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Dios ausente, Dios presente

En toda la Biblia se nos presenta a un Dios que en absoluto “pasa” de su Creación, ni de cómo van las cosas en el mundo que Él ha creado.

ACTUALIDAD AUTOR 918/Juan_Sanchez_Araujo 31 DE JULIO DE 2021 17:00 h
Foto de [link]Ishan @seefromthesky[/link] en Unsplash.

Ahora las inundaciones en China, Alemania y Bélgica… ¡Y en España ya estamos en la quinta ola del coronavirus! 



Por muchas vacunas que tengamos la pandemia es difícil de controlar, entre otras cosas porque se topa con la incapacidad del ser humano para ser sensato y preocuparse no solo por el bien de los demás sino hasta por el suyo propio. Pero sobre todo porque Dios no está en el cuadro. El hombre se las apañará solo, cómo siempre, piensan. ¡Pues claro! ¿Acaso no ha alcanzado por su propia cuenta los altos niveles de bienestar y desarrollo científico de que disfrutamos? ¿“No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad”, que dijo Nabucodonosor? ¡Ay! Babilonia, Babilonia, qué triste futuro te espera… Babilonia, la ciudad de este mundo —sin Dios, y cuya gloria es solamente humana—, que como su antecesora Babel fracasará en su empeño de llegar a ser algo y no permanecerá perpetuamente; como sí lo hará “la ciudad que tiene fundamento cuyo arquitecto y constructor es Dios”. 



Al menor signo de mejoría en los contagios se reavivan nuestras esperanzas, y es posible que Dios tenga aún misericordia y este juicio suyo pase como pasaron otros anteriores. Pero nosotros volveremos a las andadas, no tomando en cuenta “la majestad de Jehová”  y pisoteando todas sus instituciones y sus leyes. “Estas cosas hiciste, y yo he callado —nos dirá—; pensabas que de cierto sería yo como tú; pero te reprenderé, y las pondré delante de tus ojos. Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios, no sea que os despedace, y no haya quien os libre” (Salmo 50:21-22). 



Hay una incredulidad latente, no solamente en los ateos y los descreídos, sino en gran parte de los cristianos. Todo lo reducimos a ser buena gente y unir fuerzas con los que luchan con medios humanos contra esas fuerzas, supuestamente ciegas, que nos acosan. Nada más lejos de una visión bíblica de Dios.



El Dios de los cristianos es el Creador y soberano Señor del universo, que no está dormido como Baal, ni va de camino, sino que gobierna su Creación y se preocupa por ella, y por el hombre que Él hizo a su imagen y semejanza, quien, en vez de reconocerle, honrarle y adorarle, y de vivir conforme a su voluntad, “se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios”; o eso pretende. 



 En toda la Biblia —que para muchos de nosotros sigue siendo la Escritura “inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir [y] para instruir en justicia” — se nos presenta a un Dios que en absoluto “pasa” de su Creación, ni de cómo van las cosas en el mundo que Él ha creado. Es más, vemos a un Dios ante el cual hemos de rendir cuentas, nosotros, a quienes creó para que cuidáramos y gobernáramos la tierra. En eso, sin duda hemos fallado. Y que Dios es nuestro Juez lo vemos tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Las injusticias perpetradas en esta vida no quedarán sin castigo.



Pero ese Juez no tiene nada de cruel, ni de caprichoso, sino que es justo, benevolente y “paciente con nosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”. Un “Dios misericordioso y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad”. “¿Quiero yo la muerte del impío? dice Jehová el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos? […] Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues y viviréis”. 



Pero este mundo ha decidido, una vez más, tomar el cielo por asalto, como en Babel, y destronar a Dios —cosa que no se puede hacer, claro está—. Y, como en el caso de Babel, fracasará. Pero seguirá intentándolo hasta que aparezca “aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean a la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia”. (2 Tesalonicenses 2:8-12)



Pero la Biblia nos enseña que los juicios que Dios manda sobre la humanidad buscan el arrepentimiento no solo que hombres y mujeres, jóvenes y viejos, ricos y pobres para que se reconcilien con Él poniendo su confianza en Aquel que dio su vida en la cruz para que fuéramos perdonados —nuestro Señor Jesucristo— sino también que lo hagan nuestros gobernantes. Bajo esta luz bíblica debemos interpretar los acontecimientos actuales que van encaminados a ese fin. Pero las naciones, los gobiernos y el mundo corre desenfrenado en la dirección contraria, afianzando su rebelión contra Dios mediante leyes aberrantes e institucionalizando todo aquello que Él aborrece y es perjudicial para los seres humanos. Una vez más, el engañador arrastra a la humanidad al precipicio, con ese atrevimiento mentiroso que usó con Adán y Eva: “¿Qué Dios os ha dicho que si desobedecéis moriréis? ¡Nada de eso! ¡Seréis como Dios!” Y allá que fueron nuestros primeros padres labrando su ruina y la de la Creación entera. ¡Ah, ya sé que para muchos nada de lo que dice la Biblia es verdad y que se trata solamente de mitos ancestrales! Sin embargo, nadie ha hecho una mejor radiografía de la condición del ser humano, ni del mundo, ni de la historia que conocemos que la Palabra de Dios. En ella vemos los orígenes de toda la situación actual, y se nos dice cómo terminará todo. En ella, hablando acerca de los ídolos —que pueden ser también filosofías y doctrinas humanas— Dios dice: “Congréguense a una todas las naciones, y júntense todos los pueblos. ¿Quién de ellos hay que nos dé nuevas de esto [de lo que estaba a punto de ocurrir], y que nos haga oír las cosas primeras? […] . Yo mismo soy; antes de mí no fue formado Dios, ni lo será después de mí. Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve. Yo anuncié, y salvé e hice oír […]. Aun antes que hubiera día, yo era; y no hay quien de mi mano libre. Lo que yo hago, ¿quién lo estorbará?”.(Isaías 43:9-13)



El cristianismo es algo más que un bonito cuento acerca de un Dios bonachón que todo lo pasa por alto y de un Jesús que se limitó a decir que nos amáramos los unos a los otros si queríamos ir al cielo. 



Respondiendo a algunos que le referían las noticias del día acerca de unos galileos a los que Pilato había mandado matar mientras ofrecían sus sacrificios o de dieciocho personas sobre las que había caído una torre en Siloé y los había matado, Jesús dijo que aquellos que sufrieron estas cosas no eran más pecadores que los demás. Y añadió: “Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:1-5) . En vano tratamos de dejar a un lado a Dios y lo que Él requiere de nosotros al tratar de todo cuanto sucede hoy en día. Él no está en absoluto ausente de lo que pasa, sino presente y bien presente. Como dijo el profeta Amós: “¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho?” (Amós 3:6)


 

 


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