Estas comunidades recuerdan el valor del discipulado, la comunidad de creyentes y ser agentes de transformación social de acuerdo con los valores del Reino de Dios.
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Con su existencia, las pequeñas comunidades bruderhof recuerdan al conjunto de cristiano(a)s el valor del discipulado, la comunidad de creyentes y ser agentes de transformación social de acuerdo con los valores del Reino de Dios.
La selección de escritos de J. Heinrich Arnold, publicada con el título Discipulado, vivir para Cristo en la lucha cotidiana (Plough Publishing, Walden, Nueva York, 2021), está compuesta, en su mayor parte, de fragmentos que originalmente fueron cartas dirigidas a grupos o individuos con quienes Arnold desarrolló su ministerio pastoral, docente y de consejería. Por lo tanto, más que reflexiones teológicamente sistematizadas, son palabras sustentadas en la Palabra y buscan estimular el acompañamiento en la vida cristiana.
Los consejos, exhortaciones y advertencias están distribuidas en tres secciones: El discípulo, la Iglesia, el Reino de Dios. Los bruderhof, en la tradición de la comunidad de creyentes y su asociación voluntaria, enfatizan el necesario encuentro con Cristo (experiencia de salvación, conversión, nuevo nacimiento) y el compromiso de seguirle todos los días y en cada aspecto de la vida. A una nueva naturaleza le corresponde un nuevo cuerpo de creencias y prácticas que se desprenden de ellas.
Arnold afirma continuamente que la renovadora experiencia espiritual del encuentro con Cristo no debe quedarse en un acto meramente religioso, sino que es necesario validar esa experiencia con el compromiso de seguir a Jesús en los términos que el prescribió. Para ello es imprescindible el estudio continuo del Evangelio, tanto de forma personal como la disposición de hacerlo comunitariamente.
Acerca de la experiencia interior y los signos exteriores de la misma, Arnold escribió. “Cristo enseñó que deber haber un cambio completo en cada persona, y que este cambio debe empezar en nuestro interior. Pedro y los apóstoles enseñaron lo mismo en Pentecostés. Cuando la gente le preguntó a Pedro: ‘¿Qué debemos hacer?’, él les contestó: ‘Arrepiéntanse y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo’. Y cuando ellos respondieron, el cambio interior que se llevó a cabo se trasladó a las áreas prácticas y económicas de sus vidas. Pusieron todo a los pies de los apóstoles y ya no se aferraron a nada. Todos renunciaron voluntariamente a sus posesiones, pero, cada uno compartía todo con los demás, nadie sufría necesidad. Para nuestro tiempo, también creemos en una nueva sociedad como esta, impulsada por un cambio que comienza en nuestro interior. Cuando Dios entra en nuestra vida interior, el cambio que genera también afectará nuestra vida exterior. Si nuestro cristianismo es una religión solamente para los domingos por la mañana, seguirá siendo superficial y vacío”.
El constante llamado de los bruderhof a la integridad, a ser consecuentes entre lo que confesamos y cómo lo vivimos tiene profunda raigambre en las enseñanzas bíblicas. Gran parte del descrédito del cristianismo en la era posmoderna se origina en escandalosas contradicciones entre postulados contra los que difícilmente alguien estaría en contra (amor, paz, justicia, servicio) y las conductas realmente existentes de hombres y mujeres que somos renuentes a seguir las pisadas de Cristo. Arrepentimiento y seguimiento de Jesús integran una agenda indisoluble para quienes nos decimos cristianos.
Acerca del arrepentimiento J. Arnold lo ilustra con un ejemplo literario. Una pequeña novela que considero es cautivante parábola del profundo significado de la conversión: “¿Realmente sabes qué significa el arrepentimiento? Cuando una persona se arrepiente cambiará de tal manera que todos los que se encuentren con ella sentirán su cambio de corazón. En Canción de Navidad de Dickens, era obvio para todos los que se encontraron con el viejo Scrooge, el día de Navidad, que era un hombre diferente al de la noche anterior. Te deseo esa clase de arrepentimiento”.
Sobre la comunidad de creyentes, que es necesariamente visible y actuante en un determinado lugar y tiempo, quien fuera pastor de los bruderhof de 1962 a 1982, dice que “cuando hablamos de nuestra comunidad como una iglesia, ciertamente no queremos dar a entender que es la Iglesia. La iglesia es algo mucho más grande. Se remonta al principio de todas las cosas, antes de la creación del mundo. Pero deseamos que se encuentre operando hoy, también entre nosotros. Peter Riedemann [1506-1556, escribió Love is Like Fire: The Confessión of an Anabaptist Prisoner, El amor es como el fuego: confesión de un anabautista prisionero] compara la reunión de creyentes en la iglesia con una linterna. Una linterna no sirve para nada a menos que tenga luz. Lo mismo es cierto respecto a la iglesia. Puede tener todos los bienes en común, sin propiedad privada; puede tener amor, consagración total y una comunidad verdadera. Pero eso no garantiza que esté viva. La iglesia es un don de Dios. Llega a los espiritualmente pobres y está vivificada por el Espíritu Santo”.
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La Palabra en sangre y tinta da testimonio de la Palabra encarnada, por lo cual es muy significativo guardarse de la “bibliolatría”: “Nada en absoluto puede ayudarnos, nada excepto la Palabra de Dios. Por la Palabra no nos referimos a las puras letras de la Biblia. Es cierto que la Biblia, por contener los dichos de Jesús y de los profetas en forma escrita, es el libro más sagrado que existe. Pero la Biblia en sí misma no es la Palabra de Dios, solo da testimonio de ella. Cuando leemos la Biblia y sentimos a Dios hablando directamente a nuestros corazones, cuando nuestros corazones empiezan a arder, sabemos que es la Palabra viva. ‘La letra mata, pero el Espíritu da vida’ [2 Corintios 3:6]. Cuando la Palabra penetra nuestros corazones, experimentamos cómo vivió Jesús, cómo murió, por qué murió, y cómo resucitó y ascendió al cielo. Cristo mismo es la esencia de las Escrituras”.
Dejo aquí el vínculo interesado(a)s en conocer los planteamientos de J. Heinrich Arnold y el desafío de los bruderhof que nos llaman al seguimiento de Jesús, quien nos recuerda que, así como el Padre lo envío, Él nos envía a nosotros (aquí).
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