Nunca serás un dios tan minúsculo que hagas según se me antoje, manipulable, un dios a mis pies, limitado a mi corta comprensión de la vida.
“Me buscarás y me encontrarás cuando me busques de todo corazón”. Jeremías 29:13.
Te busco, por supuesto, lo hago con todas mis fuerzas. Busco y rebusco por cada rincón, intentando encontrar cualquier resquicio de ese Dios que un día gritaba bien alto que estaba ahí, a mi lado, sosteniendo, acompañando, en definitiva, haciéndose notar. ¿Y ahora? ¿Dónde estás? ¿te has escondido? Señor háblame, como ese viento fuerte que sacude los montes. Muéstrate, como un terremoto que deja señal por donde pasa. Arde, que pueda sentir el calor de tu abrazo.
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Sumergida en tanta limitación humana me atrevo a pedirte que seas ese Dios que te niegas a ser, deja descansar mi fe ciega y que abunden tus evidencias y tus muestras de poder: “En el punto más alto del templo… Si eres el Hijo de Dios, ¡échate abajo! Pues escrito está: Él ordenará a sus ángeles que te protejan y te sostendrán con sus manos”. (Mateo 4:6). Frente a esta petición, tu “no” fue rotundo. Y te puedo imaginar diciéndome, como hiciste con Pedro: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”.
Pero no desistiré en mi petición de que cumplas el deseo de mi corazón, aunque tenga que asimilar con tropiezos que no contestas como yo deseo que lo hagas, porque no eres un dios a la carta. No soy tu dueña y señora como si pudiera exigirte cuándo o cómo debes hacer las cosas. Lo sé, la humanidad eclipsa el nuevo ser que tú estás moldeando, pero al que le quedan tantas cosas por aprender. Tú no eres ese dios ni lo serás nunca. Nunca serás un dios tan minúsculo que hagas según se me antoje, manipulable, un dios a mis pies, limitado a mi corta comprensión de la vida.
“Dios no estaba en el viento, tampoco en el terremoto ni en el fuego. Luego se oyó un suave susurro” (1 Reyes 19:11-12). Me esfuerzo por convencerme con tu palabra, asegurarme de que estás aquí, pero no logro percibir el ligero susurro con el que pareces hablar. Debo prestar más atención, bajar el volumen del mundo para escuchar mejor tu voz, pero ¿Cómo? Oro y te cuento que no te siento, mi vida se ha limitado a eso, a repetir una y otra vez como un mantra que no te veo. Entonces soy consciente del distorsionado camino en espiral que tengo frente a mí. Me estoy nutriendo de este alimento, un plato con sabor de un Dios ausente, un empacho de lamento que solo me llena de amargura que corrompe y contamina.
Es lícito el dolor, el llanto es humano y necesario, expresarlo, señalarlo y tratarlo, pero estancarme aquí más tiempo es inútil. Reconozco que el hábito del disgusto continuo es difícil de arrancar, quizá me alivie permanecer aquí en esta “zona de confort”, liberada de la responsabilidad de saber que la ausente sea yo, no tú. Mis reproches son continuos sobre tu supuesta ausencia, pero que pocas veces me he preguntado ¿y si la ausente soy yo? ¿sientes tú mi presencia?
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Tengo una hoja de ruta para encontrarte, un camino frente a mí para acudir a tu encuentro “Me buscarás y me encontrarás”, pero tú, ¿puedes “buscarme y encontrarme”? Sería fácil poder confeccionar un recorrido para que tú llegaras también hasta mí, apretar un interruptor y estar disponible. Pero estoy ausente, en esta sociedad tan aparentemente conectada, cuando recibo tu llamada comunica o estoy fuera de cobertura ¿Qué me ocurre?
Mi actitud no te cambia, tú eres inmutable, pero sí cambia mi manera de amarte, según mis circunstancias. Soy volátil, manipulable, cuando me dejo impregnar por mis emociones, voy y vengo, y me recuerdo, en medio del vaivén, que lo que siento no define lo que tú eres, que mi inestabilidad solo define mi humanidad. Depender de mis emociones hace de mi amor por ti un amor endeble, inmaduro, desarmado. Debo aprender del tuyo, un amor incondicional, inmutable. Y en este desahogo reconozco el error, tú eres para mi dependiendo de lo que siento, te siento dependiendo de cómo interpreto mis circunstancias. Así se me pasa la vida, atreviéndome a construirte a medida, pretendiendo hacerte un dios que me queda en la cabeza. Así, tan minúsculo como yo.
¿Puedo asegurarme de que cumples el deseos de mi corazón? Sí, pero solo cuando mi corazón está alineado con los deseos de tu corazón, cuando mi corazón se entrena para que tú y solo tú seas la prioridad, para que tú lo ocupes todo, la disciplina de aceptar que la transformación empieza por hacerme responsable de mi actitud, de mi forma de mirar. Otros caminos llevan al mismo sitio, pero solo en mis manos está recorrer el mío desde una actitud alineada contigo, desde la responsabilidad de tomar mi cruz y seguirte.
Hoy tengo pendiente hacer un inventario en mi corazón, como dijo Pablo, trabajar y esforzarme por tener la mente de Cristo, por mirar con tus ojos. Porque entonces, lo sé, lo he experimentado:
“Te buscaré y te encontraré, cuando te busque de todo corazón”.
Dios: “Dejaré que me encuentres” Jeremías 29:11-14
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