Jean Paul Rabaut de Saint-Étienne, pastor fiel, miembro de la Asamblea Constituyente, promotor y defensor de la libertad de prensa, fue guillotinado por los terroristas de la Revolución.
Estaba poniendo unas notas en la introducción a la edición de la traducción del Catecismo calvinista, que se editó anexo al Nuevo Testamento en euskara (traducción de J. Leizarraga), que ahora son 450 años, la cual publicaré, d. v., ya mismo, para ser usada en una jornada de la Real Academia de Extremadura, dedicada a Cipriano de Valera. (Quede aquí reconocida la generosidad del traductor, el profesor Manuel Roncero, por mediación del departamento de euskara del Consejo Evangélico del País Vasco.) Y me pareció que compartir algo con ustedes no estaría de más.
Anotando, anotando, me encuentro con un hombre que, acusado falsamente, está escondido en París. Atrapado, en diciembre de 1793, será ejecutado en la guillotina. Es el Terror de la Revolución, 1792-1794. Había sido un destacado revolucionario, incluso presidió la Asamblea, pero del ala moderada. Un promotor de una república federalista, como lo era su padre. Todo ello no le impidió votar en contra de la muerte de los monarcas. Por eso ahora está perseguido. Él, como otros, no quería quitarle la cabeza al rey, sino sostenerla con una Constitución.
Entre las notas tengo que el 24 de agosto de 1789, la Asamblea Nacional Constituyente propuso un debate sobre la libertad de prensa. La libre comunicación de pensamientos y opiniones será considerada un bien humano, un derecho humano, de los más apreciados. A quien acaban de separar la cabeza del tronco fue uno de sus defensores más destacados. Uno de sus detractores, con un discurso muy actual, era un obispo, proponía y advertía (como la conferencia episcopal ahora aquí) de que la religión peligrará y con ella las buenas costumbres, si se permite la libertad de prensa sin censura (que era la de la curia). Clamaba sobre los sufrimientos que la religión ha tenido por ese medio: la licencia de escribir según el buen querer de cada uno (eso tan malo de la Reforma: el libre examen, y la libre declaración de lo examinado). Hoy no lo dirían mejor: ¡cuánto se ha perjudicado la paz social! ¡Cuántos padres de familia (que esto no es nuevo) pueden alarmarse por sus hijos, si están expuestos a la libertad, es decir, a los malos principios de los escritores! Por lo tanto, no a la libertad de prensa, sí a la censura.
Este buen hombre, excelente ciudadano, promotor de los derechos de todos los franceses, fue quien compuso y defendió, en recordado discurso, el artículo que todos hoy firman: “Nadie será molestado (esa traducción merece retoque) por sus opiniones, aunque sean religiosas, contando que al manifestarlas no causen trastorno del orden público establecido”. Es el número 10 de los 17 concretados.
En el famoso cuadro, inacabado, de Jacques Luis David, El juramento del Juego de la Pelota, fundamento de la posterior afirmación revolucionaria, donde se retratan (eso pretendió, pero todo quedó por hacerse, aunque los restos conservados y los bocetos son todo un tesoro de búsqueda de la concordia), entre 1790 y 1794, el artista coloca en el centro la figura de quien aquí guillotinan (también estaba por allí el que dio nombre a este método), y lo pone junto a un monje cartujo, Dom Gerle. Esa armonía fue más bien ilusión, pero realmente hubo algunos personajes católicos metidos en el proyecto.
El Terror, así nombrado, aunque eso tiene nombres de personas concretas, ha matado, tras acusación falsa, al hijo de un pastor calvinista eminente, formidable, un fiel hugonote de la iglesia del Desierto (a esa iglesia perseguida, ¿quién la persiguió?). Él mismo era también pastor, ordenado por su padre, igual que lo era su hermano. Ese hermano pudo, al poco, presidir la ceremonia donde se restablece la honorabilidad civil del guillotinado. Un gran momento.
El Terror mató a nuestro pastor. La guillotina del olvido, la que usan los terroristas de la historia, los que no quieren la memoria, lo mató hasta nuestros días, al menos en las páginas de historia evangélicas, a las que han guillotinado un cachito, o un cachazo.
Ese formidable pastor, calvinista hugonote, que ha experimentado la inquietud, durante décadas, de ser perseguido por su religión, consiguió la tolerancia civil (algo es algo) para los suyos (y también, de camino, para otros, por ejemplo, los judíos). Es la figura detrás, o al lado, del Edicto de Tolerancia (29 noviembre de 1787), que lo firma Luis XVI, “por la gracia de Dios, Rey de Francia y de Navarra”. [Se accede fácil a la imagen del documento en internet.]
[photo_footer]Jean Paul Rabaut de Saint-Étienne. / Joseph Boze, Wikimedia Commons[/photo_footer]
Se acercó al rey, por uno de sus ministros (que estaba por la labor), a instancias del general Lafayette, que, regresado del triunfo de las colonias americanas en su independencia, se encuentra en su Francia con que gente que creía lo mismo que aquéllos, estaban privados de derechos. Incluso algunos de sus correligionarios en la Independencia eran familias emigradas de hugonotes franceses. Los mismos textos políticos, donde se explicaba la rectitud de tomar las armas, desde la perspectiva de la obediencia bíblica, eran en algunos casos escritos por hugonotes franceses. Nuestro pastor guillotinado era, pues, un formidable ciudadano, y cumplió lo mejor que pudo su vocación.
Jean Paul Rabaut de Saint-Étienne (1743-1793), pastor fiel, miembro de la Asamblea Constituyente, defensor de los derechos humanos, redactor del artículo 10 de esos derechos allí afirmados, promotor y defensor de la libertad de prensa, guillotinado por los terroristas de la Revolución, guillotinado en el mundo evangélico, aquí, hoy, estamos con él. Todo un ejemplo.
Por supuesto, su olvido no es absoluto. Sus obras, en dos volúmenes, se leen ahora en edición facsímil, otros textos, al alcance de cualquier interesado. Su nombre aparece en muchas notas de filosofía política. Por supuesto, en la historia de la Revolución. La profesora Céline Borello tiene estudios muy valiosos sobre nuestro pastor. Es decir, no está olvidado; pero yo no lo he visto mucho por las estanterías evangélicas; y es un síntoma.
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