En Nigeria hay una focalización en las mujeres como medio para poner en peligro a las familias cristianas, tanto presentes como futuras. Un artículo de Helene Fisher.
Sarah tardó varios años en tomar la decisión de seguir a Jesús. Aquella podía resultar una elección muy peligrosa.
Como cualquier otra adolescente del norte de África, Sarah no era musulmana por convicción o decisión personal; su padre era imán y mantenía un férreo control sobre su hogar.
Cuando su padre descubrió la Biblia escondida bajo su cama, le golpeó y gritó: “Eres una apóstata, mereces la muerte”.
Tras ese día vinieron años y años en los que los peores miedos de Sarah se hicieron realidad. Aunque la violencia física fue terrible, no era el enemigo más fuerte al que se enfrentó.
Sin embargo, Sarah continuó perseverando en su nueva fe, lo que la convirtió en objeto de acoso verbal por parte de su familia: la acusaron de abandonar el hogar para vivir con un hombre fuera del matrimonio, así como de ser inmoral y deshonrar a la familia.
Aquella acusación falsa fue dolorosa y profundamente humillante. Además, la aisló completamente. Sarah tenía pocos medios de protección en la patriarcal sociedad norteafricana, así como pocos recursos legales a los que acceder.
En aquel contexto, el control coercitivo y la violencia que su familia ejercía sobre ella se consideraba un medio normal, e incluso apropiado, para controlar a su caprichosa hija.
Según la investigación de Puertas Abiertas, la experiencia de persecución religiosa que sufrió Sarah es más típica de lo que podría pensarse.
A lo que sucede en el ámbito de lo hogar, hay que sumar la violencia ambiental y el control que sufren las mujeres en estas sociedades, lo que provoca una forma de persecución religiosa que recibe la aprobación tácita de la comunidad.
Convencieron a Sarah de que el matrimonio con un hombre musulmán sería una forma de reconciliación y de acabar con las habladurías. “El hombre con el que te cases te limpiará de todos tus pecados y podremos volver a vernos”.
La presión de que se le negara el acceso social a su familia, combinada con las acusaciones morales, llevó a Sarah, una mujer adulta, a tratar de volver a sentirse parte de su familia cediendo a un matrimonio convenido por ellos.
Pero, como cabría esperarse, Sarah no encontró la paz en aquel matrimonio. Se produjo un ciclo de violencia doméstica hasta que su marido también terminó echándola.
Sarah se quedó en la indigencia y sin hogar en un contexto en el que no es socialmente aceptable que una mujer viva sola.
Cada año, Puertas Abiertas investiga la dinámica de la persecución religiosa por motivos de sexo para comprender mejor este tipo de situaciones. El informe detalla los medios típicos de persecución religiosa a nivel mundial que enfrentan hombres y mujeres en los 76 países más hostiles a la fe cristiana.
Generalmente, las mujeres y niñas sufren por su fe tras las sombras de la esfera doméstica o en pequeños círculos sociales, y la vergüenza suele desempeñar un papel crucial.
El matrimonio forzado y la violencia sexual, así como el encarcelamiento por parte de la familia y otros tipos de violencia física son las tácticas más comunes en, al menos, 50 países.
Muchos cristianos sufren la persecución religiosa en contextos mucho más violentos y peligrosos que el de Sarah. En algunas regiones del mundo, los hombres y mujeres cristianos sufren una persecución religiosa adicional por parte de las bandas criminales.
Por ejemplo, la situación en el norte de Nigeria sigue suponiendo la amenaza más extrema contra las mujeres y niñas cristianas. “En el momento en que estas niñas son secuestradas, se las somete a todo tipo de crueldades con tal de hacerse con el control de sus mentes”, comparte un encuestado nigeriano.
“Mientras los padres luchan por liberar a sus hijas, los secuestradores siguen abusando sexualmente de ellas, les echan droga en la comida y en la bebida, controlan lo que llevan puesto y dónde duermen, y evocan continuamente espíritus malignos sobre ellas hasta el punto de que estas niñas pierden completamente la cabeza y ni siquiera pueden pensar en regresar a sus casas”.
En cada uno de estos escenarios vemos una focalización en las mujeres como medio para poner en peligro a las familias cristianas, tanto presentes como futuras.
En el caso de las niñas de Nigeria, se trata de familias cristianas que son objeto tanto de ataques físicos como de fuertes presiones, de vergüenza y de estigmatización.
En el caso de Sarah, su matrimonio “fallido” con un no cristiano y la posterior separación implican que es muy poco probable que ella tenga un matrimonio cristiano y una familia propia algún día.
Sea contra los hombres o contra las mujeres cristianas, la persecución religiosa que trata de separar a ambos sexos, con sus debilidades y fortalezas, es un grave perjuicio para toda la comunidad cristiana.
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