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¿El descubrimiento de vida extraterrestre inteligente desacreditaría el plan de Dios?

Hasta ahora no se ha descubierto vida en ningún planeta ni tampoco se ha conseguido detectar señales de radio procedentes de supuestas civilizaciones extraterrestres.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 28 DE AGOSTO DE 2021 14:00 h

La creencia de que debe haber vida natural, incluso inteligente, fuera de la Tierra hunde profundamente sus raíces en la teoría de la evolución. Según ésta, las células que constituyen a todos los organismos de la biosfera derivarían de otra muy primitiva que apareció por transformación química a partir de la materia inorgánica. Esto es algo que, a pesar de los numerosos intentos, jamás se ha demostrado en ningún laboratorio del mundo pero que se sigue aceptando por fe como un axioma fundamental del darwinismo. Si realmente la vida hubiera surgido así en nuestro planeta, mediante lentos, azarosos y progresivos cambios naturales desde los elementos químicos a la primera célula viva, ¿por qué no habría podido ocurrir lo mismo en otros mundos, de los miles de millones que existen tan sólo en nuestra propia galaxia? La aparición de la vida sería, desde esta perspectiva, algo tan frecuente y ubicuo en el cosmos como la de la maleza en los jardines abandonados. La existencia de vida extraterrestre es pues una necesidad inherente al pensamiento evolucionista. De ahí la creación de la llamada exobiología o disciplina científica que estudia las posibilidades de vida en el universo, fuera de la Tierra.



Sin embargo, hasta el presente, no se ha descubierto vida en ningún planeta ni tampoco se ha conseguido detectar señales de radio procedentes de supuestas civilizaciones extraterrestres. En este sentido, recientemente, la weblog de tecnología, Gizmodo,[1] así como otros muchos medios de comunicación por todo el mundo, han venido informando acerca de un equipo de astrónomos australianos que trabajaba con el radiotelescopio Murchison Widefield Array (MWA), y que después de estudiar más de 10 millones de sistemas estelares en la constelación de Vela, no ha podido detectar ninguna señal de inteligencia extraterrestre. Y así lo publicaron los autores del estudio, Chenoa Tremblay y Steven Tingay, en la revista especializada Publications of the Astronomical Society of Australia. El profesor Tingay manifestó posteriormente que no había que sorprenderse de tales resultados porque lo que se había hecho era como buscar algo en los océanos de la Tierra pero solo investigar en un volumen de agua equivalente a una gran piscina.[2] Quizás tenga razón, pero lo cierto es que las piscinas se van acumulando y no aparece la vida ni la inteligencia extraterrestre por ninguna parte. ¡Diez millones de estrellas observadas y ni rastro de alienígenas!



Semejante esterilidad cósmica reactualiza la famosa “paradoja de Fermi” de los años 50, en la que el físico Enrico Fermi manifestaba la contradicción que hay entre las estimaciones evolucionistas, que suponen una alta probabilidad de que existan muchas civilizaciones inteligentes en el universo observable, y la falta total de evidencia de las mismas. Si existen, se preguntaba, ¿dónde están? ¿Por qué no las encontramos? ¿Acaso nuestros métodos de búsqueda son defectuosos o es que quizás estamos realmente solos en el Universo? Fermi abrigó la posibilidad de que tales civilizaciones extraterrestres se hubieran autodestruido y quizás en esta conclusión influyera el Proyecto Manhattan en el que estaba trabajando, cuyo fin fue el desarrollo de la bomba atómica.



No obstante, hay otra manera de ver las cosas. Si la vida no es el producto de la evolución ciega, sino del diseño de una mente inteligente, entonces lo lógico sería que existiera sólo donde dicha mente la hubiera creado. No tendría por qué aparecer de manera aleatoria en cualquier rincón del cosmos como la mala hierba, sino únicamente en el lugar elegido por su diseñador. Si esto hubiera sido así, tal como creemos, es muy probable que los seres vivos fueran una característica exclusiva de nuestro planeta. Cabría esperar, por tanto, que aún cuando en algún otro pudieran existir moléculas parecidas a las orgánicas o ambientes apropiados para la vida, ésta como tal fuera privilegio y monopolio de la Tierra. De hecho, todo lo que se conoce del cosmos hasta el presente, viene a confirmar esta otra opción.



Si la vida inteligente es tan infrecuente como para pensar que somos los únicos habitantes del universo, entonces cuesta creer que se haya desarrollado siquiera una vez por medios exclusivamente naturales. Y esto nos conduce directamente a la necesidad de un creador inteligente que sea, a su vez, la causa de toda inteligencia. Esto es lo que afirma la Biblia. El ser humano vuelve a ser el centro del universo, precisamente porque Dios quiso colocarlo en ese lugar especial, para que como imagen suya actuara de mayordomo y cuidara de su maravillosa creación. Después de todo, no estamos tan solos en el cosmos porque Dios está a nuestro lado. Y mucho más cercano de lo que algunos piensan.



El físico Paul Davies, con su tradicional tono provocativo, escribía a principios de los 80, acerca de los problemas que supondría para la teología cristiana el descubrimiento de individuos inteligentes de otros mundos:



“La existencia de inteligencias extraterrestres tendría un impacto profundo sobre la religión, en cuanto destruiría por completo la perspectiva tradicional de un Dios que tiene una especial relación con el hombre. Las dificultades son particularmente agudas para la cristiandad, que postula que Jesucristo es Dios encarnado con la misión de salvar al hombre en la Tierra. La idea de una legión de Cristos que visitan sistemáticamente cada planeta habitado y que toman la forma física de las criaturas locales tiene un aspecto un tanto absurdo. Sin embargo, ¿de qué otro modo podrían salvarse los extraterrestres?”[3]



La Biblia no dice nada respecto a la salvación de hipotéticos extraterrestres, pero es evidente que si existieran seres con conciencia semejantes a nosotros en algún remoto lugar del universo, serían también criaturas de Dios y, con toda seguridad, él habría diseñado un plan específico para responder a sus propias características y necesidades espirituales. Nada sabemos de semejante exoteología. Sin embargo, desde que Davies manifestó estas ideas, han pasado ya casi cuarenta años y las esperanzas de encontrar extraterrestres son cada vez menores. El escepticismo se ha empezado a apoderar de los astrónomos y muchos se atreven a confesar, como hemos indicado, que quizás estemos solos en el universo. Si esto es así, Dios no tendría por qué haber adoptado la forma de ningún extraterrestre, como irónicamente indica Davies, sino sólo encarnarse en un ser humano de carne y hueso.



La fe cristiana acepta que Cristo murió en la Tierra para poner al hombre en paz con su creador. Esto es lo que afirma la Escritura y lo que, hasta el día de hoy, permite creer también la ciencia. No estamos solos en el cosmos porque está también Dios, quien nos hizo para que tuviéramos comunión con él. Por eso el ser humano experimenta una necesidad innata de trascendencia, que algunos equivocadamente intentan satisfacer mediante el naturalismo y los extraterrestres (Ro. 1:18-25).



 



Notas



[1]Artículo en Gizmodo



[2]Noticia en Notimerica



[3] Davies, P. 1988, Dios y la Nueva física, Salvat, Barcelona, p. 84.


 

 


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