El trabajo cotidiano de los copistas implicaba mucha concentración y esfuerzo.
Durante casi toda la Edad Media, periodo de la historia que va de la caída del Imperio Romano (476) al llamado descubrimiento de América (1492),1 continuó la producción de biblias una por una, ya que un escribano copiaba del manuscrito base para trasladar el texto a hojas de papiro o pergamino. Aunque los copistas siguieron usando rollos, paulatinamente el formato preferido fue el codex, antecedente de lo que serían los libros como los conocemos actualmente. El codex, códice, estaba “formado por un conjunto de cuadernillos (hojas dobles), unidos por el doblado, hasta alcanzar un grosor discrecional […] A diferencia del rollo, el códice admitía la copia por ambos lados” del material elegido, fuese papiro, pergamino y más tarde papel. Inicialmente los códices eran de papiro, “pero en el siglo IV eran ya corrientes los de pergamino”.2
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Quienes copiaban la Biblia Hebrea y los escritos que formaron el Nuevo Testamento realizaban la tarea muy cuidadosamente. En el caso del Primer Testamento el trabajo del copista tenía reglas muy claras y detalladas “con el fin de evitar al máximo todo posible error. La copia no podía ser hecha al dictado; debía hacerse directamente de otro rollo manuscrito, para evitar de este modo los típicos errores de oído”. Tras largas jornadas de los escribas y mecanismos de control durante el proceso de elaboración del nuevo rollo, “éste era sometido a revisión una o más veces. El ejemplar de la Torah, que el rey debía recibir conforme a la prescripción de Deuteronomio 17:18, era revisado por tres tribunales, uno integrado por sacerdotes, otro por levitas y el tercero por notables israelitas. Estaba prohibido conservar un texto no revisado”.3
Los copistas cristianos fueron meticulosos y, junto con personas capacitadas para cuidar la transmisión de los textos, produjeron copias de las diversas partes del Nuevo Testamento. Hacia finales del siglo II “los libros cristianos son ya suficientemente accesibles al público cristiano” que oye leer en voz alta distintas secciones neotestamentarias. Adicionalmente, en “Alejandría [Egipto] existía un scriptorium”, lugar especialmente acondicionado para copiar manuscritos, “que sirvió de modelo para el establecido más tarde por Orígenes en Cesarea, así como para la biblioteca de Jerusalén fundada por el obispo Alejandro después del año 212”. En estos lugares y por personas expertas “se cuidaba la caligrafía y se desarrollaban incluso métodos de estenografía a cargo generalmente de mujeres”.4
El trabajo cotidiano de los copistas implicaba mucha concentración y esfuerzo, que por la repetición provocaba desgastes físicos. Uno de tales personajes dejó testimonio escrito en el siglo VIII sobre lo desgastante del oficio: “¡Oh, afortunado lector, lávate las manos antes de coger el libro, pasa las páginas con cuidado y aleja tus dedos de las letras! Aquel que no sabe escribir no conoce el trabajo que comporta. Oh, cuán difícil es la escritura: enturbia la vista, tortura los riñones e inflige un suplicio a todos los miembros. Tres son los dedos que escriben, pero es todo el cuerpo el que sufre”.5
En los monasterios el scriptorium, para tener la máxima ventaja de la luz del día, estaba bien iluminado por varias ventanas. En el verano los amanuenses laboraban doce horas, las que se mantenían encorvados para copiar el volumen al nuevo material. Debían concentrarse en su labor y seguir “una caligrafía estandarizada”. Finalmente, “confeccionar una Biblia completa de unas 1200 páginas en formato folio requería de dos a tres años si el trabajo se encomendaba a un solo copista”.6
Antes hemos mencionado el uso del papiro, el cual, paulatinamente, fue desplazado por el pergamino como soporte de escritura. El primero siguió en uso hasta el siglo V d. C., aunque de forma declinante dado que el pergamino desde que comenzó a usarse en su lugar de origen, Pérgamo, en el siglo II a. C., demostró mayor durabilidad. El pergamino “se fabricaba con pieles de becerro, oveja, carnero o cabra. Los artesanos las sumergían en un baño de cal durante varias semanas antes de secarlas en un bastidor de madera”. El estiramiento de las pieles “alineaba las fibras [de las mismas] formando una superficie lisa, que luego raspaban hasta alcanzar la blancura, la belleza y el grosor deseados”. El resultado de todo el dilatado proceso “eran láminas suaves, delgadas, aprovechables por ambas caras para la escritura y, sobre todo —esa es la clave—, duraderas”.7
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Para la elaboración de una nueva Biblia de entre 600 y 800 hojas se necesitaban 300 o 400 pieles de oveja.8 Incluso un texto “relativamente modesto es su extensión requería las pieles de veinte a cuarenta animales”.9 La suma del costo de las pieles, la tinta, cálamos de caña o plumas de aves y el pago a los copistas representaban una inversión muy considerable, la cual podía elevarse si la Biblia era iluminada por especialistas. Aunque el papel se produjo en Asia oriental en “el siglo II d. C. y se propagó en el mundo islámico a partir del siglo VIII”, es hasta el siglo XII cuando “aparecieron en la España musulmana los primeros molinos de papel, y en 1390 se construyó uno en Núremberg”.10
El papel sería un insumo ideal para usarse en la imprenta de tipos movibles desarrollada hacia mediados del siglo XV por Johannes Gutenberg. Tras algunos años de hacer pruebas con la máquina de imprimir y perfeccionarla, Gutenberg se dio a la minuciosa tarea de hacer funcionar su invento y ponerlo al servicio de un proyecto que transformaría la producción de libros: publicar la Biblia en gran formato, a la que se le conoce como Biblia de 42 líneas (B42) por tener en cada página el número citado de líneas. La obra salió del taller de Gutenberg, en Maguncia, Alemania, en 1454 y de inmediato causó gran admiración entre quienes la conocieron. El volumen tenía 1286 páginas y se imprimieron 180 ejemplares, de los cuales se conservan hoy en día 49 “prácticamente íntegros, además de algunos fragmentos sueltos”.11
BIBLIOGRAFÍA
Eco, Umberto, “Introducción a la Edad Media”, en Umberto Eco (coordinador), La Edad Media: bárbaros, cristianos y musulmanes, tomo I, México, Fondo de Cultura Económica, 2018, pp. 11-42.
Füssel, Stephan, “La producción de Biblias en los monasterios medievales”, en Andreas Fingernagel (editor), El libro de las Biblias. Las Biblias iluminadas más bellas de la Edad Media, Colonia, Editorial Taschen, s/a, pp. 14-35.
______ La Biblia de Gutenberg de 1454. Comentario sobre la vida y obra de Johannes Gutenberg, la impresión de la Biblia, las particularidades del ejemplar de Gotinga, el “Muestrario de Gotinga” y el “Instrumento notarial de Helmasperger”, Colonia, Editorial Taschen, 2018.
Pérez, Miguel y Trebolle, Julio, Historia de la Biblia, Editorial Trotta-Universidad de Granada, Madrid, 2006.
Pettegree, Andrew, The Book in the Renaisance, New Haven, Yale University Press, 2011
Trebolle Barrera, Julio, La Biblia judía y la Biblia cristiana. Introducción a la historia de la Biblia, segunda edición, Madrid, Editorial Trotta, 1993.
Vallejo, Irene, El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo, tercera edición, Madrid, Ediciones Siruela, 2019.
1 Umberto Eco, “Introducción a la Edad Media”, p. 11.
2 Miguel Pérez y Julio Trebolle, Historia de la Biblia, p. 45.
3 Julio Trebolle, La Biblia judía y la Biblia cristiana, p. 126.
4 Ibid., p. 127.
5 Stephan Füssel, “La producción de Biblias en los monasterios medievales”, p. 14.
6 Idem.
7 Irene Vallejo, El infinito en un junco, p. 79.
8 Stephan Füssel, “La producción de Biblias en los monasterios medievales”, p. 27.
9 Andrew Pettegree, The Book in the Renaisance, p. 7.
10 Stephan Füssel, “La producción de Biblias en los monasterios medievales”, p. 31.
11 Stephan Füssel, La Biblia de Gutenberg de 1454, p. 7.
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