Siempre recuerdo los buenos momentos de mi andadura personal y los momentos felices que me impulsaron hacia adelante, y ahí descubro la nostalgia de las buenas experiencias.
Me considero una persona bastante persistente en mis diferentes responsabilidades y siempre procuro proteger mi alma de los ataques del Maligno contra mi estado de ánimo y el de mi familia. Eso mismo le pido a Dios cada día para todo nuestro equipo de colaboradores y sus familias. Valoro mucho un estado de ánimo saludable, por su importancia, en todos los desempeños de la vida humana.
Pero estos días, a solas, sentía una extraña nostalgia por mis padres, después de muchos años fallecidos. Recordaba a mi querida madre y sus protectores cuidados sobre mi delicada salud durante mi infancia, y la larga época de mis terribles miedos nocturnos a la oscuridad y sus balsámicas palabras que consolaban mi angustiada alma infantil. También recordaba a mi padre, al cual recuperé tardíamente, con quien pude disfrutar de una preciosa cercanía durante los últimos años de su vida; fue un tiempo realmente especial y gratificante para ambos.
También recordaba a algunos amigos perdidos en el transcurso del tiempo pasado; unos partieron al Cielo prematuramente, otros desaparecieron entre las brumas del tiempo y las incertidumbres humanas, y otros tantos que nos abandonamos mutuamente por desengaños recíprocos. Siempre he tenido bastantes amiguetes, pero pocos amigos íntimos, de esos con quienes eres capaz de desnudar tu alma en un momento dado.
Me cuesta recordar mi más temprana infancia, pero sí que recuerdo algunos momentos de mi niñez y preadolescencia realmente felices en mi pequeño mundo. Por ejemplo, recuerdo el día de mi primera comunión, ya que, sin entender su verdadero significado espiritual, por primera vez me sentía protagonista de algo socialmente importante. También recuerdo mis papeles como comparsa en el teatro Liceo, acompañando a los grandes del bel canto; aquello era todo un disfrute. Y, especialmente, recuerdo mis continuas aventuras por el Moll de la Fusta de Barcelona y los viajes en las barcazas de las Golondrinas hasta la bocana del Rompeolas con mis amigos del barrio (Raval), contándonos aventuras súper fantasiosas y riéndonos de todo lo habido y por haber.
Siempre recuerdo los buenos momentos de mi andadura personal y los momentos felices que me impulsaron hacia adelante, y ahí descubro la nostalgia de las buenas experiencias que han jalonado mi vida y la de mi familia, y eso me conforta. En todas estas sensaciones del alma, percibo una clara y tranquila presencia del Señor alentando mi vida vez tras vez y eso fortalece mi corazón.
Por momentos, también me asalta una leve sensación de frustración por las ambigüedades de nuestro pueblo cristiano y su falta de determinación sobre diferentes cuestiones. En este sentido, confieso que durante todos estos años he podido desarrollar una bendita capacidad de resiliencia, lo cual no me hace invulnerable a ciertos momentos de desánimo, gracias a Dios muy pasajeros, aunque reconozco que también me ayudan a analizarme y recapitular en diversos aspectos.
A todo esto, hay que añadirle otra serie de circunstancias que han puesto a prueba nuestra fe, por cierto mucho más preciosa que el oro refinado con fuego en la fragua de la vida. Éste es el misterioso proceso divino para adquirir madurez aquí en la Tierra y, todo ello, para producir en nosotros un carácter santificado. Tal como nos recuerda el apóstol Pablo, “tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia y el poder sean de Dios y no de nosotros” y, como alguien ha dicho, Dios transforma nuestro carácter para la eternidad.
Ruego a Dios por la sanidad de nuestros malos recuerdos en nuestro tránsito por la vida, para que podamos disfrutar de una travesía espiritualmente positiva y emocionalmente saludable en este nuevo año que tenemos por delante. Shalom.
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