El pecado es una forma incomprensible de locura. Y esto se pone claramente de manifiesto al observar qué hace el ser humano llevado o dominado por el pecado.
“Y siempre, de día y de noche, andaba dando voces en los montes y en los sepulcros, e hiriéndose con piedras”
(Marcos 5:5)
Nuestro texto nos ofrece una visión de la vida diaria de este pobre endemoniado. Este hombre, que encarna a una sociedad sin Dios, vive azotado por la furia de una horda de espíritus que le dominan completamente, que han anulado su voluntad, le torturan y atormentan, le han conducido a la locura y han arruinado su vida por completo. Por otra parte, en los evangelios, este hombre constituye una señal de esperanza de la restauración de la imagen de Dios en el hombre, gracias a Jesús. Cuando Jesús abandona la región, atrás queda este hombre liberado como señal profética de una iglesia redimida que proclama la salvación (v.15) y que asume en el mundo su función de testimonio de las grandes cosas que el Señor ha hecho con ella, gracias a su misericordia (v.20).
La hiperactividad del poseído tenía un claro origen demoníaco. No hay cuerpo humano que resista semejante desgaste. Se aprecia en esto la intención de los demonios de destruir a este hombre. Como ladrones que son, los demonios se apropian de lo que no es suyo, y solo vienen a matar y destruir (Juan 10:10).
Uno tiene que hacer un esfuerzo para imaginarse semejante existencia, la terrible intranquilidad en la que vive el pobre hombre, obligado día y noche a gritar sin descanso, corriendo desnudo y descalzo por parajes desiertos.
¿Quién grita, el hombre o los demonios? Posiblemente grite el hombre para airear sus miedos, a la vez que se auto lesiona con piedras porque prefiere la muerte antes que continuar llevando la terrible vida de endemoniado. ¿Quién de nosotros podría trabajar tres o cuatro días sin descanso? Pero este hombre está sostenido por el poder de los demonios. No obstante, tendrá que dormir en algún momento. Entonces caerá rendido, y solo dormirá para reiniciar con renovadas fuerzas sus andanzas y sus gritos por aquellos solitarios parajes. Solo puede gritar y herirse con piedras como si fuera un animal. Está claro que ha perdido todo control sobre sí mismo, ya no sabe qué es lo que hace, ni desde cuánto tiempo lo está haciendo. Esta forma de existencia nos horroriza, es una forma de vida entregada al absurdo y al sufrimiento.
La alternativa a esta vida de posesión demoníaca es la que nos ofrece la posibilidad de la comunión con Dios por medio de Jesús. Una vida con plenitud de sentido. Y esto no es otra cosa que vivir amando a Dios, amando a Jesús. Lo contrario a la posesión de este hombre sería la ocupación continua con el Señor. Una ocupación que nos conduciría a llenar de sentido cristiano cada uno de nuestros actos y pensamientos. Y esto es lo que buscamos en tanto que cristianos. La gracia por la que pedimos a Dios es que se nos conceda que día y noche vivamos bajo la guía del Espíritu Santo y nos ocupemos en todo momento de alabar a Dios y de hacer el bien con nuestras manos. Y que cuando durmamos, el Señor vele nuestro sueño, conforme a las palabras del salmo que dice: “En paz me acostaré, y así mismo dormiré; porque solo tú, oh Señor, me haces vivir confiado” (Salmo 4:8). Así nos levantaremos al día siguiente con renovadas fuerzas para dar testimonio de Jesús con nuestra boca, hacer el bien con nuestras manos y llevar una vida ordenada.
Un grupo de científicos emprendieron una expedición a África. Contrataron a varios porteadores negros y les hicieron andar a marcha forzada con las pesadas cajas a cuesta. Después de tres días de marcha, los negros tiraron las cajas al suelo y se sentaron encima de ellas, y no se dejaron mover ni por las buenas palabras, ni por dinero. Cuando le preguntaron por la razón de su negativa, respondieron: “Vamos muy rápido, nuestras almas no vienen con nosotros, tenemos que esperar hasta que nuestro espíritu llegue, entonces emprenderemos de nuevo la marcha.” Estos hombres sentían que vivir y trabajar diariamente con tanta prisa y agitación hace que el hombre interior se quede atrás.
¿Está nuestro espíritu a la altura del desarrollo vertiginoso de la ciencia y la técnica de nuestros días? El crecimiento industrial y económico y la explosión del saber nos mantiene el alma en vilo, pero ¿va el hombre a la par de estos extraordinarios avances? ¿Hemos caído en la cuenta de que para vivir hace falta algo más que correr y volar, cazar, entrar, salir, trabajar y multiplicar? ¿Estamos pensando en las necesidades de nuestra alma? ¿Tenemos paz con nosotros mismos, con nuestro prójimo, con Dios? ¿Tenemos a un Señor a quien confiar nuestras preocupaciones? ¿Tenemos una luz de esperanza que espante a los fantasmas del miedo? ¿Hemos recibido un amor que sea capaz de traer paz a nuestro inquieto corazón?
A lo mejor deberíamos sentarnos cada cierto tiempo sobre nuestras cajas y aparatos de alta tecnología y esperar a que llegue nuestra alma. Esto nos haría muy bien a las personas, a la vida y a nuestro entorno.
Mary Reed (1854-1943) se contagió de lepra siendo todavía una joven misionera. Delante de sí tenía dos posibilidades: O bien pasaba el resto de su vida aislada en un sanatorio para leprosos, o se iba a la región del Himalaya para cuidar allí de otros leprosos. Se decidió por esto último, y tuvo que gustar todos los horrores de la soledad y la enfermedad.
Escribió: “Durante los primeros años sufrí terriblemente por causa de miedos indescriptibles. Era el miedo por causa de mi enfermedad, miedo de las fieras del campo y miedo de la soledad. Una noche ya no pude soportar más aquel terrible miedo. Caí sobre mis rodillas y clamé a Dios de todo corazón que me liberara esta noche del miedo o que no me dejará ver la luz de la mañana. Así estuve orando y luchando hasta que llegó el alba. Mis tormentos internos aumentaban y se hacían cada vez más agudos. Y entonces, en un momento, supe que Jesús estaba a mi lado. Su mano me tocó. El miedo había desaparecido. Y no pude hacer otra cosa que alabar y dar gracias a Dios”. Jesús había venció al miedo y le prometió su paz. Mary Reed tomó un pincel y escribió en la pared: “¡Jesús venció!”
En el Salmo 138:7 se nos dice: “Si anduviere yo en medio de la angustia, tú me vivificarás.” Esta fue la experiencia de Mary Reed y del endemoniado de nuestro texto. Ambos vivían en la angustia de la soledad. Una por causa de la terrible enfermedad, otro por causa de los terribles demonios. Las causas de la soledad pueden ser muchas. Pero cuando la soledad duele y angustia, es necesario ponerle remedio. Hay quienes recurren al alcohol o a las drogas para evadirse de la soledad, pero el final de este recurso es el alcoholismo, la ruina personal, la pérdida de la voluntad. Otra forma de posesión.
El remedio contra la angustia de la soledad es Jesús. Así lo experimentaron de diferentes maneras Mary Reed y el endemoniado de nuestro texto. Ambos separados en el tiempo por casi dos mil años de distancia. Y así lo podemos experimentar también hoy nosotros.
La Biblia dice que: “Jesucristo es el mismo, ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8). Esto significa que su acción y su poder están hoy a nuestra disposición. ¡Jesucristo hoy! Esta es la buena nueva que tenemos que proclamar para hoy. La ayuda para nosotros está en Jesús. Sin Jesús será imposible luchar contra la fuerza de “las potestades de maldad en las regiones celestes”. Sin Jesús no podremos combatir contra “el dios de este mundo”. Sin Jesús todo abocará en el caos, la esclavitud, la locura y la soledad. Sin Jesús el mundo está perdido por la eternidad. Por eso, nuestro mensaje hoy debe ser: “¡Jesús es vencedor!”
También tú, lector amigo, necesitas a Jesús en tu vida. Solo él puede borrar las culpas de tu vida, llenar de paz tu mente y corazón y hacer de ti un instrumento de bendición para la sociedad. Solo él puede darte una nueva vida, ayudarte a romper con lo viejo y facilitarte una nueva manera de vivir. ¡Ven a Jesús hoy! ¡Recíbele hoy en tu vida! Él pondrá paz en tu interior y un canto nuevo en tu boca, te sacará de la soledad, devolviéndote a la comunión provechosa con las personas y hará que tus manos se ocupen en lo bueno, en lo saludable.
Qué insensatez la de herirse a sí mismo con piedras. Si no estuviera poseído por un espíritu inmundo, a buen seguro que no haría semejante cosa. Pero el poder demoníaco buscaba destruirle por completo. Ya había destruido su interior, su mente, su alma; ahora buscaba destruir su exterior, su físico. Por eso le hacía andar, correr y brincasr día y noche por los campos y los sepulcros. Desde la distancia se oían sus gritos aterradores. ¡A qué miserable vida había sido llevado este pobre hombre!
Como hacían los demonios que moraban en el poseído, hace también el poder del pecado en la vida de las personas. El pecado conduce a los hombres y mujeres a hacer auténticas locuras. En este mundo nuestro el pecado es la mayor locura que existe.
Por supuesto, el pecado es otra cosa diferente de los espíritus inmundos. Es transgresión de la voluntad de Dios. Es un acto de lesa divina majestad. Pero el pecado es también locura, una forma incomprensible de locura. Y esto se pone claramente de manifiesto al observar qué hace el ser humano llevado o dominado por el pecado.
Empecemos por lo más a manos, el dinero. ¡Cuánto dinero cuesta el pecado! Miles y decenas de miles de millones de euros cuesta el pecado anualmente a un país. Nos quejamos de los impuestos y de la elevada tasa del IVA, mientras que, a la vez, nos cargamos voluntariamente con un impuesto por el pecado.
Ahí tenemos a un bebedor, a un drogodependiente o a un ludópata enganchados a diferentes formas de juego. Cuando cobran la paga mensual, van a pagar sus deudas contraídas durante el mes. El resto lo llevan a su hogar. ¿Qué puede hacer la familia con ese dinero sobrante? Nada o muy poco. No es suficiente para comer, beber, comprar zapatos y ropa, pagar guardería, el alquiler, la luz, el gas. ¿Cómo es posible que estas personas procedan de una manera tan necia, tan loca? ¿Eres tú uno de estos locos que gastan tan neciamente el dinero que debes administrar para el bienestar de tu familia y el tuyo propio?
Además de dinero, el pecado cuesta también salud. El pecado arruina la salud de las personas. No hay necesidad de poner ejemplos al respecto porque todo el mundo ve esto diariamente con sus ojos. ¿No es necedad y locura pecar, sabiendo que estamos destruyendo nuestra salud? ¿Es este tu caso, lector amigo? ¿Es esta tu historia? Si es así, arrepiéntete y clama a Jesús, él te sacará de esa espiral descendente antes de que acabe contigo en la ruina más lamentable.
Y hay más, porque el pecado no solo arruina al mismo pecador, sino que arruina también a su entorno. ¡Cuántas familias hay destrozadas por causa del pecado de uno de sus miembros!
¿Queremos continuar viendo el daño que ocasiona el pecado? Date una vuelta por los hospitales y verás lo que hace el pecado. O visita un día un centro psiquiátrico. En el caso de muchos de estos desgraciados sepultado vivos el pecado está en la base de sus sufrimientos. Ve a las cárceles y a los centros de menores y verás lo que hace el pecado. Pregunta a la Dirección General de Tráfico cuántos son los accidentes mortales y con graves lesiones irreversibles que originan cada años conductores ebrios, drogados o violentos. ¡Cifras y dramas alarmantes!
Los españoles estamos alarmados por el número de mujeres e hijos que mueren cada año asesinados por sus esposos y padres. El hombre convierte el hogar feliz en un infierno para su familia. ¿No es esto una forma de locura? ¿Quién lo entiende? Esto es lo que hace el pecado.
¿Y lo último y más doloroso? Esto es que el pecado le roba al pecador la vida eterna y lo guía a la condenación en el infierno, de donde nunca podrá salir. Este es el terrible daño final que ocasiona el pecado. El pecado conduce hacia abajo, cada vez más abajo, hasta la condenación eterna, la ruina por la eternidad.
Y hoy Jesús está aquí y te llama e intenta conquistarte. Y si tú le oyes y acudes a él, te sacará de la miseria de una vida de pecado y te conducirá hacia arriba, hacia lo alto, cada vez más alto, hasta la gloria, hasta sentarte en el trono junto a él y recibir de su mano la corona de la fe.
¿Quieres que tu vida vaya hacia abajo o hacia arriba? Puedes continuar por la senda del pecado. Pero al final llegará el final, y el final será una eternidad en desgracia, lamentando tu locura de no haber acudido a Jesús.
¡No seas un insensato! Renuncia al pecado. Entrégate a Jesús. Él quiere lo mejor para ti. Quiere tu salvación. No lo dudes más. Decídete hoy por Jesús, y habrás escogido la vida. Pero si te decides por el pecado, habrás elegido la ruina y la muerte en el tiempo y por la eternidad.
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