Percibo un claro sentido de urgencia de parte del cielo para la inminente venida del Señor.
Tengo una creciente sensación de que los tiempos se aceleran cada vez más, y que todo lo que nos rodea está yendo mucho más deprisa que nunca antes en la historia de la humanidad.
Si tuviera que acabar mi carrera aquí en la tierra de manera inminente por los soberanos designios de Dios, lo aceptaría, por supuesto que sí; pero me emociona vivir en esta época y percibir esta doble sensación: Por una parte, una creciente peligrosidad social y espiritual que cada vez se hace más patente, a la vez que violenta. Y por otra parte, el discernir que se acerca un gran día para nuestra pobre humanidad; este será el cumplimiento definitivo de la profecía de los últimos tiempos preconizados por Joel, que ya comenzó a cumplirse de manera importante el día de Pentecostés. Leamos tal como reza el texto sagrado: “En los postreros días (o tiempos) dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne…”. Al respecto hay interpretaciones para todos los gustos, pero esta profecía todavía está por cumplirse en su plenitud: “Hasta que la tierra sea llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar…” y esto no sucederá en el reino milenial, sino en un despertar espiritual sin precedentes, poco antes del final de los finales.
En mi humilde radar espiritual percibo un claro sentido de urgencia de parte del cielo para la inminente venida del Señor, tal como nos advierte el apóstol Pedro: “…esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios…”. Otra versión nos dice: “…mientras esperáis y aceleráis la venida del día de Dios”. Y la versión popular también nos reitera la misma idea: “… esperad la llegada del día de Dios, y haced lo posible por apresurarla”. No quisiera entrar en puntos de vista maximalistas, sino apercibirme del espíritu que subyace en esta paradójica declaración bíblica sobre esperar y apresurar. En lo personal, espero pacientemente la venida del Señor y, aunque los escritores del Nuevo Testamento tenían, en aquellos tiempos, una sensación escatológica inminente, para ellos no llegó a cumplirse en su generación este anhelado acontecimiento, mientras se decía: “Tened también vosotros paciencia y afirmad vuestros corazones porque la venida del Señor se acerca” Sin duda alguna el Espíritu del Señor no los estaba engañando, por supuesto que no, pero este sentimiento escatológico les impartía una santa expectación que les mantenía fieles al Señor en todo tiempo y también la cercanía presencial del Señor Jesús junto a los agitados momentos que estaban empezando a vivir, les inducían a pensar en clave inmediata. Por otra parte no disponían de la revelación completa, ni estaba escrito gran parte del Nuevo Testamento y especialmente el Apocalipsis como el manuscrito más escatológico y concluyente de todos los escritos apostólicos.
Otro punto importante acerca de la inminencia de su venida es que hoy, más que nunca, es posible llevar el Evangelio a todos los rincones del planeta por la importante cantidad de agencias misioneras que existen actualmente y por la innumerable cantidad de medios tecnológicos que disponemos y también por el gran número de cristianos nacidos de nuevo que hay en el mundo entero actualmente. Según datos de diferentes agencias misioneras, hay alrededor de mil millones de profesantes evangélicos; más que en ninguna generación anterior. Por lo tanto, es más que creíble el cumplimiento inminente de la declaración profética de Jesús en sus predicciones sobre los últimos tiempos: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones y entonces vendrá el fin”. Entonces, podemos intuir más que proféticamente que la venida del Señor hoy está muchísimo más cerca que nunca, porque la prueba del tiempo oportuno para el cumplimiento de su retorno tiene estas características confirmatorias: “…De la higuera aprended la parábola: cuando su rama ya se pone tierna y echa las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, sabed que Él está cerca, a las puertas”. Por eso me resulta más que llamativa y muy estimulante, la parábola del siervo infiel: “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor. Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa. Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis”
Nunca pasó por mi imaginación ninguna idea escapista respecto a la cuestión de Su Venida. La única sensación que me producen estas palabras es que, por fin, nuestro bendito Salvador vuelve en breve. Aquella afirmación de Jesús “Vendré otra vez”, expresada la última noche en el cenáculo con sus discípulos, nos consuela y nos llena de mucha esperanza.
La venida sorpresiva del Señor, como el ladrón que viene a hurtar inadvertidamente, nos indica que Él puede aparecer en escena sin previo aviso para los desprevenidos, “Pero vosotros hermanos, no vivís en tinieblas para que aquel día os sorprenda como si fuera un ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no debemos dormirnos como los demás; al contrario, permanezcamos alerta y sobrios” esto nos recuerda el apóstol Pablo
Este tema no es una moda alarmista para asustar a nadie, ni tampoco para evadirnos de la realidad actual, ni para abdicar de nuestras responsabilidades personales; sino todo lo contrario, es una llamada de atención para vivir en estado de alerta pero sin ansiedad. En definitiva, ante todo este panorama, se nos exhorta a vivir el día a día “en santa y piadosa manera de vivir” porque tal como nos describe esta misma Escritura “Para el Señor un día es como mil años y mil años cómo un día” esta relatividad del tiempo nos sugiere que en poco tiempo pueden suceder acontecimientos que durante siglos se han proclamado pero todavía no han sucedido. Está claro hoy más que nunca que los tiempos se acortan y que el Amado ya está por llegar. ¡Maranata!
Hechos 2: 16-21 - Joel 2: 28-32. Habacuc 2:14. 2ª Pedro 3: 12 Santiago 5: 7-8 Mateo 24: 14 Mateo 24: 32-33 Mateo 24: 42-44. 2ªPedro 3: 9,11. 1ªTesalonicenses 5:4-6
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