Con toda seguridad podemos dar por sentado que nuestra fidelidad tiene que ver con la oración de intercesión de Jesús.
“Y le rogaba mucho que no los enviase fuera de aquella región. Estaba allí cerca del monte un gran hato de cerdos paciendo. Y le rogaron los demonios: Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos”. (Marcos 5:10-12)
Nuestro corazón y nuestro mundo son un auténtico campo de batalla donde combaten sin cuartel dos reinos. Se trata de una lucha espiritual entre el reino de Dios y el poder de Satanás. Es desde esta perspectiva que debemos contemplar y entender la historia del endemoniado gergeseno y su liberación por Jesús. Aquí se nos ofrece ante nuestros ojos una visión reducida del gran conflicto entre Dios y Satanás. La Biblia quiere ofrecernos a través de todas sus páginas una explicación de este conflicto. Cuando hayamos entendido y aceptado esta realidad, seremos gente ilustrada. Sin este conocimiento, permaneceremos por siempre unos pobres ignorantes, a pesar del bagaje de toda nuestra moderna educación, y seremos presa fácil para el poder de los demonios. Vamos a meditar a continuación en la primera petición de los demonios, después contemplaremos el hato de cerdos y, por último, centraremos nuestra atención en la segunda petición de los demonios.
Los demonios también pueden pedirle cosas a Dios, a Jesús. Esto nos resulta extraño y chocante, pero así es. Satanás cuestionó ante Dios la fidelidad de Job. Sostenía que Job cultivaba una fe interesada que no era amor desinteresado. Y Dios le permitió que tentara a Job (1:6-2:7). Esta historia se repite en el caso de los apóstoles de Jesús. El Señor le dijo a Pedro: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo”. Envalentonado por la caída de Judas, Satanás le pide a Dios someter a tentación a los otros apóstoles. Pero la suerte de ellos está cifrada en las palabras de Jesús a Pedro: “Pero yo he pedido que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lucas 22:31-32). La petición de Jesús al Padre es más poderosa que la de Satanás. Ciertamente, no elimina la tentación, pero sí que hace nulo su efecto devastador. Gracias a la petición de Jesús los apóstoles permanecerán firmes en la fe. Y con toda seguridad podemos dar por sentado que también nuestra fidelidad tiene que ver con la oración de intercesión de Jesús, tal como lo afirma Hebreos 7:25, donde leemos las consoladoras palabras: “[Jesús] puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”. ¡Gracias por tu bondadosa intercesión, Señor Jesús!
Si Satanás contaba con ciertas posibilidades en el caso de los apóstoles, ¡qué posibilidades ve también Satanás en ti y en mí! Ante la seriedad de este asunto, debemos recordar las palabras de 1 Corintios 10:12: “El que piensa estar firme, mire que no caiga”.
Satanás pide a Dios, pero este pedir no es oración. La palabra griega que aparece en este caso es el pedir de los tratantes de negocios, no la que define el pedir de los hijos de Dios al Padre celestial. Así que, Satanás no pide, no ora, a Dios como nosotros, su pedir es una propuesta, un trato.
Conviene también resaltar en todo esto que, para tentar a los hijos de Dios, Satanás tiene que tener el permiso divino. No puede, pues, ir más allá de lo que Dios le permita. Esta idea arroja un haz de luz sobre la penúltima petición del Padrenuestro que reza: “Y no nos metas en tentación”.
Volviendo a nuestro texto, reconociendo su derrota total ante Jesús, los demonios se convierten en pedigüeños. El ruego es insistente: “Le rogaba mucho”. ¿Qué le rogaba a Jesús? Primero empezaron pidiéndole que “no los enviase fuera de aquella región”. Es evidente que los demonios consideraban aquella región como de su dominio, como su campo de acción particular. Allí donde el reino de Dios y el mundo se tocan, los demonios se encuentran a gusto. Allí tienen poder. Donde Dios y mundo se encuentran, el diablo tiene libertad de acción, también en los hombres que aman vivir en regiones fronterizas, sacando provecho de ambas partes. El hombre y la mujer quieren vivir en la frontera, con un pie en un lado y otro en la otra parte. Hasta los cristianos aman vivir de esta manera. Por eso el apóstol Pablo les tiene que recriminar: “No podéis beber de la copa del Señor, y de la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios. ¿O provocaremos a celos al Señor? ¿Somos más fuertes que él?” (1 Corintios 10:21-22).
Los espíritus inmundos le rogaban mucho a Jesús que no los enviase fuera de aquella región. ¿Por qué? Porque hasta los demonios necesitan un hogar (Mateo 12:43ss). Cuando los demonios se rebelaron contra Dios, fueron arrojados del cielo donde habían vivido hasta ese instante, y desde entonces vagan buscando una nueva patria, un nuevo lugar de descanso (Apocalipsis 12:7-9). Desde entonces la tierra y el cielo que la envuelve son su campo de acción (Efesios 6:12).
En Lucas 8:31 se nos dice que los demonios “le rogaban a Jesús que no los mandase ir al abismo”. ¿Qué es el abismo tan temido por los espíritus inmundos? El Nuevo Testamento nos presenta el abismo como el lugar de origen de las langostas hirientes que dañarán a los hombres en los juicios divinos (Apocalipsis 9:1-11); allí mora el rey del abismo que es el ángel caído Abadón (Apocalipsis 9:11), cuyo nombre significa “Destructor”. Del abismo subirá el anticristo (Apocalipsis 11:7; 17:8) y allí será arrojado y encadenado Satanás por mil años (Apocalipsis 20:1-3). Como vemos, no hay nada bueno en el abismo, tan solo demonios y juicios. No nos extraña que los espíritus que poseían al endemoniado gergeseno no quisieran que Jesús les mandase a tan tétrico lugar. Y es que, parece ser que los demonios no se soportan entre sí. ¿No es este también el caso entre los hombres? Cuánta violencia entre los humanos, cuántas guerras, cuántos crímenes, cuánto dolor. Entre los demonios ocurre lo mismo. A esto apuntan también los exorcismos por lo que los hombres echan fuera a los demonios por el poder de otros demonios más poderosos. De modo que el postrer estado del poseído, viene a ser peor que el primero
La historia que estamos tratando nos dice que los mismos demonios temen al infierno y se alegran por cada instante que pueden permanecer fuera del abismo. Así que, no le conviene al hombre hacer chistes sobre el infierno. Algunos bromean diciendo que compartirán el infierno con sus mejores amigos y que esto hará la estancia allí más llevadera. Tremendo error. Este sufrimiento compartido no será menor. Es cierto que en esta vida las penas, compartidas, son menos, pero no será este el caso en el infierno. Cada uno vivirá el infierno a su manera, y los espíritus inmundos deben saber muy bien porqué tienen tanto miedo de ese lugar de tormento. Del ruego insistente de los demonios se desprende un terrible miedo, el tormento de un gran temor. Y es que, el abismo y el infierno son cosa seria.
“Y estaba allí cerca del monte un gran hato de cerdos paciendo”. La mención de la piara de cerdos es otra referencia que indica que la historia se está desarrollando en terreno habitado por gentiles, si bien estas tierras pertenecieron al principio del reparto de la tierra prometida a la tribu de Manasés. No obstante, a estas alturas de la historia, la mayoría de la población estaba compuesta por griegos y sirios, más una minoría de israelitas. El hato de cerdos no deja lugar a dudas de que sus propietarios son gentiles. Paro los judíos estaba prohibida tanto la crianza como el consumo de la carne de este animal. Levítico 11:7 prohíbe el consumo de cerdo y su crianza, diciendo: “También el cerdo, porque tiene pezuñas, y es de pezuñas hendidas, pero no rumia, lo tendréis por inmundo. De la carne de ellos no comeréis, ni tocaréis su cuerpo muerto; los tendréis por inmundo”. La Misná de los judíos prohibía la cría del cerdo, ordenando en uno de sus apartados: “En ningún lugar está permitido la cría del cerdo” (BQ 7:7). El numeroso hato de cerdos que Marcos cifra en unos dos mil se explica porque los habitantes de las poblaciones cercanas confiaban su crianza a pastores que unían sus hatos, hasta que llegaba el invierno y se procesaba su carne.
Los judíos religiosos sentían horror hacia el cerdo. Entre otras razones porque se usaba como animal para sacrificio en muchas religiones. A esto alude Isaías 65:4 al condenar a los “que se quedan en los sepulcros, y en lugares escondidos pasan la noche; que comen carne de cerdo, y en sus ollas hay caldo de cosas inmunda”.
Uno de los extremos más bajos en los que podía incurrir un israelita era convertirse en porquero. Este fue el caso del hijo pródigo de la parábola que contó Jesús. Después de gastar sus bienes de mala manera, acabó apacentando cerdos y anhelando llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos. A esto rebaja al hombre los vicios y pecados.
Los demonios y el pecado arruinan y rebajan al hombre, haciendo que éste coma comida de cerdos, pero los mismos demonios se rebajan aún más, aspirando a entrar en el cuerpo de los inmundos cerdos como único recurso para prolongar sus miserables existencias en la tierra.
Reparan en la gran manada de cerdos que pace en la zona y le insisten a Jesús para que les permita entrar en ellos. ¡Qué triste existencia la de estos seres caídos! Comenzaron habitando el cielo de Dios, pero se ensoberbecieron y se rebelaron contra el Creador. En consecuencia, perdieron el cielo, cayeron sobre la tierra (…) y, con la esperanza de no desembocar en el abismo, habitaron cerdos. Aquí desemboca todo el que se rebela contra Dios y no procede al arrepentimiento. Lector amigo, que tu destino final no sea la inmundicia.
Tras su encuentro con Jesús,” el espíritu inmundo le rogaba mucho que no los enviase fuera de aquella región”. Pero, viendo que no consiguen de Jesús lo que quieren, todos los demonios se unen para potenciar el ruego de su cabecilla. Dice el versículo 12 que: “Le rogaron todos los demonios”. Qué cuadro: ¡Varios miles de demonios atormentados ante la presencia de Jesús y rogándole! ¡Este es el poder de Jesús!
Y ¿qué le ruegan ahora? Han descubierto la presencia de una gran piara de cerdos que pacen allí cerca, y le rogaron todos: “Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos.” Los que degradan al hombre a condición de animal, ahora solo aspiran a habitar ellos mismos en un animal despreciable e inmundo en aquella época.
¿Por qué piden los demonios entrar en los cerdos? La respuesta es variada. En primer lugar, queremos resaltar que lo inmundo es atraído por lo inmundo. Un refrán popular dice: “Dios los cría, y ellos se juntan”. Y este es el caso de los demonios que poseían al gergeseno.
El ruego hace evidente que a los demonios les atrae lo prohibido, lo contrario a Dios: Vivir entre cerdos y como cerdos; verse rebajados a la condición de animal. Indudablemente, este no es el fin para el que Dios los creó, pero el pecado arruina la vida de esta manera tan terrible.
Los demonios abrigaban la esperanza de quedarse en aquella región, aunque fuera habitando en cerdos. Si bien esta petición constituía, en realidad, un ardid, porque era una tentación para Jesús, ya que él, como Mesías, tenía que limpiar de cerdos la tierra de Israel, de la que se declaraba rey. Y esta región pertenecía a Israel desde los comienzos (Números 34), aunque ahora estuviera habitada por una mayoría de gentiles. De modo que hubiera sido un grave error que Jesús les hubiera permitido continuar viviendo en los cerdos.
Los espíritus inmundos temen quedar sin un hogar, y después de que han maltratado a un hombre hasta el extremo de convertirlo casi en un animal, le ruegan a Jesús que les permitan entrar en animales, en los cerdos del lugar que pacen allí cerca. Si no tienen más remedio que abandonar la casa que significó para ellos aquel hombre, quieren una morada en cualquier parte. Aunque sea en animales, y animales tenidos entonces por inmundos. Así revelan ellos su propia naturaleza inmunda.
Los demonios saben del poder de Jesús. Su sola presencia constituye para ellos un tormento. No pueden doblegarle con sus muchos e insistentes ruegos, y, aun rogando, conciben maldades. Así son los demonios, quienes acudan a ellos buscando favores, serán engañados, atados y maltratados. Ya lo dice Jesús: El demonio ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44). Así que, para nosotros, no caben tratos ni diálogos con demonios. Todo lo que hablan es mentira. Gracias a Dios que envió a su Hijo Jesús para deshacer las obras del diablo.
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