Jesús purifica el templo

“Vinieron, pues, a Jerusalén; y entrando Jesús en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo; y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y no consentía que nadie atravesase el templo llevando utensilio alguno. Y les enseñaba, diciendo: Jesús: La Buena Noticia del seguimiento ¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Y lo oyeron los escribas y los principales sacerdotes, y buscaban cómo matarle; porque le tenían miedo, por cuanto todo el pueblo estaba admirado de su doctrina. Pero al llegar la noche, Jesús salió de la ciudad. Y pasando por la mañana, vieron que la higuera se había secado desde las raíces. Entonces Pedro acordándose, le dijo: Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado. Respondiendo Jesús les dijo: Tened fe en Dios”.

Marcos 11:15-22

Jesús entró en el templo, esa higuera frondosa pero carente de fruto, representada por una religiosidad vacía de la que Dios se encuentra ausente. Por imperativo legal, el templo se había convertido en un próspero negocio religioso como “mercado sagrado”. Se cambiaba el dinero para la compra de animales ofrecidos como sacrificio¹. La descripción de la actividad que ofrece el texto, nos informa de la estructura comercial del lugar y nos permite entender mejor la fuerza simbólica y profética de la acción que Jesús realiza. La mesa de los cambistas y los mostradores de los vendedores de palomas estaban situadas en el llamado atrio de los gentiles, pues eran ellos los que necesitaban cambiar el dinero.

Los cambistas ganaban un porcentaje con los cambios de divisas². Los vendedores de palomas surtían a los fieles del animal sacrificial propio de la clase social mayoritaria, es decir, los pobres ¿Qué hace Jesús con este templo transformado en un árbol sin fruto? “Echa fuera a los que vendían y compraban en el Templo”. El “mercado” en el que tenía lugar esta compraventa era el atrio de los gentiles, con una extensión de 47.5 x 30 m. Las autoridades religiosas no se limitaban a consentir el comercio, sino que lo dirigían ellas mismas³. Era como un centro comercial de “gran consumo” en el que el los precios resultaban insultantes.

“Volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas”. Jesús coloca en crisis la fuente principal de ingresos de la institución, punto neurálgico del funcionamiento del Templo. Los poderes económicos no le perdonaron este desafío. El “Wall Street” económico-religioso era intocable porque de él dependía la prosperidad de los más pudientes. El que se atrevía a cuestionar al sistema se convertía en un disidente, y a los disidentes se los quita de en medio.

“No consentía que nadie atravesase el templo llevando utensilio alguno”. Jesús prohibió el trasiego de los vasos sagrados, los recipientes de agua para las abluciones, los incensarios, y el resto de objetos necesarios para un tipo de culto tan fastuoso⁴, paralizando con ello el normal funcionamiento de la actividad. Esta acción simbólica de Jesús es interpretada y apoyada por Él mismo en la Palabra de Dios, criticando desde ahí los cimientos sobre los que se erige el templo: la exclusión, la hipocresía, la autojustificación, el uso y abuso de la religión. La cita profética del Señor (Is. 56:7; Jer. 7:11) ataca al sistema del templo y a sus dirigentes:

“Y les enseñaba diciendo: ¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”.

A partir de esta declaración demoledora denunciando la contaminación moral del Templo y sus dirigentes, Jesús es sentenciado y condenado a muerte por los escribas y principales sacerdotes. No será posible de inmediato, porque aún conserva el favor del pueblo, por eso le temen. Pero, todo el resto del evangelio será una persecución sin tregua del Señor hasta que, finalmente, termine en la cruz del calvario.

Tras este episodio, a la mañana siguiente, Pedro se acordó de las palabras de Jesús haciendo una observación que da pie a una enseñanza conclusiva sobre el simbolismo de la higuera. Jesús destruye el orden sacrificial perverso para ofrecer el verdadero camino de fe, oración y perdón que en el templo se encontraba cerrado. De estos valores trata lo que el Señor comparte con los suyos a modo de conclusión. Sobre las ruinas de la antigua casa de comerciantes ladrones, poderosos sin escrúpulos y religiosos sin conciencia, se levanta una nueva “casa” donde la fe, la oración y la reconciliación son sus distintivos.

“Respondiendo Jesús les dijo: Tened fe en Dios…” Lo que estaba sucediendo hasta este momento en el templo era evidencia de una falsa fe. Ha caído el templo material (se ha secado la higuera) y, frente a la cueva de negocios elitistas, se eleva la casa de Dios como espacio de confianza verdadera. Allí se abre y triunfa el poder de la fe como fundamento de la vida en Dios. La iglesia no va a definirse a partir de lugares físicos e instituciones sacrosantas, sino sobre la base de la fe en Dios que la convierte en comunidad mesiánica.

A partir de ahora, no es necesario un santuario nacional, ni un sacerdocio controlado por la ley de los escribas. Los seguidores de Jesús se vuelven templo, pueden dialogar directamente con Dios teniendo la certeza de que son oídos y sus oraciones respondidas. La superación de un templo corrompido y contaminado se convierte, por medio de Jesús, en la construcción de una nueva humanidad fundada en la fe, la oración, el perdón y la reconciliación.

1 X. Pikaza. Para vivir el evangelio de Marcos. Verbo Divino. 2003. 158

2 M. Navarro. Marcos. Verbo Divino. 2006. 402

3 J. Gnilka. El Evangelio de Marcos. Sígueme. 1999. 144

4 X. Pikaza. Ibid 159