Cuando la batalla de la mente parece estar perdida

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Señor, lo siento, lo siento tanto que se me parte el alma. Verónica Forqué es una actriz que conocía por su trabajo, poco más. Hoy he leído en las noticias que la han encontrado sin vida en su casa y que posiblemente haya sido un suicidio. Se me retuerce el corazón. No solo por su entorno, su familia, sus amigos y conocidos, si no por la poca concienciación que hay respecto a esto, la realidad que inevitable nos explota en la cara, las secuelas de este mundo roto y aparentemente abandonado. Y más aún, la poca validez de la educación emocional, la importancia de sanar, trabajar las secuelas que este virus horrible esta dejando en nuestra mente. 

La Organización Mundial de la Salud dice que una de cada cuatro personas en todo el mundo experimentará problemas de salud mental. Por supuesto, antes del COVID las enfermedades mentales existían, pero hoy este virus cruel zarandea la humanidad sin compasión. Y ese zarandeo, ese sin vivir, esta nueva normalidad tan anormal, no deja indiferente a nadie. Se nos va la vida pensando en posibles escenarios, posibles idas y venidas, retorciendo nuestra mente buscando porqués y para qués. Buscando un sentido a un sinsentido que es tantas veces esta vida sucia y sin piedad. Y no lo hay, a menudo no hay respuestas que sacien nuestra sed, no hay agua fresca para hidratar nuestra alma seca. Y este escenario nos hiere y nos deja secuelas que a veces derivan en enfermedades.  

Estamos rodeados de gente, pero solos, estamos acompañados, pero debemos guardar distancia. La maldita distancia que nos insensibiliza con el prójimo, ese prójimo que se mete en su habitación, pierde el control y muere. Dime Señor que estás abrazando a su familia. Dime Señor que estás dándoles comprensión sobre este asunto. Dime Señor que les estás librando de la culpa, que son conscientes de que ellos no podrían haber hecho nada más que eso, acompañar, que saben que esta enfermedad es como otras que, a veces, lamentablemente acaban con la vida de quien las sufre.

La depresión llamó a mi puerta y he podido experimentar en primera persona una enfermedad que muchas veces se apodera de tu voluntad y te hace desear algo que jamás tendrías que desear. Porque ¿de qué vale la vida que no se puede saborear, aprovechar o experimentar en paz? ¿de qué vale la vida cuando no hay ganas de vivirla? La depresión, el trastorno bipolar, la ansiedad, la esquizofrenia y tantas otras, son compañeras de viaje de muchos a nuestro alrededor y cuanto antes despertemos a esto, antes nos sensibilizaremos para acompañar y “normalizar” el día a día de las personas que las sufren.

Esta realidad choca con una mala interpretación de nuestra relación contigo, Señor. Una enfermedad así no determina nuestra relación. No hay un medidor, una escala de cero a cien donde según lo que ore o según el tiempo que pase pensando en ti pueda justificar el padecimiento de una enfermedad mental. Señor, ayúdanos a desechar esta idea deshumanizada y cruel. Nadie es culpable de sufrir un cáncer como nadie es culpable de sufrir una enfermedad mental. 

Abre nuestros ojos para que sepamos mirar con misericordia cada una de las vidas que nos rodean, para que sepamos mirarnos con misericordia si llega el día en el que tenemos que luchar esta batalla en nuestra propia piel.

Que podamos transformar la distorsión de tu ausencia en un abrazo amigo. Que cuando tu palabra aparentemente no de respuesta, seamos un canal por el que fluya tu amor.

Que te hagamos presente Jesús, para acompañar, comprender y asimilar que este mundo está lleno de batallas y que, aunque a veces parezcan perdidas, no lo están, porque contigo la historia ya esta escrita. “A pesar de todas estas cosas, nuestra victoria es absoluta por medio de aquel que nos amó”. Romanos 8:37.