Aprendí

Por Mati Sanchiz

Aprendí a amar el otoño, ese ladrón ladino que roba horas al día, que corre tras la oscuridad y la abraza, ese momento en el que mueren las hojas, se cae el pelo y el frío avanza. Me fastidiaba dejar atrás las cálidas tardes de verano, con ese maravilloso sol cansino que no se quería marchar, que corría perezoso sobre la línea del mar. Me oprimía el pecho ver la humedad pegada en las aceras, las calles embarradas, el gris montando guardia. Me daban miedo las mañanas frías y tener que levantarme en la gélida y oscura madrugada. Hasta que aprendí a cambiar mi mirada, hasta que aprendí a sentir desde otro rincón del alma. Aprendí, porque no sabía hacerlo, y tuve que desaprender y me tuve que desprender del lastre de más que me pesaba, y descubrí una belleza serena, suave, discreta, sosegada.

Cambié la pena del paso de estación por un consuelo apacible, porque desde ella se recogen pasajeros de esperanza. Y cada día lucho y gano la batalla del miedo contra el invierno. Ahora ahuyento el frío con una taza humeante de té, disfruto la lluvia que calma a la tierra de su sed, me refugio al calor de los libros desde mi escondite preferido, me sepulto en franela y me envuelvo en suave coralina, transformándome en auténtico osito de peluche. Ahora las velas perfuman este periodo de mi vida, mi casa, y me regalan luz y calidez.

Ahora persigo las flores atrevidas que desafían al otoño que empieza a sentirse invierno, las rescato y las guardo en mi jardín secreto. Ahora paseo feliz por esta franja del tiempo porque aprendí a amar hasta esas estaciones en las que no me hubiera gustado bajar. 

Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir… (Ec 3:1-2)