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“Al entrar él en la barca, el que había estado endemoniado le rogaba que le dejase estar con él”

(Marcos 5:18)

Por sorprendente que parezca, los gergesenos le piden a Jesús que se vaya de sus vidas. ¿Qué han visto en él? ¿Cómo le juzgan? ¿Por quién le tienen? Es un misterio esta actitud ante la contemplación de un maravilloso milagro que era la expresión de la mayor misericordia. Es verdad que habían perdido dos mil cerdos, pero ¿acaso no vale más la vida de una persona y la liberación de toda una región de varios miles de peligrosos espíritus inmundos? ¿Cuánto cuesta hoy el rescate de algún accidentado en un lugar de difícil acceso? Para rescatarlo se invierte mucho dinero, más de doscientos mil euros, e incluso se pone en riesgo la vida de los que van a ayudar. ¿Por qué no vieron en Jesús la respuesta a la angustiosa necesidad de muchos de sus paisanos también poseídos? Era evidente que el poder de Jesús se había manifestado más poderoso que el de dos mil demonios, ¿cómo, pues, iban ellos a controlar a alguien con tan extraordinario poder? No, no le vieron como un benefactor, sino como un peligro para sus vidas, de ahí el gran temor que inundaba sus corazones.

Qué triste, el Salvador llega a nuestra tierra y nosotros le expulsamos de ella. Es como los inmigrantes que llegan en pateras a nuestras costas. Les vemos como un peligro para nuestra paz social, para nuestro equilibrio económico, para nuestra seguridad ciudadana. Por eso, muchos prefieren expulsarlos en caliente, inmediatamente, sin saber que muchos de ellos se convertirán en autentica bendición para nuestro país. ¿Quiénes han sido los inventores de la vacuna Pfizer? Un matrimonio de inmigrantes turcos que llegaron a Alemania siendo muy jovencitos. ¿Cuántas vidas ha salvado la vacuna inventada por ellos? No hay duda de que los extranjeros que llegan a nuestras tierras traerán más bendiciones que desgracias.

Jesús entra en la barca

Los gergesenos no le facilitan a Jesús ninguna posibilidad de presentarles el evangelio. Lo que hacen es rogarle de manera insistente que se vaya de su tierra inmediatamente. ¿Y qué hizo Jesús? ¿Se enfadó con ellos, pronunció algún juicio de maldición sobre los mismo? Nada de eso. Nuestro texto dice sencillamente que entró en la barca para regresar a su pueblo. Esta frase es tan corta como infinitamente triste y trágica. Jesús fue rechazado y se marchó sin decir una palabra.

No era la primera vez, ni la última, que echarían a Jesús de un territorio. Los habitantes de su querido pueblo de Nazaret, donde él había crecido desde la más tierna infancia hasta el día que dio comienzo a su ministerio público, se llenaron de ira contra él por las cosas que había dicho en su sinagoga. Y la ira desembocó en rechazo. Dice el texto bíblico: “Y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle” (Lucas 4:29). ¿Y por qué este violento rechazo? Pues porque Jesús les había reprochado su falta de fe.

En cambio, en Gergesa no hubo reproches. De esto debemos aprender una importante lección. Jesús nos ha llamado a llevar el evangelio a un mundo perdido. Pero la aceptación del evangelio y de la salvación es responsabilidad del individuo y de los pueblos. Si alguien no quiere saber nada de ello, no es nuestra tarea entrar en discusiones, ni exigir razones. Tampoco debemos pronunciar desgracias, ni males sobre esas personas. Esto lo dejó muy claro el Señor cuando caminaba con sus discípulos por Samaria. Envió a un par de ellos delante de él para prepararles alojamiento para aquella noche. Pero se nos dice de los habitantes del lugar que: “No les recibieron, porque su aspecto era como de ir a Jerusalén”. Así que, no le recibieron por una cuestión de fe.  Esto irritó tanto a los discípulos Santiago y Juan, que dijeron a Jesús: “Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?” Pero no, el Señor no quiso esto.  Sino que se volvió a ellos muy triste “y los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois” (Lucas 9:51-55). 

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Conforme a lo que dijo Jesús a sus discípulos en este caso, así también reaccionó frente a los gergesenos. Él no se imponía a quienes no le querían. Por eso es que nosotros no debemos intentar nunca imponer el evangelio a nadie. Con esta forma de violencia no convenceremos a nadie. Y así debemos proceder a la hora de evangelizar repartiendo simples folletos. Debemos ofrecerlos amablemente. Pero si alguien no quiere nuestra literatura, no deberemos ir detrás de ellos insistiéndoles. Y aun después de su negativa, debemos mostrarnos de verdad amables y nada ofendidos. De otra manera, no seremos de ayuda para estas personas. 

Jesús entró en la barca y se fue a la otra orilla del lago, donde se reunió a su alrededor una gran multitud dispuesta a oírle con agrado. Esta será también nuestra experiencia como discípulos de Jesús: En un sitio no querrán oírnos, pero en otros se beberán nuestras palabras.

El que había estado endemoniado

El hombre había estado endemoniado, pero ya no lo estaba más. Vale la pena detenerse un poco para pensar en él: ¿cuáles serían ahora sus pensamientos? ¿Qué sabía de su anterior estado como poseído? Durante muchos años su vida había sido terrible, ¿qué le aguardaba ahora en su nueva vida? El cambio en su vida había sido radical. Los demonios le habían privado de toda libertad, habían arruinado su dignidad personal, le habían aislado en regiones solitarias y le habían convertido en una bestia irracional y temible. Pero Dios había tenido misericordia de él y le había devuelto todo lo que los espíritus inmundos le habían robado. Si durante años había vivido dirigido por los demonios, ahora era un hombre libre y creyente en Jesús y debía vivir  como un creyente, guiado por el Espíritu de Jesús

De este hombre cabía decir con toda propiedad lo de 2 Corintios 5:17: “Quien vive en Cristo es una nueva criatura; lo viejo ha pasado y una nueva realidad está presente” (versión “la Palabra”). Esta era la nueva realidad de este hombre. Ahora tenía que vivir de una nueva manera. Y no estaba solo en esto porque el Espíritu de Cristo le iba a guiar en ello.

De una u otra manera, todos los que han  tenido un encuentro con Jesús por medio de la fe, han sido transformados y están llamados a vivir de otra manera que agrada y honra  a Dios. La evidencia de una conversión es el cambio de vida que experimenta la persona. Donde no hay este cambio de vida conforme a los principios del evangelio, no ha habido conversión. El apóstol Pablo cita en 1 Corintios 6:9-10 un lamentable catálogo de pecados que cierra a las personas la entrada en el reino de Dios. Pero en el versículo 11 les dice: “Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”. Reparemos en que Pablo dice: “Esto erais”, pero ya no sois más esto. Ahora sois otra cosa. Ahora vuestra vida se distingue por la práctica de nuevos valores, por una nueva manera de vivir agradable a Dios e inspirada en la persona de Jesús. 

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Los nuevos pensamientos del que había estado poseído se advierten claramente en el ruego que le hace a Jesús para que le deje estar con él. De modo que su nueva visión de la vida está comprendida en la idea de vivir junto a Jesús. 

Su ruego a Jesús

El que había estado endemoniado le ruega al Señor que le permita estar con él. Quiere ir donde el Señor vaya. Su liberación le parece prueba de la mayor gracia de Dios, y al amparo de esta gracia y del nuevo sentimiento de vida que le embarga, le pide a Jesús que le permita formar parte del grupo de sus discípulos.

Desde nuestro punto de vista, el encuentro de este hombre con Jesús ha provocado lo máximo. Y es que, este hombre no solo ha sido sanado, sino que ahora tiene en su interior el anhelo de agradecer su sanidad al Señor quedándose para siempre a su lado. Este sería un bonito final y la historia podía acabar así.

Quiere irse con Jesús, quiere compartir la vida del Señor, busca subirse al barco con Jesús y disfrutar de su comunión y de la de sus discípulos. En su ruego hace acopio de todo lo que puede pedir, y espera ser aceptado. Esto habría sido para él la solución a todos sus problemas, el comienzo de una nueva vida. Habría sido para él la certeza de tener siempre una respuesta a cada una de sus preguntas, el máximo apoyo para no volver a caer nunca más. Junto al Señor estaría bien protegido, y si el Señor alguna vez no tuviera tiempo para él, al menos podría tener a manos a los otros discípulos. Así que, todo hablaba a favor de lo correcto de este nuevo camino para su vida. En realidad, sería para él el camino más fácil.

Pero el Señor lo va a orientar en una nueva dirección. Y en la obediencia al Señor encontrará el nuevo hombre la manera de vivir su nueva vida y de ser de la mayor bendición para su entorno.