Un accidente aparatosísimo y extremadamente grave le estaba esperando. El curso de su vida daría un giro inesperado sin previo aviso.
Por Mati Sanchiz
Con este suceso se culminaba una serie de catastróficas desdichas que se habían empeñado en acompañarme por años. Hasta que no pasas por circunstancias adversas extremas no sabes hasta qué punto puedes soportar el dolor, la incertidumbre y el miedo. Yo creí llegar al límite, pero aguanté. Aprendí a vivir un día a la vez, aprendí a sonreír aunque solo quería huir, aprendí a plantar cara, negándole a mi cuerpo lo que me pedía, que era dormir, evadirme, desaparecer. Descubrí que podía encontrar la fortaleza en la debilidad. Aunque me hicieron falta algunas cosas, y algunas personas, nunca estuve sola. Me di cuenta que el agradecimiento es una buena medicina para la depresión y que valorar lo que se tiene es un buen remedio para alejar las tristezas. Me rompí algunas veces, siempre en las sombras, pero fui reparada a la luz. Hoy sigo siendo frágil y rompible, pero soy más fuerte que nunca. Han pasado siete años desde…
…Aquel verano
Había llegado el verano. Esa maravillosa estación que se llena de color y vida, de nuevas y atractivas actividades. Ya olía a vacaciones, a crema solar, a repelente de mosquitos y a fogatas nocturnas de campamento. Nada vaticinaba lo que estaba por ocurrir. Nadie sospechaba ni tan siquiera que antes de terminar la temporada estival la desgracia la visitaría. Aquel verano vendría a llamarse el de “La Caída”. Un accidente aparatosísimo y extremadamente grave le estaba esperando. El curso de su vida daría un giro inesperado sin previo aviso.
Todo habría cambiado si tan solo no hubiera tomado la decisión de colaborar como voluntaria en aquel campamento infantil. Varias pasiones la movían. El amor a los niños, a la naturaleza y a los deportes al aire libre. Preparó su mochila con lo necesario para pasar un mes en el bosque, dormiría en tipis de indios y se rodearía de montones de chavales con muchas ganas de jugar y pasarlo bien. No se sabía quién lo iba a pasar mejor, si los diminutos campamentistas o la monitora. Ella sin duda tenía el firme propósito de disfrutarlo con intensidad. Los primeros días transcurrieron con la normalidad esperada. Diana a primera hora de la mañana, bien tempranito para aprovechar al máximo la jornada, cada día con una canción distinta para despertar con el mejor de los ánimos. Ducha, desayuno, risas y cantidad de actividades lúdicas se desarrollaban incansables.
Ella amaba a esos pequeñajos salvajillos que correteaban por en medio de las cabañas. Deseaba ser de inspiración y de apoyo para aquellos niños que, dentro de sus equipajes, traían demasiadas historias dramáticas para su tierna edad. Serle un refugio seguro y consuelo enmascarado, sin que apenas se dieran cuenta, le proporcionaba una satisfacción semejante al dejarse acariciar por la música en las mañanas de domingo. Dibujarles sonrisas era su máxima felicidad. Proteger sus vidas siempre estaría por encima de todo.
Como si el tiempo viajara en bólido pasó la semana y llegó el sábado, ahora podría disfrutar de su día libre hasta que llegara la siguiente tanda de chiquillería. Momento ideal para tomar algo de tiempo para ella misma. Amaneció con un sol espectacular y nada le previno de lo que estaba por ocurrir. El entorno idílico la enamoró irremediablemente; caminos de tierra, grandes árboles centenarios y una cascada cristalina que moría en un delicioso estanque. Ya había estado allí antes, ya había nadado en sus frías aguas y con una atracción, aquel día fatal, se encaminó hacia ese rincón deseado. Acompañada por dos monitores más agarraron las mountain bike y se deslizaron por los sinuosos caminos. Cuando el terreno le dio la oportunidad ella tomó velocidad para sentir el viento despeinar su larga melena. Terrible decisión. Esa fue la verdadera razón por la que, al llegar al puente, no pudo frenar ni recular. Iba demasiado rápida, la curva no estaba señalizada y la cita con la tragedia estaba en curso.
En cuestión de segundos se precipitó por el puente y cayó seis metros de altura sobre el lecho de un río seco. En la caída todo se volvió confuso, la bici saltó por un lado y ella por otro sin que nadie pudiera hacer nada. Su cuerpo tropezó con ramas de árboles hasta que se estrelló contra las piedras del arroyo extinguido. El gran impacto la dejó sin respiración y quedó tendida inerte boca arriba, pegada al suelo, como si la ley de la gravedad ejerciera una fuerza mayor sobre ella. Maltrecha pero consciente abrió los ojos y miró la distancia desde la que había caído. Un pensamiento pasó por su golpeada cabeza que sangraba por una extensa herida abierta.
—Si estoy viva es porque Dios tiene un propósito con mi vida.
[photo_footer]El puente en el día del accidente, sin vallas.[/photo_footer]
El tiempo y el espacio tomaron otra dimensión para ella. Escenas como las que había visto en las películas se daban a su alrededor, pero ahora ella era la protagonista. No fue consciente de la gravedad del accidente sino hasta que pasó bastante tiempo. Tardaron horas en rescatarla, coches de policía, dos camiones de bomberos y una ambulancia se personaron para llevar a cabo el rescate. Las siguientes horas transcurrieron como si fueran un sueño. Veía correr a su alrededor al personal sanitario, a los bomberos para sacarla de donde había quedado atrapada y a los policías intentando traer tranquilidad. El accidente se cobró múltiples fracturas en seis vértebras, contusiones en cabeza y pulmón, la rotura de la nariz y una gran brecha en la cabeza. Dos semanas de hospital, inmovilidad encamada por varios meses y un año para recuperarse completamente de las lesiones. Fue un tiempo interesante, intenso y paradójico, un tiempo rico en experiencias, rico en lecciones aprendidas, en reflexiones interiorizadas. Muchas de sus ocupaciones tuvieron que quedar en espera por el tiempo de convalecencia. Quizá algún día nos cuente todas estas historias paralelas y cruzadas, las cóncavas y las convexas. Lo increíble de esta fue que salvara la vida y la maravillosa e insólita recuperación. Ninguna secuela, ninguna marca, ningún dolor quedó de recuerdo en su cuerpo. Muchos dijeron que fue suerte, yo sé que fue un milagro.
[photo_footer]El puente en la actualidad, con vallas.[/photo_footer]
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