En el capítulo 40, Isaías comienza con palabras de consuelo y esperanza al pueblo. Anuncia que el tiempo de cautividad llegará a su fin.
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Los pasajes mesiánicos de Isaías tienen una riqueza inagotable. Hace dos semanas intenté aquí realizar una lectura, y exposición, de algunos de tales pasajes.
Otro intento tuvo como resultado la publicación de un artículo sobre el tema en el diario mexicano La Jornada, en el que me propuse compartir con un público lector “secular” secciones bíblicas que difícilmente han leído. La versión de La Jornada se tituló “El imaginario mesiánico de Isaías”, la reproduzco aquí con muy ligeras variaciones.
La belleza de lo descrito por el profeta Isaías ha sido capturada por el pintor cuáquero Edward Hicks, en su cuadro de 1833 The Peaceable Kingdom. En el primer plano de la pintura se representa la arrobadora escena de los animales depredadores en apacible convivencia con quienes antes eran sus presas. Plasmó a infantes entre fieras, en quietud y disfrute mutuo. En el segundo plano es posible apreciar al predicador cuáquero William Penn, fundador de Pennsylvania, estableciendo un pacto de convivencia pacífica con nativos americanos. Hicks quiso mostrar que era posible hacer realidad la visión de Isaías, ya que fue contrastante el trato dado por los cuáqueros a los pobladores originales con el que éstos padecieron debido a la belicosidad y ambición de otros colonos cristianos partidarios de la guerra.
Según los relatos del Nuevo Testamento, solamente unos cuantos, mujeres y hombres, tuvieron la claridad para percibir que Jesús el Cristo era el cumplimiento cabal del Pacto establecido por Dios para redimir a la humanidad de todo yugo de opresión (Isaías 58:6). El profeta Isaías anunció el perfil del Mesías, cuyas características iban a contracorriente de lo imaginado por concepciones etnocentristas y deseos de supremacía militar.
En el capítulo 40, Isaías comienza con palabras de consuelo y esperanza al pueblo. Anuncia que el tiempo de cautividad llegará a su fin. Entonces entra en escena una voz para proclamar: “Preparen en el desierto un camino para el Señor; enderecen en la estepa un sendero para nuestro Dios. Que se levanten todos los valles, y se allanen todos los montes y colinas; que el terreno escabroso se nivele y se alisen las quebradas. Entonces se revelará la gloria del Señor, y la verá toda la humanidad. El Señor mismo lo ha dicho” (versículos 3-5). Las imágenes usadas son inusitadas. Por cierto que el anuncio sobre las características de valles y montes descritos por Isaías lo musicalizó magistralmente Händel.
El profeta hace un llamado para enderezar en la estepa un sendero al ungido del Señor. La estepa, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, es un “erial llano y muy extenso”. El erial es “una tierra o campo sin cultivar ni labrar”. Entonces, de lo que se trata, es de sumarse al proyecto de Dios, contribuyendo a desbrozar poco a poco todo lo que conspira contra la existencia de un camino que sale de las normas y tradiciones. Por tal camino irrumpirá lo insólito, lo inconcebible por intereses de predominio autoritario, porque “lo que jamás vio ojo alguno, lo que ningún oído oyó, lo que nadie pudo imaginar que Dios tenía preparado para aquellos que lo aman, eso es lo que Dios nos ha revelado por medio del Espíritu” (1 Corintios 2:9-10).
Lo natural es que los valles sean planos y las montañas elevadas y altas. Contradictoriamente, para el profeta que vislumbra el reinado de un Mesías contrario a los deseos de dominación bélica, es necesario “amontañar” los valles y “allanar” los montes y colinas. Lo que es insólito en el orden geográfico, es, por así decirlo, “naturalizado” en el Reino al revés cumplimentado en Jesucristo. Isaías remata su expectativa al decir que es necesario “el terreno escabroso se nivele y se alisen las quebradas”. Un camino escabroso es “desigual, lleno de tropiezos y estorbos”, mientras que uno quebrado es “tortuoso, con altos y bajos”. En la utopía materializada de Isaías, ¡lo torcido y desigual es recto y terso!
En el mismo capítulo 40, Isaías describe el poder divino como antítesis del sojuzgamiento y la rapacidad: “Miren, el Señor omnipotente llega con poder, y con su brazo gobierna. Su galardón lo acompaña; su recompensa lo precede. Como un pastor que cuida su rebaño, recoge los corderos en sus brazos; los lleva junto a su pecho, y guía con cuidado a las recién paridas” (versículos 10-11).
Este pastor es opuesto a los pastores que se sirven del rebaño, denunciados por Ezequiel, quienes “No fortalecen a la oveja débil, no cuidan de la enferma, ni curan a la herida; no van por la descarriada ni buscan a la perdida. Al contrario, tratan al rebaño con crueldad y violencia. Por eso las ovejas se han dispersado: ¡por falta de pastor! Por eso están a la merced de las fieras salvajes. Mis ovejas andan descarriadas por montes y colinas, dispersas por toda la tierra, sin que nadie se preocupe por buscarlas” (34:4-6). Los pastores/lobos languidecen frente al pastor/cordero que con ternura apacienta y guía al pueblo lacerado (Juan 10:11-18).
Cuando se cumpla en Jesús la maravilla del Verbo encarnado será posible la reconciliación de los contrarios. Bajo su reinado de justicia y paz “el lobo vivirá con el cordero, el leopardo se echará con el cabrito, y juntos andarán el ternero y el cachorro de león, y un niño pequeño los guiará. La vaca pastará con la osa, sus crías se echarán juntas, y el león comerá paja como el buey. Jugará el niño de pecho junto a la cueva de la cobra, y el recién destetado meterá la mano en el nido de la víbora” (Isaías 11:6-8). Quedará abrogado el binomio de violencia, donde siempre hay quien la inflige y quien la sufre, ya no más victimario ni víctima para ser devorada: “El lobo y el cordero pacerán juntos; el león comerá paja como el buey, y la serpiente se alimentará de polvo” (Isaías 65:25). En la visión navideña de Isaías, cuando el redentor se haga carne viva, inicia la subversión de lo establecido para dar paso a la irradiante luz del Salvador.
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