Los esfuerzos internos posibilitaron el surgimiento del protestantismo antes de la llegada institucional de los misioneros extranjeros denominacionales en 1872-1873.
Los escritos reunidos en la segunda edición de mi libro Albores del protestantismo mexicano en el siglo XIX fueron publicados y/o expuestos con anterioridad en distintos lugares. Todos ellos han sido, revisados, corregidos y ampliados para la presente edición. Su común denominador es el tema de los orígenes del protestantismo en el país durante el siglo xix, por ello, en ocasiones se repite información en algunos de los capítulos que conforman la obra. Tales repeticiones han sido necesarias, y espero no resulten molestas para quienes lean el volumen. El capítulo final retoma información de las secciones anteriores, para presentarla de forma fluida con el fin de proporcionar una panorámica de los esfuerzos internos que posibilitaron el surgimiento del protestantismo antes de la llegada institucional de los misioneros extranjeros denominacionales en 1872-1873.
Aunque la tarea de investigar y escribir es personal, nunca es solitaria. Son bastantes las personas que me han apoyado de distintas formas para que los escritos conjuntados llegasen a ver la luz como libro. A ellas y ellos mi agradecimiento por su amistad, disposición a conversar y por abrirme horizontes para comprender mejor el tema de estudio. Con su participación mejoraron el resultado. Gracias por los cafés compartidos, las charlas iluminadoras, los libros prestados, pero, sobre todo, por la entrañable fraternidad. Agradezco a Bernardo Barranco que haya escrito el prólogo a la obra. A continuación reproduzco lo redactado gentilmente por él.
La pluralidad y diversidad religiosa en México y América Latina constituyen un hecho social difícilmente imaginable hace unos lustros. En nuestro país, aquellos que advertían el fenómeno del ascenso protestante/ evangélico, como Carlos Martínez García, tenían poco eco en ámbitos mediáticos o sus señalamientos eran desdeñados. En plenitud de su mandato en 1985, Girolamo Prigione, todopoderoso representante papal en México y después nuncio (1978-1997), declaró: “las sectas son como las moscas: que hay que acabarlas a periodicazos”. Con desprecio y descalificación, el desplante de Prigione se refería a los grupos evangélicos. Sin duda, los tiempos han cambiado, dichas minorías después de 30 años han crecido y ganado terreno. Muchas de ellas defienden la laicidad del Estado y resguardaron y salvaguardaron la concepción laica de la libertad religiosa, oponiéndose con firmeza a la visión de la Iglesia Católica para reformar el artículo 24 de la Constitución mexicana para su provecho en 2012.
En nuestro país, bajo un régimen de laicidad, las minorías religiosas pese a muchas estigmatizaciones han dejado de ser esas molestas moscas. Lamentablemente muchos católicos siguen usando la expresión peyorativa de “sectas” a sabiendas de todos los prejuicios que arrastra, pero ahora existen recursos jurídicos para demandar legalmente por discriminación. Los datos arrojados por el Censo del 2010 en México corroboran el crecimiento de confesiones religiosas distintas al catolicismo y la disminución porcentual de católicos en el país, desde luego que los márgenes varían en zonas y regiones. En un lúcido artículo publicado en La Jornada, Carlos Martínez García, asevera: “No hay vuelta atrás en la diversificación religiosa de México. Cuando por su parte la Iglesia Católica decrece, las confesiones protestantes/evangélicas tuvieron su mayor crecimiento porcentual desde 1930, ya que en los años que van de 2000 a 2010 aumentaron su población en casi tres puntos porcentuales. La tendencia se robustece al tratar de diseccionar las cifras de aquellos grupos que siendo en sus creencias protestantes/evangélicos han decidido registrarse como asociaciones civiles […] La pluralidad es ahora más intensa que nunca antes y perfila una intensificación en ese sentido en las décadas por venir” (9/III/2011, p. 22).
Hasta hace muy poco la retórica de los obispos en los medios hablaba a nombre de todos los mexicanos, como si todos los mexicanos fueran católicos romanos. Este vicio se ha ido atemperando, los obispos a cosa de hacer el ridículo miden con mayor cálculo sus desplantes de identificar la nacionalidad con la catolicidad, la mexicanidad con el sustrato católico. Si bien la Iglesia Católica sigue siendo preponderante, factores alternos como grado de adherencia, formación, número de pastores y apego, marcan escenarios diversos de la relación entre cultura y religión.
El libro que tiene en sus manos, Albores del protestantismo mexicano en el siglo XIX, es un conjunto de artículos que nos remiten a los orígenes del protestantismo en México y en América Latina. Son ensayos escritos por nuestro autor, en diferentes momentos y con diferentes humores que nos remontan a los comienzos no solo del protestantismo sino que ayudan a explicar la diversidad actual. El título me parece muy simbólico, el origen en latín de la palabra albor viene de albus o alba, aurora. Es una expresión muy poética, es el tiempo del amanecer donde se dan los primeros rayos de luz, es el tiempo de la infancia y de la juventud; es parte del origen. Este libro nos coloca en los primeros impulsos y actuaciones protestantes en México.
Nuestro autor va más allá de la estrategia misionera de James Thomson. La misión y la conversión de los primeros propagadores no bastan para entender la inicial dilatación protestante en México en un cerrado contexto católico. En otras palabras, no bastan la heroicidad ni el voluntarismo de misioneros extranjeros. Carlos sostiene la importancia de la vertiente endógena, es decir, desde las condiciones internas de México y Latinoamérica para explicar con nuevas referencias el desarrollo protestante, así nos dice que fue “la sedimentación intelectual, política, cultural y religiosa que paulatinamente se manifestó en cada nación latinoamericana por las libertades de cultos y creencias” la base de la inicial diversificación de credos. “Dicha lid es un condicionante central para que una vez logradas las libertades que hemos mencionado, las células proto protestantes que se fueron conformando pudiesen emerger a la vida pública”.
Así en México, desde José Joaquín Fernández de Lizardi hasta los liberales constitucionalistas en el siglo XIX, encontramos aperturas que abren espacios culturales y religiosos; del “tolerantismo” de Lizardi a una catolicidad de Estado más franqueada a otras confesiones que algunos constitucionalistas esbozaron. Carlos nos muestra un mosaico más complejo, que va más allá de las narrativas épicas y así confronta las viejas tesis católicas de que las amenazas extranjerizantes, financiadas y soportadas por Estados Unidos, pretenden contaminar y perturbar nuestra supuesta identidad nacional y católica. Al protestantismo panamericanista e interamericanista, decían los católicos de los años treinta del siglo XX, debe oponerse la raíz hispanoamericana e iberoamericana. Como si lo protestante/evangélico fuera un fenómeno exclusivamente norteamericano. Por ello, la Iglesia Católica y sus movimientos enarbolan un patriotismo nacional guadalupano opuesto, defensivo y alerta a la invasión cultural del norte. Sin embargo, a partir del Concilio este conservadurismo católico monolítico y monocultural se va erosionando.
En el siglo XXI, la pluralidad, la diversidad, la tolerancia y el diálogo son categorías que se han venido instalando, en el Continente, luego de una larga apropiación cultural y religiosa de la Iglesia Católica. En la actualidad el futuro crecimiento de nuevas expresiones religiosas y consolidación de tradiciones históricas protestantes colocan el debate sobre el papel de lo religioso en terrenos y agendas diferentes. En nuestro país, a jalones, se ha ido transitando por alcanzar mayores grados de tolerancia y aceptación de la enorme diversidad de prácticas sociales y de minorías realmente existentes. En México en materia de derechos humanos se ha avanzado, aún de manera insuficiente, en reivindicar los derechos de las minorías. Desde la Revolución mexicana han existido corrientes que reivindican las diversas etnias y a partir del levantamiento zapatista de los años noventa del siglo pasado, al menos en el papel, la cuestión indígena está más presente en la opinión pública. En el caso de los derechos de la mujer, desde los años sesenta, se ha venido ensanchando la perspectiva de género en todos los órdenes de la sociedad. Igualmente podemos decir en el ámbito de las preferencias sexuales, con muchos prejuicios todavía, pero colectivos homosexuales han forzado un mayor espacio y respeto. Lo mismo ocurre en el terreno religioso.
El Estado, en tanto laico, debe promover la equidad y no puede sustraerse de este debate. El gobierno no puede ignorar la creciente pluralidad religiosa, por la sencilla razón de que es garante de la libertad religiosa, de la imparcialidad entre las diversas confesiones y debe avalar la estricta diferenciación de esferas, bajo el principio de separación entre el Estado y las iglesias. El Estado laico tiene la obligación de establecer diálogo con todas las instituciones religiosas, regular el cumplimiento de la normatividad contenido en la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público. Mientras los protestantes/evangélicos, especialmente los nuevos movimientos pentecostales, se arraigan entre los sectores populares la Iglesia Católica se aferra a entablar relaciones de poder y privilegio con el Estado. ¿Caerán algunos liderazgos evangélicos en la misma tentación? Antes el gobierno, sin importar el signo panista o priista, privilegió la interlocución con la jerarquía de la Iglesia Católica y poderosas agrupaciones religiosas como el Opus Dei y Legionarios de Cristo. Sin embargo, estamos ante una nueva alborada, por la creciente presencia política, cultural y religiosa de los históricos y nuevos movimientos evangélicos. Por ello, el ejercicio de memoria, análisis histórico de mi querido amigo Carlos Martínez García es muy útil porque nos muestra los orígenes y fundamentos de nuestra diversidad actual.
Bernardo Barranco
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