, y a los que Lucas llama “exorcistas ambulantes”. “Estos intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: “Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo…Pero respondiendo el espíritu malo, dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois? Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando sobre ellos y dominándolos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa desnudos y heridos” (Hechos 119:13,15-16). Evidentemente, aquí la invocación del nombre de Jesús no funciona porque no se hace desde la base de una relación personal de fe, sino a modo de conjuro mágico.
Toda práctica espiritual cristiana tiene que tener un fundamento bíblico o debe estar en armonía con la enseñanza del evangelio. No es este el caso de los exorcismos. Por tanto, dado que la Biblia en su conjunto no reconoce esta práctica, nosotros debemos desecharla y debemos decir alto y claro que Jesús no es un exorcista porque nunca practicó el exorcismo. Lo que él hizo fue expulsar demonios de verdad; lo que hacen los exorcistas es camuflar una tragedia.
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