¿Psicosis de liderazgo?

Romanos 12:1-9

“En cuanto se tiene un martillo, todos los problemas empiezan a parecer clavos” (J. Antonio Marina).

El Nuevo Testamento contempla a la Iglesia como una comunidad formada por muchos miembros, con funciones diferentes, que configuran un solo cuerpo. Tendemos a pensar que la Iglesia crece cuando se desarrollan los dones espirituales. Pero eso no es exactamente lo que dice Pablo, por más que lo hayamos interpretado así a menudo. El énfasis no está en los carismas, sino en las personas en tanto se saben parte de un cuerpo del que participan como miembros los unos de los otros. Por tanto, la Iglesia se hace visible a partir de la tarea de personas que interactúan poniendo su disponibilidad al servicio del fruto del Espíritu. Sin el poder de ese fruto los dones son estériles. Y, entonces, la iglesia pierde su visibilidad y bloquea su crecimiento.

Entender esto es central, porque las Escrituras enseñan que todos los creyentes son llamados a vivir desde la conciencia de que son uno (Unidad) en el que hay muchos (Diversidad). La fuerza de la unidad es el amor (Ágape), la fuerza de la diversidad son los dones (Carismas). Pero la fuerza de la división es el poder (Martillo). Riadas de amargura corren por el interior de muchas iglesias por ignorar eso.                   

Por eso, cuando hablamos de elegir pastores y pastoras, no se trata de que la iglesia se deje seducir por el brillo de líderes mesiánicos que actúen como si viniesen del mundo de las estrellas, intentando asombrar a la congregación para visibilizar sus credenciales con postureos impresentables. Se trata de que la comunidad sea capaz de reconocer a hombres y mujeres dispuestos a servir comprometidos con la vida de la iglesia. Pero esa tarea no ha de situarse arriba ni lejos, sino entre los demás, entregando lo mejor de sí mismos en un clima de fraternidad y de amor incondicional, entendiendo que su quehacer solo se entiende y valida en el marco de una teología pastoral a la que toda la comunidad es llamada. Porque la palabra moviliza, pero el ejemplo arrasa.