Perder el alma por vivir ajeno al amor de Dios, a la gracia de Cristo y al don del Espíritu Santo es una pérdida insustituible e irreparable.
“Y luego Jesús les dio permiso. Y saliendo aquellos espíritus inmundos, entraron en los cerdos, los cuales eran como dos mil; y el hato se precipitó en el mar por un despeñadero, y en el mar se ahogaron” (Marcos 5:13)
Algunas historias bíblicas han sido causa de polémica a lo largo de los siglos. Ese es el caso, por ejemplo, del despeñamiento de los dos mil cerdos en el mar de Galilea.
Las razones para la polémica proceden de varios ángulos. Veamos:
La historia evangélica que estamos comentando ha tenido sus detractores desde los tiempos más antiguos. Ya en el siglo III de nuestra época, el filósofo pagano Porfirio la criticaba con sarcástica ironía y agudo raciocinio.
En el caso de los comentaristas más recientes, y sin que tuvieran la intención de combatir el cristianismo, nuestra historia no sale mejor parada.
Para Gunkel se trata de “un cuento de magia de invención popular, no exento de humor, que no tiene nada que ver con el Jesús histórico”.
Para Bultmann, el más influyente de todos los exégetas del método histórico crítico, no cabe duda de que tenemos aquí “un sainete popular que ha sido aplicado a Jesús”.
Otro influyente exégeta de mediados del siglo XX, Dibelius, sostiene que el texto “está en abierto conflicto con toda tradición evangélica, puesto que Jesús no aparece aquí como bondadoso ayudador, sino como inquietante hacedor de prodigios”.
Por su parte, Johannes Weiss recomendaba “despedirnos definitivamente de esta historia”.
Es evidente que nuestra historia posee algunos rasgos que se salen del marco de lo que entendemos por realidad. Pero no cabe duda de que cada uno de estos puntos están refrendados repetidamente por multitud de testimonios de siglos posteriores que describen igualmente casos de posesión demoníaca:
Vehemente resistencia a la influencia divina (v.7).
La notoria fuerza física (v.3).
El hablar de otro por boca del poseído (v.7,9ss).
Conocimientos sobrenaturales (v.7).
Cambio de voz (v.9,12).
Transmisión oculta (v.12).
Convulsiones y gritos (v.5,13).
Sanidad instantánea (v.15)
También el famoso Sigmund Freud se mostraba cada vez más pesimista en su intento de desenmascarar analíticamente los síntomas de la posesión. Al final concluyó que lo único que podía decir al respecto era que “somos vividos por poderes desconocidos”.
Liquidar el tema de la posesión diabólica recurriendo a los fáciles argumentos de las enfermedades nerviosas y los trastornos de la personalidad, no nos resulta convincente, porque no es prudente ni sabio declarar como inexistente algo, simplemente, porque no se entiende.
Y es que, ¿existe únicamente lo que se entiende, lo racional explicable?
Estas historias bíblicas de liberación de demonios y de milagros, en general, solo se pueden rechazar cuando los interesados se parapetan en el a priori del racionalismo materialista.
Pero los que creemos en Dios, y en el Espíritu Santo, creemos también en la existencia del maligno Satanás, y de sus legiones de espíritus inmundos, porque así nos lo enseña la Biblia, la palabra de Dios.
Los evangelios nos testifican en multitud de pasajes que Jesús se enfrentó a Satanás y a los demonios y siempre los venció.
Los que tenemos a los Evangelios por una biografía de Jesús, es decir, por un relato histórico, aceptamos como verdaderas y ciertas, en sentido histórico, el contenido de los sucesos que nos narran.
Y esto, aunque en los evangelios haya algunas cosas difíciles de entender.
En nuestros días hay una gran sensibilidad hacia los animales, y esto lo consideramos muy bueno. La Biblia habla muy bien de los animales y del trato responsable que debemos prodigarles.
Los animales nos fueron dado para nuestra compañía y bienestar y, después, para nuestro mantenimiento (Génesis 9:3-4).
La Humanidad ha hecho algunos avances en el trato animal; se han promulgado leyes que penalizan el maltrato de los mismos; se han establecido leyes para la cría de animales en granjas masivas; y también se ha dictaminado para un sacrificio menos doloroso en los mataderos; se han incorporado, con éxito, algunos animales en terapias para restaurar la salud de las personas o mejorarla; y el negocio de los animales, de las mascotas, genera cada año un volumen de venta notorio.
Todo esto contribuye a que la historia de los dos mil cerdos ahogados se contemple con una actitud de reproche. ¿Qué podemos decir a esto?
Lo primero que tenemos que decir es que, conociendo el carácter de Jesús, estos animales no hubieran muerto en ese día si no hubiera sido totalmente necesario.
A través de esta historia los discípulos de ayer y de hoy tenemos que tener muy claro cuál es el poder de Jesús cuando nos toque enfrentarnos a poderes muy superiores a nosotros.
Jesús domina, sin inmutarse y sin el más mínimo temor, a más de dos mil demonios. ¿Qué humano es capaz de calcular este poder?
Pues, bien, este es Jesús. Este es el Jesús que nos promete a todos sus discípulos de ayer y de hoy: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Qué grata y poderosa compañía para andar por la vida.
Paro todo humano debe ser consolador saber que Jesús estima la vida de una persona de más valor que la de dos mil cerdos y su no escasa cuantía económica.
Si el gobierno del País Vasco trabajó durante más de un año para rescatar el cuerpo sin vida del obrero muerto con motivo del deslizamiento del vertedero de basuras de Zaldívar,
Jesús no duda en remover el basurero en que la legión de espíritus inmundos había sepultado a este pobre hombre; y esto, aunque para ello tengan que ser sacrificar dos mil cerdos.
En mi familia hemos tenido dos perros que hemos cuidado durante muchos años con la mayor delicadeza y afecto. Conozco, pues, el sentimiento de afecto que estos animales despiertan en nosotros.
Algunos adultos tienen con su perro o sus gatos una relación emocional más estrecha que con su cónyuge. Hay quienes prefieren ofrendar a las ONGs que cuidan de animales, antes que hacerlo a otras instituciones que cuidan de niños abandonados y de personas sin hogar.
Y es que, las personas idealizamos a los animales cada vez más. En este sentido, existen hoy una serie de servicios religiosos para animales, tales como misas y cultos para bendecir a las mascotas y servicios funerarios con palabras de consuelo para el más allá.
En el caso de las personas que cultivan el sueño de encontrar animales en el cielo, se trata siempre de nuestra querida mascota familiar, y no de una declaración teológica de parte de Dios.
La Biblia habla de animales en el cielo, pero tienen carácter simbólico; nada apunta a la idea de que se trate de esos animales que vivieron con nosotros en la tierra.
Además, si algunos animales van al cielo, es de suponer que otros irán al infierno. ¿Y cuáles son los argumentos bíblicos y teológicos para este doble destino animal?
Según la Biblia, solo el ser humano ha recibido de Dios en la creación el espíritu eterno que lo convierte en inmortal. El ser humano es la imagen de Dios, no el animal. Solo las personas pueden tomar una decisión consciente para estar con Dios, cumpliendo así el requisito para la vida eterna.
Los animales son valiosas criaturas de Dios. De eso no hay dudas. Pero fueron creados sobre todo para alegría y ayuda del hombre.
Cuando Dios declara que junto a los cristianos redimirá a la creación de la maldición del pecado (Romanos 8:19ss), no se está hablando del animal concreto, sino del estado pervertido de la Naturaleza actual.
Si hay animales en el cielo, no serán los resucitados de entre los muertos en la tierra, sino los que Dios creó originalmente para que vivan allí eternamente. La Biblia extiende solo al ser humano la posibilidad de vivir eternamente en el cielo, después de la resurrección.
No obstante, teniendo en cuenta la inestimable ayuda que los animales significan para el hombre, tenemos que dejar abierta la posibilidad de que Dios haya creado para el cielo alguna forma de vida homóloga a la de nuestros animales.
Llevados de la simpatía hacia los animales, algunos se preguntan hoy: ¿No es demasiado grande el sacrificio de dos mil cerdos para salvar a un solo hombre del poder opresor y destructor de los espíritus inmundos? ¿No fue este un precio demasiado elevado, tanto en animales como en sentido económico?
Seguramente que los porqueros y los dueños de los cerdos pensaron así. Para ellos el precio fue muy elevado. Pero Jesús pensaba de otra manera. Y es que, a los ojos de Jesús un alma tiene un valor incalculable.
Él mismo dijo: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8:36). El mensaje implícito de estas palabras es que un alma humana vale a los ojos de Jesús más que el mundo entero.
Y tengamos en cuenta que cuando Jesús habla de un alma está hablando de una persona. Si, pues, alguien conquistase todo el mundo con su gloria, honores y riquezas, y su persona saliera perjudicada en todo esto, habría perdido más, mucho más, de lo que habría ganado.
Ni siquiera el valor de todo el mundo puede compensar la desgracia de una vida sin Dios, sin Cristo. Perder el alma por vivir ajeno al amor de Dios, a la gracia de Cristo y al don del Espíritu Santo es una pérdida insustituible e irreparable.
El mundo no le da mucho valor al alma, es decir, a esa parte del ser que se comunica con Dios. Considera que todo el dinero que la Iglesia invierte en las Misiones nacionales e internacionales es dinero malgastado y perdido.
Pero no vemos esta extraña valoración solo en el mundo, sino que también en las iglesias hay quienes hacen cálculos y acaban concluyendo que las Misiones cuestan demasiado.
¡Qué clase de cuentas! Jesús contaba de otra manera. Su idea acerca del valor de un alma era muy distinta. Para él un alma vale tanto, que estuvo dispuesto a derramar su sangre hasta la muerte para salvarla. ¿Cuánto vale tu alma para ti?
Lamentablemente, las personas proceden muy a la ligera con sus almas. Procuran para el cuerpo, pero en el alma no piensan. Por doquier en nuestros países pululan los gimnasios para el mantenimiento físico, pero las iglesias están vacías.
A esto tenemos que añadir los centros médicos, hospitales, clínicas, sanatorios... ¡Cuánto dinero invertimos para el cuerpo!
Y qué diremos de los complejos hoteleros para vacaciones. ¡Cuánto dinero se dispensa para el bienestar del cuerpo! Pero ¿quién piensa en su alma, creada por Dios para la eternidad?
Jesús contó en cierta ocasión una historia a sus discípulos acerca de un campesino rico. Había recogido una buena cosecha.
Y el problema era que sus graneros no eran suficientes para recoger tanto grano. Así que hizo planes para agrandar los graneros, a fin de tener espacio para su abundante cosecha.
Con gran satisfacción se dijo el campesino a sí mismo: “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, como, bebe, regocíjate”.
Por cierto, un proceder muy común el de este campesino. ¿Pero dónde estaba su previsión? ¡En sus graneros y en sus despensas!
Pero, ¿puede el alma alimentarse de cereales y legumbres? ¿Puede el alma comer y beber alimentos materiales? ¡Menuda confusión de conceptos!
Y en mitad de los proyectos, en mitad de los cálculos y diálogos con el constructor, se oye una voz: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?
¿Quién se atrevió a calificar de necio al respetado campesino rico, al gran hombre de negocios? Pues fue nada más y nada menos que el mismo Dios.
Dios lo calificó con una palabra nada grata, pero verdadera. ¿O es que acaso no es un necio quien, procurando bienes para el cuerpo, olvida por completo los necesarios para el alma?
Sí, para su cuerpo había hecho abundante provisión, había pensado en ello, estudiado planes, en fin, había invertido tiempo, dinero y esfuerzo. Pero no pensó en su alma, ni invirtió tiempo ni esfuerzo en su bienestar. Y esa misma noche, Dios le demanda su alma, ¿y qué? ¿Qué pasó?
¿Qué haces tú con tu alma, lector amigo? ¿Cómo la tratas y provees para ella? Llegará un día en el que Dios te pedirá tu alma. ¿Tendrá que llamarte necio a ti también?
¿Está bien tu alma? ¿Está tu alma salvada? Para salvarla, Cristo murió en la cruz y resucitó tres días después. Este es el alto precio en que Jesús estima tu alma. No trates de manera irresponsable a este valioso tesoro con que Dios te dotó. No te maltrates descuidando el bienestar de tu alma, el bienestar espiritual de tu persona.
¿Cómo puedes salvar tu alma? Confiándola en las manos del Salvador. En el hueco de sus heridas por los clavos de la cruz, encontrarás el más seguro refugio.
Confíale hoy tu alma. Él la guardará. Él la introducirá en la eternidad más feliz. Confiar tu alma a Jesús es confiarte tú mismo a él. Si bien el alma es una parte constitutiva del ser humano, con frecuencia la Biblia la toma por la plenitud del ser. De modo que, tu alma eres tú mismo.
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