Hablamos y presumimos acerca de nuestra libertad “en Cristo”. Esta verdad de la libertad es tan grande que por sí sola debería de sacudir nuestro mundo y el mundo de todos los que nos rodean.
Hace unos años, comencé a redactar un artículo que titulé ‘Auténtica libertad’. Sin embargo, apenas unas líneas después de comenzar me di cuenta de que aún no tenía claro lo que pretendía expresar, así que lo dejé inconcluso.
En nuestras iglesias evangélicas hablamos y presumimos acerca de nuestra libertad “en Cristo”. Esta verdad de la libertad es tan grande que por sí sola debería de sacudir nuestro mundo y el mundo de todos los que nos rodean. Su base teológica se encuentra en esta afirmación: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36).
Es justamente este concepto, “verdaderamente libres”, el que me puso a pensar en que consiste esta libertad de la que tanto hablamos y si realmente entendemos sus implicaciones en nuestro día a día.
Quizás el problema sea que esta libertad esté mal entendida, mal explicada o confundida con otro tipo de libertad. A veces cantamos: “Dios me hizo libre para danzar, para gritar, para correr”, pero al afirmar esto podemos olvidar a todos aquellos que diariamente tienen que vivir su fe en completo silencio, aquellos que ni siquiera disponen de la libertad de poseer una Biblia, aquellos que, de expresar su libertad en estos términos, pronto darían con sus huesos en la cárcel, me pregunto: ¿en esto consiste realmente la libertad? ¿Acaso es Dios injusto? ¿Por qué más de 340 millones de cristianos en el mundo carecen de libertad?
Evidentemente la libertad no consiste solo en cantar, danzar o correr, esto son expresiones externas de algo que ha sucedido internamente. Alguno dirá: “Hermano, David danzaba”. Cierto, una vez danzó. No estoy diciendo que no dance, pero antes de ese estallido de alegría, David sufrió aflicción, sufrió persecución por parte del rey vigente y experimentó una total dependencia de Dios mientras esperaba una promesa que parecía destinada a no cumplirse nunca, ya que incluso siendo inocente casi lo ensartan varias veces por celos. Tal y como dice el texto: “El que quiera vivir piadosamente padecerá persecución”.
En respuesta a esa persecución David aprendió a celebrar el doble regalo de la libertad. El conocía la verdad y esto le hacía libre, se sabía seguro, su libertad y su gozo no procedían del hecho de ser rey sino de saberse respaldado por Jehová cada día; por eso ni la vergüenza ni las críticas de su mujer consiguieron aplacar sus ganas de danzar. Además, cada día cargaba con la responsabilidad que le otorgaba su posición de Rey de Israel.
Si entendiéramos de verdad el valor de la libertad que Cristo nos ha dado, seríamos libres incluso estando en la peor de las cárceles, porque se trata de un grado de libertad que nadie te puede quitar. Lo que me lleva a otra pregunta; ¿realmente estamos valorando y aprovechando la doble libertad de la que disponemos? Doble porque aquí en Occidente, por un lado, experimentamos la libertad espiritual, y por otro lado, la de vivir en la sociedad del bienestar. Luego tenemos un doble regalo, pero ojo, el segundo tipo es un privilegio y por tanto puede ser removido. La Biblia no garantiza la libertad física y sí garantiza la persecución para todos aquellos que quieren seguir a Cristo (Juan 15:18:22). Esto nos deja, sin lugar a dudas, algo en que pensar: nuestra posición de libertad lleva una responsabilidad implícita.
Nosotros aún tenemos Biblias que podemos leer, espacios y jardines en los que podemos predicar, podemos hablar de nuestra fe a nuestros familiares, podemos reunirnos en nuestros hogares, en nuestras iglesias, a plena luz del día o en cualquier cafetería, tenemos a nuestros hermanos con quienes podemos compartir vida y crecimiento y a nuestros pastores que nos ministren, y tantas otras cosas que no podríamos ni enumerar. Definitivamente somos más ricos y libres de lo que los padres de la iglesia pudieron nunca soñar.
Ahora seguramente lo ves, y dices: “Gracias, Señor, ¡en verdad estoy muy bendecido!”. Pero en este caso no se trata de ser agradecido. Te invito a que reflexiones en esta pregunta; ¿para qué es esta libertad? Se me ocurre una figura bíblica que vivió algo parecido a lo que vive la iglesia en occidente hoy en día; se llamaba Ester y llegó a ser reina en un tiempo en que el resto de su pueblo y su familia eran esclavos y sobre ellos pendía la amenaza de un exterminio inminente. Tal y como yo lo veo, Ester tuvo la oportunidad de desentenderse de su pueblo y ser indolente ante su sufrimiento, pero no lo hizo (Est 4:14-16). En lugar de eso intercedió por ellos diciendo; “¡Si tengo que morir, muera!”
¿Y tú, que responsabilidad tienes respecto a la libertad que se te ha dado?
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