¿Por qué tienen que aparecer el sufrimiento, la cruz y la muerte en el camino de Jesús? ¿No parece todo esto un contrasentido?
“Salieron Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas. Entonces él les dijo: Y vosotros ¿quién decís que soy? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo. Pero él les mandó que no dijesen esto de él a ninguno. Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días. Esto les decía claramente. Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a reconvenirle. Pero él, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a Pedro, diciendo: ¡Quítate de delante de mí Satanás! Porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”. Marcos 8:27-33
De algún modo, todo lo vivido anteriormente con Jesús desemboca en esta pregunta: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” El Señor ha culminado su obra en Galilea y algunos entornos paganos de alrededor. No le ha vencido la prisa, ha ido quemando etapas poco a poco dándose a conocer a los suyos y al mundo. Antes, no había conseguido aislarse en intimidad con los discípulos, ahora inicia con ellos un diálogo de reconocimiento personal.
La respuesta de los discípulos ante la pregunta propuesta es bastante benévola, porque algunos de los principales habían afirmado que se trataba de un mensajero de Satanás, y Jesús no lo ignoraba (3:20-35). Sin embargo, él no busca solamente la opinión de los que están fuera, sino que necesita saber qué piensan de él sus propios discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro, portavoz de los discípulos, responde: “Tú eres el Cristo”. Ese nombre sólo había aparecido al comienzo del evangelio como título del libro (1:1). Ahora, el apóstol ha sacado las consecuencias del camino y lo ve claro: Se trata del Mesías/Ungido de Dios. La pregunta que tantos interrogantes y dudas había suscitado a lo largo del evangelio, recibe aquí respuesta contundente. Sin embargo, este título tan contundente y revelador de la identidad de Jesús no es un rótulo, ni puede afirmarse como una mera confesión teórica y ambigua. Reclama un compromiso radical. Por eso, no se trata de hacerlo público voceando, han de guardar silencio.
Desde la perspectiva del evangelio de Marcos, los discípulos siempre son la iglesia en el camino. Y esa iglesia ha afirmado a Jesús como el Cristo. Pero ahora, las propuestas de Jesús dan un giro espectacular porque parece haber esperado esta confesión para revelar el horizonte del camino: El sufrimiento, la cruz, la muerte y la resurrección. Nos encontramos ante la primera de las tres predicciones del Señor sobre el final que le espera.
Pero, claro, la aparición de este discurso en el marco de la declaración mesiánica es fuerte e incomprensible porque rompe con todas las expectativas que había despertado la aparición del Cristo, de acuerdo con la teología popular. ¿Por qué tienen que aparecer el sufrimiento, la cruz y la muerte en el camino de Jesús? ¿No parece todo esto un contrasentido? Si él ha venido para establecer el reino de Dios con justicia; si ha mostrado su poder con palabras y obras curando enfermos, echando fuera demonios, calmando tempestades, dando de comer a multitudes; si ha puesto en crisis una religiosidad vacía, corrompida y alejada del Dios verdadero, ¿por qué lo estropea todo ahora? Las esperanzas que ha levantado la aparición de Jesús el Cristo no pueden evaporarse como el humo.
Y así, Pedro en nombre de la comunidad del seguimiento comenzó a reconvenirle reclamando un poco de cordura mesiánica. La palabra que se emplea aquí es un término muy fuerte: “recrimina”, “reprende”, “amonesta”. La iglesia en el camino no quiere oír hablar de entrega, ni de sufrimiento, ni de muerte; aspira a disponer de un Jesús predecible y domesticado que no alborote las seguridades de una comunidad instalada en dogmas blindados en clave de poder y no de servicio.
La iglesia, actuando desde la lógica humana exige disponer de un triunfalista Mesías modelo “Robocop”, sin afecciones físicas, sin fisuras psicológicas, que lo pueda todo, que lo cure todo, que responda ante todas las peticiones y expectativas que se le planteen sean las que sean. ¡Se trata de toda una lección de mesianismo para el mismo Jesús!
Al protagonista de la confesión mesiánica más contundente que conoce el evangelio habría que preguntarle: ¿Qué deseos, aspiraciones y estructuras mentales laten tras esas palabras? ¿Qué tiene metido en la cabeza? ¿Pretende imponerle a Jesús la clase de Mesías que ha de ser? ¿En qué clase de comunidad sueña a partir de esos planteamientos? La respuesta de Jesús arroja un poco de luz sobre lo que aquí está en juego: “Pero él volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciendo: ¡Quítate de delante de mí Satanás! Porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”
Poner la mira en las cosas de los hombres, cuando lo que está en juego es nada menos que el carácter mesiánico de Jesús y el modelo de comunidad que viene a instaurar, significa aliarse con los poderes de este mundo y actuar como el gran enemigo del proyecto de Dios: Satanás. Pero, Satanás es mucho más que simplemente el opositor, es aquel que renuncia a la verdad y habla la mentira. Por consiguiente, la amenaza más peligrosa para la comunidad es precisamente el rechazo frontal del crucificado, falsificando su verdadera identidad y suplantándola por otra más acorde con la lógica humana. Y es a partir de ahí, precisamente, cuando la artillería dialéctica de Jesús interpela hasta el límite del escándalo:
“… Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame” (Mr. 8:34).
El que no quiera seguir a Jesús, puede colocarse a un lado del camino, pero el que quiera hacerlo, tiene que saber lo que cuesta aquello que quiere. Si queremos encontrar nuestra vida, primero hemos de perderla. No existen medias tintas, ni soluciones de compromiso.
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