Este poder de convicción, poder de persuasión y una santa determinación son lo que produce el Espíritu Santo cuando invocamos fervientemente su presencia.
Tengo que confesar que desde los inicios de mi conversión a Cristo me transformé en un avivamentista sin saberlo, y eso fue debido a un impactante encuentro con Dios que cambió mi vida por completo y muy especialmente cuando recibí la renovadora experiencia del bautismo del (o con el) Espíritu Santo unos años más tarde. Por supuesto que me parecen respetables otras opiniones al respecto, pero permitidme expresarme desde mi vivencia y convicción personal.
Desde muy joven fui instruido en las verdades fundamentales de la fe cristiana en una preciosa iglesia tradicional, lo cual agradezco mucho; pero desde siempre había algo en mi interior que anhelaba una vida de mayor plenitud espiritual y la necesidad de vivir un cristianismo de alta intensidad, tanto en mi relación personal con Dios como en la interacción con mis hermanos en la fe y, por supuesto, con mis amigos y familiares.
A principios de los años ochenta, pude experimentar mi primer avivamiento personal que se tradujo en un poderoso encuentro con el Espíritu Santo, el que me impulsó a asumir nuevos desafíos en la vida de fe y a disfrutar de una nueva libertad espiritual hasta entonces desconocida para mí. Un nuevo celo evangelístico se apoderó de mi alma y también pude experimentar una bendita crisis de santidad que despertó mis sentidos espirituales, implantando en lo más profundo de mí ser un renovado temor de Dios.
Como observaréis, no aporto todas las citas bíblicas que podrían avalar mi tesis personal, porque necesitaría un espacio mayor que el que ocupa este escrito para autentificar mi experiencia sobre lo que considero un verdadero avivamiento. Cuando el apóstol Pablo le aconseja a Timoteo que avive el fuego…de Dios que estaba en él, es porque hay algo que puede estar apagado en nuestros espíritus y en el momento que se produce una llamarada de ese fuego divino en nuestros corazones, al igual que les sucedió a los caminantes de Emaús, renacen en nosotros el gozo y la pasión por Dios con gran fuerza.
He podido viajar a diferentes ciudades del mundo, indagando acerca de los grandes avivamientos de antaño y del siglo XX. Recuerdo haber estado frente a la placa conmemorativa, en Azusa Street, que el ayuntamiento de la ciudad de los Ángeles dedicó al nacimiento del movimiento pentecostal a principios del siglo pasado y, por supuesto, no se me ocurrió lanzarme sobre ella para invocar la unción del Espíritu que se vivió en aquel lugar con William Seymour un inquieto pastor afroamericano. Reconozco que muchas de las experiencias vividas en varios lugares del mundo han contribuido a enriquecer mi experiencia de fe ampliamente.
Sin embargo, mi énfasis, en esta ocasión, está centrado en el principal modelo escritural que sustenta esta tesis y que avala mi experiencia de fe y de avivamiento personal. Me estoy refiriendo al avivamiento de Jerusalén, descrito en Hechos 2. Este es el patrón maestro de todos los avivamientos habidos y por haber, y tenemos que analizarlo con la lupa del Espíritu para descubrir las preciosas semillas de un auténtico avivamiento bíblico.
Aquellos ciento veinte, que apenas eran solo una tercera parte de los que habían visto a Jesús resucitado, estaban esperando la susodicha promesa del Padre, pero nunca podrían haber llegado a imaginar que sucediera lo que sucedió en el aposento alto, superando sus mejores expectativas.
La sorprendente irrupción del Espíritu Santo en aquel lugar, produciendo una especie de torbellino de gloria y posándose sobre cada uno de ellos unas lenguas flameantes como de fuego, hizo que al instante fueran todos llenos del Espíritu Santo. ¡Qué escena tan impresionante, a la vez que altamente motivadora! Esto fue lo que los impulsó a salir a las calles y hablar valientemente de las maravillas de Dios a propios y a extraños, realizando su primera proclamación kerygmática con el irresistible poder del Espíritu.
Lo que precedió a este gran momento tiene la misma vigencia hoy que entonces y estas son las palabras del Señor Jesús antes de su ascensión a los cielos: “Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo y me seréis testigos… hasta lo último de la tierra”. Este poder de convicción, poder de persuasión y una santa determinación son lo que produce el Espíritu Santo cuando invocamos fervientemente su presencia y su guía para realizar la obra del Señor con buen ánimo.
Siempre me ha dejado un tanto perplejo ver y oír las incertidumbres que se producen en algunos sectores de nuestro ámbito respecto a la deseable necesidad de un avivamiento en la actualidad, ya sea a nivel personal o comunitario. También es cierto que en ciertas ocasiones se utiliza la palabra avivamiento para describir experiencias disparatadas y anti bíblicas, completamente espurias, pero ello no debe hacernos desistir, ni mucho menos, de una bendición tan importante y extraordinaria para nuestra vida espiritual y la de nuestras iglesias como es ir a la búsqueda de un verdadero avivamiento, un nuevo despertar, en definitiva un encuentro o quizás un reencuentro personal con el maravilloso Espíritu Santo de Dios… Porque sin duda alguna, tu avivamiento es posible, deseable y necesario.
2ª Timoteo 1:6, Lucas 24: 30-32, Hechos 1:8, Hechos 2:1-4; 14-42,
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