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La variante endógena del protestantismo latinoamericano

Ha sido un error metodológico marginar la variante endógena al investigar sobre el asentamiento del protestantismo en América Latina.

KAIRóS Y CRONOS AUTOR 84/Carlos_Martinez_Garcia 18 DE JULIO DE 2021 09:00 h
Imagen de [link]Pamela Huber[/link] en Unsplash.

Ha sido un error metodológico marginar la variante endógena al investigar sobre el asentamiento del protestantismo en América Latina. La variante endógena está conformada por un conjunto de condiciones/factores que coadyuvaron para que una creencia históricamente extraña al Continente pudiese, con variaciones por país, echar raíces y crecer paulatinamente. El error que menciono no ha sido solamente propio de los adversarios del protestantismo, ligados a la defensa a ultranza de la inmutabilidad religiosa de Latinoamérica, sino también cultivado en sectores protestantes que datan su presencia exclusivamente a partir de la llegada de misionero(a)s extranjeros.



Ejemplifico con el caso mexicano, que, sin ser normativo, sí muestra semejanzas con lo acontecido en otras naciones que conforman el territorio latinoamericano. En las casi dos décadas anteriores a la llegada institucional de los misioneros protestantes extranjeros (presbiterianos a fines de 1872 y metodistas a principios de 1873), hubo una intensa movilización de creyentes nacionales que allanaron y facilitaron el camino seguido después por aquellos y de otras denominaciones. Tiene razón Abraham Téllez en su pionera investigación sobre cómo se desarrolla el protestantismo en México, al observar que, “en los orígenes de los trabajos para intentar promover el protestantismo en general en México dados a partir de la década de los cincuenta [del siglo xix], encontramos que casi todos ellos presentan un marcado carácter individual; es decir, exento de una organización misional que los respaldara pero que en su momento las sociedades misionales aprovecharían en su favor. De tal suerte que, cuando éstas llegaron a México se encontraron con un trabajo precedente que les evitó partir de cero”.1 Hoy contamos con más evidencias documentales de que así fue, no solamente en México sino a lo largo y ancho de América Latina.



El proceso de cuatro décadas, que va de las primeras discusiones sobre la tolerancia de cultos tras la consumación del movimiento de Independencia (1821) hasta la promulgación de la Ley de Libertad de Cultos de Benito Juárez (4 de diciembre de 1860), muestra claramente lo endógeno de la naciente diversificación religiosa en la sociedad mexicana. En ella confluyeron múltiples actores que buscaban, por distintas razones, que la nación se transformara mediante un nuevo paradigma económico, político, cultural y religioso.



Sobre tal proceso endógeno construyeron su espacio de libertad sociorreligiosa los pequeños núcleos que rompen con la religiosidad tradicional. Lo hacen en condiciones adversas, pero no herméticas del todo a la nueva propuesta religiosa representada por el protestantismo. El decidido involucramiento de esos primeros cristianos evangélicos nacionales, cuyas conversiones tienen múltiples orígenes y desenlaces, sirve como cabeza de playa a la posterior llegada institucional de los misioneros extranjeros a partir de finales de 1872.



De hecho los informes de esos misioneros a las agencias que les enviaron son, en términos generales, muy optimistas por los relativamente buenos resultados alcanzados en poco tiempo. Lo sembrado por personajes que logran darle forma a una cierta sociedad de ideas (la propuesta de que México debe dar cabida a credos religiosos distintos del catolicismo romano), y los pasos dados por quienes de esa propuesta transitaron a la identificación personal y grupal con la nueva fe, hicieron posible lo que en otro trabajo hemos denominado el camino de la presencia ideológica a la presencia física del protestantismo en nuestras tierras.2



La emergencia o asentamiento del protestantismo en México fue fundamentalmente un hecho endógeno, y otro indicador de ello, además de las referencias históricas que hemos citado en nuestro trabajo, es el costo en vidas que significó el precio a pagar por quienes resistieron la intolerancia y la franca persecución de grupos que se organizaron para desarraigarlos de distintos lugares. En todas partes de América Latina los protestantes enfrentaron situaciones similares, pero en la nación mexicana parece que las condiciones violentas y sus resultados fueron más cruentos que en ninguna otra parte durante las décadas iniciales en que logró ser parte del panorama religioso nacional. Hubo un “volumen, sin par en la América Latina del siglo xix, de actos de violencia contra los protestantes que se cometieron en México”.3 La misma fuente consigna que



El número de mártires protestantes se eleva a 59, entre los que vale la pena advertir sólo un extranjero. Se trata, pues, de protestantes mexicanos, victimados por católicos mexicanos. En efecto, el peso fuerte de la labor misionera evangélica descansaba desde fechas tempranas sobre los hombros de los mexicanos, de manera que en 1892, del total de 689 de colaboradores que trabajaban en México, 512 eran mexicanos”.



 



Cabe mencionar que el número de víctimas reportado por Prien es menor, y lejano, al que hemos podido documentar en una investigación que se encuentra en proceso editorial.4 Ante la evidencia histórica de persecuciones contra los evangélicos mexicanos, no nada más en el siglo xix sino también durante la siguiente centuria, el único gran intelectual mexicano que reiteradamente señaló esa ominosa realidad, Carlos Monsiváis, sostuvo que “al protestantismo mexicano lo nacionaliza, si el verbo tiene algún sentido en materia religiosa, el número de víctimas o, desde otra perspectiva, de mártires. La historia de las persecuciones es atroz. Y es impresionante el número de templos quemados o lapidados, así como el número de comunidades hostigadas en grados que incluyen con frecuencia el linchamiento, el número de pastores y feligreses asesinados o abandonados muy mal heridos”.5



Adicionalmente vale subrayar que el señalamiento hecho al protestantismo sobre que es extranjerizante y ajeno a la idiosincrasia latinoamericana, es más fruto de anteojeras confesionales y/o ideológicas que resultado de la comprensión de cómo circulan y se transmiten las ideas, sobre todo, a partir de la Edad Moderna. Además, ¿quién decide sobre la legitimidad nacional de creencias/ideas? ¿Acaso nada más lo plenamente autóctono puede catalogarse de valido y lo demás de espurio? Con sagacidad queda demostrado en el volumen compilado Hobswbawm y Ranger que mucho de lo que se tiene por autóctono/tradicional es, más bien, originado en otros lugares y después adoptado por algún conglomerado humano.6 Finalmente, en este asunto de legitimidad nacional de una creencia religiosa, se le podría endosar igualmente al catolicismo romano su origen exógeno y de ajenidad a nuestro Continente, ya que, como bien escribió Gonzalo Báez-Camargo, “las misiones siempre son importadas. La fe cristiana fue estrictamente autóctona sólo en Palestina”.7



El origen multi factorial, la poligénesis, del cristianismo evangélico en la ciudad de México y entidades aledañas en la segunda mitad del siglo XIX, también se desarrolló en otras entidades del país. Igualmente sucedió más tarde en otras regiones, lo que nos convenció de intentar explicar el proceso de origen y emergencia como poligénesis y no solamente resultado de la variable exógena.8



Al mismo tiempo en que iniciaba la consolidación de células protestantes en la capital del país y alrededores, en otras regiones, durante los años 1860-1872, se estaban gestando de manera independiente entre sí núcleos evangélicos que fueron el origen de posteriores iglesias de diversas denominaciones protestantes/evangélicas. En Monterrey, al noreste de México, por la articulación de creyentes locales y misioneros extranjeros (John William Butler, Tomás Westrup, Santiago Hickey, y Melinda Rankin) se organiza un grupo que inicialmente no tiene identificación denominacional, y que más tarde sería el origen de iglesias bautistas y presbiterianas, entre otras.9



En Zacatecas, norte de México, más precisamente en Villa de Cos, tiene lugar, prácticamente al mismo tiempo que en la ciudad de México la confluencia y agrupamiento de interesados en conformar una alternativa religiosa al catolicismo dominante. Acontece esto por la emergencia de actores locales, en un principio vinculados al liberalismo y la lid contra el clericalismo católico que se identifican, posteriormente, doctrinal y existencialmente con los postulados protestantes. Años después los esfuerzos endógenos son apoyados por misioneros extranjeros que le dan un cariz presbiteriano a la obra local.10



Ha sido un error, por desconocimiento de los trabajos endógenos que abonaron el terreno para que fructificara la semilla del protestantismo en México, que las denominaciones históricas privilegien la vertiente de la participación exógena (vía misioneros extranjeros) como origen de su presencia en nuestras tierras. La investigación histórica muestra que el proceso fue mucho más rico, complejo y ancho que la estrechez empeñada en datar la génesis de algún grupo confesional protestante en el siglo xix al arribo de misioneros foráneos.



 



Notas



1 Proceso de introducción del protestantismo desde la Independencia hasta 1884, Tesis de licenciatura, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras-Colegio de Historia, México, 1989, p. 157.



2 Carlos Martínez García, “De la presencia ideológica a la presencia física del protestantismo en el México independiente”, en Carlos Mondragón (editor), Ecos del Bicentenario: el protestantismo y las nuevas repúblicas latinoamericanas, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2011, pp. 205-227.



3 Hans-Jürgen Prien, La historia del cristianismo en América Latina, Ediciones Sígueme, Salamanca (España), 1985, p. 775.



4 Persecuciones contra los protestantes en México en el siglo XIX.



5 Carlos Monsiváis, “Tolerancia y persecución religiosa”, en Carlos Monsiváis y Carlos Martínez García, Protestantismo, diversidad y tolerancia, CNDH, México, 2002, p. 23.



6Eric Hobswbawm y Terence Yanger (editores), The Invention of Tradition, Universidad de Cambridge, Cambridge, U. K., 2000.



7 Citado por Samuel Escobar Aguirre, “La presencia protestante en América Latina: conflicto de interpretaciones”, en Samuel Escobar Aguirre, E. McIntosh y Juan Inocencio, Historia y misión, Ediciones Presencia-Ediciones Puma, Lima, 1994, p. 25.



8 La primera vez que usamos la categoría para explicar la articulación multifactorial y de muy variados actores en el proceso de construcción del protestantismo en un lugar dado, fue en nuestra obra Poligénesis del cristianismo evangélico en Chiapas, Publicaciones El Faro, México, 2004.



9 Al comentar la nueva traducción de las memorias de Melinda Rankin, Veinte años entre los mexicanos. Relato de una labor misionera, Fondo Editorial de Nuevo León, Monterrey, México, 2008; hago un descripción del naciente grupo evangélico regiomontano en http://www.protestantedigital.com/ES/Magacin/articulo/1495/Melinda-rankin y en la segunda parte del artículo: http://www.protestantedigital.com/ES/Magacin/articulo/1500/Melinda-rankin-el-evangelio-y-mexico



10 Al respecto es muy útil el volumen de Leopoldo Cervantes-Ortiz, Juan Amador, pionero del protestantismo mexicano, Ayuntamiento de Villa de Cos-CUPSA-Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano, México, 2015; así como la pormenorizada investigación de Christian Manuel Barraza Loera, Liberales, misioneros y conversos. Entre la disidencia católica y la conformación de la Iglesia presbiteriana en Villa de Cos, Zacatecas, 1846-1876, tesis de doctorado en historia, El Colegio de San Luis, San Luis Potosí, 2020.


 

 


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