¿Por qué es tan difícil reconocer que el corazón y las emociones también se hieren, se distorsionan y se hacen costosas de sobrellevar?
"Felices los que lloran porque serán consolados" Mateo 5:4
La realidad de la vida es que todos estamos heridos. Corazones rotos, almas en una espiral de amargura, ansiedad y depresión son el pan de cada día. Pero cuidado ¿qué estoy diciendo? Una persona que confía su vida a Dios y deja que él guíe sus pasos ¿Cómo puede estar derrotado, desbordado y sin recursos emocionales para sobrellevar las batallas del día a día?
Igual que no nos perturbamos porque creyendo en Dios nos rompemos un hueso o nos lesionamos un músculo ¿por qué es tan difícil reconocer que el corazón y las emociones también se hieren, se distorsionan y se hacen costosas de sobrellevar?
Lloro, lloro mucho, me siento vulnerable y falta de paz. Igual que tú. Porque vivimos en un mundo lleno de miseria emocional. Porque se nos promete una vida de ilusión y arcoiris, en la orilla del mar, brindando por los felices días que vendrán y la realidad es que dormimos sobre una almohada mojada de lágrimas que no podemos evitar derramar en la soledad de nuestra habitación.
Siento dolor y rabia, sé que el Dios todopoderoso me acompaña allá donde voy, no lo dudo, está, aunque no lo experimente siempre como me gustaría. Pero la certeza de su presencia no me ahorra las batallas, quizás hace que se multipliquen porque la expectativa de un "feliz mundo cristiano" se desmorona cuando me doy de bruces con la realidad de mi vida, una cristiana perdida en un mundo de fachadas y disfraces.
Aquella predicación, aquel referente, esas palabras que empapan mis entrañas, distorsionan mis días con una supuesta vida cristiana fácil en la que a cada paso que doy todo es luz y color. Todo está bien o lo estará, solo es cuestión de esperar, que lo mejor está por llegar. Pues no, lo mejor no está por llegar, lo que llegue está por aprender. Aprender el reto de dejar espacio para compartir eso que existe y existirá siempre en este mundo caído, el dolor.
Sé perfectamente quién es el Dios en el que creo. Sé que ha hecho milagros y han quedado registrados, no solo en la Biblia, también en mi vida, en mi día a día. A veces un simple amanecer es un milagro sin precedentes, una maravilla, un espectáculo de arte que dibuja en mi cara una sonrisa para el resto del día. Pero otras veces, ese mismo amanecer parece una luz mediocre que solo asoma un día más en medio de este caos indomable. Creo que sabes de lo que hablo. El ser humano y los vaivenes de la vida. No hay más.
"Jesús lloro" (Juan 11:35). Jesús sonrió, disfrutó, amó, se enfadó, pero también lloró. Y su dolor fue igual de valido que el resto de sus emociones. Permítete llorar, sentir ese dolor, o más bien expresarlo, sacarlo hacia afuera. Compartamos, déjame saber que tú también lo sientes. Es licito, es necesario, es sanador. No regodearnos de nuestras heridas ni usarlas para manipular ni provocar, sino para sentirnos libres. Solo cuando enseñas la herida al médico es cuando la puede curar. Si no se vé parece que no existe, no hay tratamiento ni mejora. Pero está, no desaparece. Al contrario, quizás no cicatrice bien, o se infecte.
Para sanar hay que ventilar, exponer, hacer un reconocimiento e identificar la gravedad para encontrar la medicina más adecuada. La medicina del alma es reconocer que no somos débiles por sentir dolor, que no somos menos por mostarlo. Que uno empieza a sanar cuando derriba su fachada y arranca su disfraz. Que uno siente alivio cuando se deja amar y cuidar por otro que le mira como Jesús mira, dejando espacio para las emociones, validando, amando y abrazando al herido. Solo así experimentamos la bienaventuranza "felices los que lloran", un adelanto de su gloria, el regalo de ser consolados desde el respeto y la empatía. El milagro de ser abrazados por alguien que se esfuerza por parecerse a Jesús.
"Por eso, animaos y fortaleceos unos a otros" 1 Tesalonicenses 5:11
"...Que nos amemos unos a otros como él nos mandó" 1 Juan 3:23
Porque así, en medio de este caos que es la vida quizás lo que tenga que llegar sea más llevadero a tu lado, abrazados. Dando espacio a tus lágrimas, dándole espacio a las mías. Sintiéndonos valientes al afrontar los miedos. Fortaleciendo nuestro corazón al reconocernos mutuamente vulnerables y humanos. Haciendo presente a Jesús. Un encuentro tan humano como celestial. Dos personas rotas que, solo así, mostrando sus heridas, empiezan a sanar.
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