Sin duda alguna hay muchas maneras de implicarse en algún tipo de acción en favor de la iglesia perseguida: orar, hacer donativos, participar en campañas de propugnación, etc... Pero quizás la más personal y la que tiene un impacto mas directo en la vida espiritual de un cristiano perseguido es una carta, una carta aun si no pudiera ser leída manda un mensaje, no estás solo, hay alguien en otra parte del mundo que ha estado pensando en ti.

Quiero contaros varios testimonios y una experiencia personal que pueden ayudarnos a visualizar hasta que punto es importante involucrarse en las campañas de correspondencia que promueven las organizaciones en favor de la iglesia perseguida.

Comencemos con la historia de Bashir* 

Un cristiano de trasfondo musulmán que vive en un poblado del Cuerno de África era analfabeto y había sido desplazado junto a su familia por su fe en Jesús, estaba en una situación precaria pasando mucha necesidad. Un día, Isaac* un colaborador local de una organización en la zona puso su situación en conocimiento de su equipo internacional el cual rápidamente incluyó su caso en una campaña de correspondencia, en poco tiempo cientos de personas le escribieron palabras de animo y versículos que Isaac le entregó en mano junto con unos paquetes de ayuda.

Al recibir las cartas, Bashir se emocionó y comenzó a llorar de alegría, no sabía leer, pero comenzó a abrir todos los sobres y a ordenar una a una las cartas, alisando cada esquina y quitándoles las arrugas para luego meterlas en una cajita. Isaac le preguntó: “¿Qué piensas hacer con ellas si no puedes leerlas?” A lo que él respondió: “Es verdad que no puedo, pero quiero enseñar estas cartas a mis hijos, quiero que ellos las lean y se den cuenta de que en el peor momento de nuestras vidas, Dios puso a cientos de personas a nuestro alrededor que se preocuparon y oraron con nosotros”.

Damaris* 

Ella es una viuda cristiana de Nigeria. El grupo terrorista Boko Haram se presentó en su casa y mató a su marido, que no quiso negar su fe. Después la golpearon también a ella hasta tal punto que le provocaron la perdida de un ojo. No satisfechos con el dolor causado, un mes después volvieron a su casa y mataron a su hijo mayor.

La pobre mujer quedó sola y sumida en la pobreza, derribada pero no destruida. De algún modo, sentía una fuerza en su interior que le hacía mantener su fe en Dios, algo sobrenatural que no la dejaba decaer pero que tampoco podía explicar. Un día un colaborador local se presentó en su casa con una caja que contenía 25kg de cartas de ánimo de todas partes del mundo. Damaris miró al colaborador con el rostro iluminado por una gran sonrisa y le dijo:  “Ahora comprendo de dónde venía toda la fuerza que he tenido para mantenerme firme durante todos estos tiempos”.

Cartas para los niños de “La Casita”

Tal y como prometí aquí va una de mis experiencias personales. Sucedió en 2017, en un viaje con la organización de ayuda a los cristianos perseguidos Puertas Abiertas. Nos propusimos visitar dos de los proyectos que dicha organización tiene en Colombia. Lamentablemente ambos proyectos estaban muy distantes el uno del otro.

Yo siempre había querido participar en una entrega de cartas a cristianos perseguidos. Conocía las historias que os he contado antes pero sinceramente, no esperaba que Dios me diese tal honor, dado que mis responsabilidades en la organización eran otras.

Después visitar el primer proyecto, los colaboradores locales me entregaron una caja que debía entregar en el hogar infantil “La Casita”. Era muy pesada e incómoda. Estaba toda forrada con film de plástico negro, por lo que no se podía ver su contenido. La tuve que llevar en mis rodillas gran parte del trayecto en un todo terreno y después en el avión como bulto de mano, ya que tampoco cabía en el compartimento para las maletas sobre mi cabeza. Me quejé en mi interior y no fueron pocas las veces que sentí el impulso de lanzar la caja por una ventana, pero finalmente al llegar a La Casita entregué el bulto a los cuidadores quienes lo recibieron con mucha ilusión. 

Delante de mí abrieron el film negro y el cartón y finalmente aparecieron unos paquetes y una bolsa blanca donde por fin pude ver como asomaba el misterioso contenido. Eran decenas de cartas y tarjetas postales que durante casi dos días había llevado en mi regazo. 

Sí, Dios me había escuchado y a pesar de mis quejas me había concedido el honor. Lo mejor fueron las caras de los niños al recibir sus cartas. Algunos de ellos habían perdido a sus padres porque predicaban a las guerrillas. Otros pertenecían a tribus indígenas y sus padres habían considerado que era más seguro para ellos criarse y estudiar en un ambiente cristiano. El caso es que por un momento todos los dramas quedaban olvidados al saber que tenían una familia que no conocían y que se hizo presente mediante aquellas cartas.

Y tú, ¿a qué esperas para escribir cartas a la iglesia perseguida?